martes, 29 de abril de 2008

El disfraz de un fragmento-Jorge M.M.



Soy del Movimiento Literario Poetas del Grado Cero y me califico enemigo de la grotesca parodia literaria, flor obscena y descolorida, o más bien, demasiado colorida, azul, diría, de esa ramera sin jugo que chupan en Tegucigalpa. Pero no se trata de malquerencias, bien sabemos de sobra que no me falta cariño para repartirle a nadie, pero no es un asunto de simpatías personales o que la cara de un muchacho con vozarrón al estilo del más trasnochado Absolute Rigo, y en esto no me perdonen, yo también ando borracho y casi me ando cayendo, y me acuerdo del estribillo que siempre cantan con modorra Javier Hernández y John Connoly: “Ay Dios mío si borracho te ofendí, en la cruda me sales debiendo…”. No, no es un asunto de falta de cariño, ni es una joda sólo por joda, es un asunto serio como la literatura. Ya en aquel ensayo de 1993, “Polémica, Realismo y Poesía” manifesté mi malestar por los real socialistas o por los poetas del Realismo Militante, entre quienes detesté a José Adán Castelar por ese bodrio que tituló “Sin olvidar la humillación”, y en el que también mencioné con mucha cautela a Roberto Sosa porque no se trata, y he aquí lo de las tildes sobre las T que mencionamos en el Primer Manifiesto, de que los dimes y diretes del mercado Las Américas lleguen sólo porque es un tipo malcriado ni nada de eso…Roberto Sosa no es un poeta “pera en dulce”, su personalidad a muchos les ha costado rupturas, enfados, pescozones, exclusiones o inclusiones; en fin, se trata de la poesía, no del poeta. ¿Estamos claros? Los advenedizos de José Adán Castelar con síntomas de ejecutivos saben lo difícil que es tener el toque sencillo de José Adán y eso es un hecho. También hay que reconocer que en los tiempos mozos la cuestión de la poesía imprime demasiadas fallas cuando no se cuenta con una formación ética consistente. Porque todos queremos ser poetas, queremos leer nuestro nombre en letras impresas en ese objeto de la fama que nos vuelve hijos de la maldita flor de Satán y no nos importan las lecturas fugaces, el aprendizaje memorístico de los nombres de esos autores raros, especialmente los que suenan a lenguas extrañas, pobres patanes, pobres ilusos adoradores de la maldita flor luminosa que nos llama llameante. Canción voraz, canción tierna que se cruza entre el sueño. Y esos poemas de Ungaretti recién conocidos a medianoche con su síntesis, con su dibujo similar a una noche en Santa Lucía o en La Ceiba con aquel pequeño ruido análogo a un paraje mediterráneo que inspira a decir lo mismo. Es similar al plagio, amigos, eso se llama plagio. Cuando no tenemos vida propia y nuestro andar discurre nada más en las vivencias de otro poeta muerto de hambre que a penas supo tener respeto por sus poemas y no los leyó con la humildad necesaria y sin la pose, porque si en algo podemos encontrarnos los poetas es en la posibilidad de la franqueza. ¡Mentira! ¡Mentira dormilones! ¡Mentira perezosos! ¿Esperan construir poesía de sus malas lecturas? ¿De dónde creen que los poetas han hecho algo nuevo si no es que han mamado la teta negra de la muerte, el veneno de la poesía? Los detesto porque en ningún poema supieron reconocer sus propias lecturas. Son ranas que hacen croack, croack. La lengua de Satán mismo los escupiría por espurios, la de Dios ni la mencionemos para no blasfemar, bien sabe él que somos ateos. Y no se trata de que no les tenga un enorme aprecio ¿Qué poeta no aprecia a los malos poetas en el fondo? ¿No tenemos acaso la sensación de querer exorcizar sus malos poemas? ¿Qué importa…? Seamos honestos, cuando nos hemos visto cara a cara, jamás les hemos dicho mentiras ni falsedades. Y no nos vayan a salir con que son dos estéticas diferentes. En lo que respecta a la poesía, estética es cuando un poema nos comunica una esencia viva. No se trata de frases al azar ni de construcciones peregrinas. Pellízquense al menos para que sepan si están vivos o es sólo la picazón de un sudor de autores sobre su piel hirsuta. Bien, volvamos al caso. La otra cuestión resulta del mito de las dos ciudades, de la pugna sectaria en la que pretenden esconder la triste y famélica realidad de una poesía sin sustancia. Puros peñascos en los que a veces se posan en esa Tegucigalpa obscena, para que nosotros, simplemente, les desautoricemos el canto. Si en algo no vamos a fallar en este lado, es en el de intentar ese salto en el que no tenemos padre en la poesía. Y puedo mencionar mi caso, poeta sin padre ni tutor. Y pueden buscarlo, y con mucha facilidad se darán cuenta que aquí los verdaderos poetas no andamos buscando padrinos para decir las cosas para siempre. Busquen, lean el vientre de la palabra, encuéntrense en el ánimo fugaz de ese reto en el que andan desprestigiando la poesía. Han tenido en el olvido a Pepe Luis, a Rafael Rivera, al mismo Rigo ni siquiera lo han leído y le piden consejo. A Roberto Sosa le temen y no han estudiado su Secreto. ¿Tendríamos que decirles que la poesía hondureña está muerta con ustedes? Baúles de modernismo. Atrévanse a conversar a fondo al menos, respondan como poetas. Préñense. Es repudiable esa intensión de andar mostrando la debilidad en el exterior sólo por cumplir. Aquí, honestamente, nos sentimos un poco avergonzados con el triste papel de ese grotesco simulacro. No hay influencia ni respeto entre ustedes. Usan los momentos como un divertimento cuando siempre se supo de la vitalidad de la risa. ¿Quién es el que ríe? ¿Un pésimo lector y un pésimo poeta? ¿Tendrían una palabra directa respecto de mi poesía anticuada? ¿O sólo el oficio de soplar ideas vagas tiene hoy la valía de ese pequeño grupo de engañifas?

Que conste que no escribo para ustedes, sino para los Poetas del Grado Cero y hoy a ustedes los he puesto en mira porque no responden si no con el disfraz de un fragmento al que, pero no, definitivamente, no. Hace mucho que nos hubiera gustado enfrascarnos en esta inútil conversación de poetas. Lástima que el cabrón de Gustavo se fue al concierto de su hermana, Darío se perdió después de la Lectura de Don Quijote y el pendejo de Nelson se hizo humo. Aquí termina este asunto…


Y ustedes no pueden pasar un día si no es en calma.





jueves, 24 de abril de 2008

Quememos esa boina







¡Que no se diga que fue un acto suicida!



Por Jorge Martínez Mejía


II Parte


En balde se tira todo cuanto se dice, se abre uno mismo la enorme cicatriz del pecho con el pedazo de tiza que dejó Pepe Luis mientras la luna extraseca del Grado Cero apenas alumbra. Unas pequeñas luces al fondo, en la ciudad del Caballero Industria, las hijas excomulgadas en la Primera Avenida hacen su gesto habitual. Mientras servimos el ron y conversamos sobre la trascendencia de lo intrascendente, después de la débil pira de la boina y sus chisporroteos famélicos, el croar de aves viejas; la escena final o la escena del comienzo transpira su cuota de nada. Nos hemos derramado otras veces en otros sitios, encima de una barra o un estanco de mala muerte y hemos gritado y pateado el trasero a la belleza. No nos ha hecho falta nada para el asesinato, pero la puta coletea como el brazo desmembrado de una iguana. Si estuviéramos de cabeza patearíamos el cielo o mearíamos en las nubes para que lloviera en el hocico del universo, nos sacudiríamos la bestia para pringar la línea del horizonte o nos lanzaríamos sobre el océano con todo y zapatos. Si estuviéramos de cabeza como el pendejo de Gustavo Campos, nos quedaríamos mudos para siembre, en un eterno bostezo de silencio. Tenés que venir, tenés que saltar, tenés que esforzarte para que te des cuenta que la vida es esta mierda de estar pateando traseros literarios. Tenés que venir a colocar en su sitio a ese atajo de mojigatos que repiten como el Buky la misma canción navideña. Mientras conversamos, miles de pensamientos se agolparon, y a pesar de cierta alegría que en la naturaleza misma de los poetas del Grado Cero es indistinta, un aire raro trotaba entre las hojas. La pobre boina quemada había sido encerrada en una bolsa plástica amarilla de supermercado, pocos asistieron a su muerte y talvez sólo fue una excusa para la bebiata, pero ella era de alguna manera esa parte atroz de mi existencia. Sabía exactamente el peso de esa renuncia, de ese parricidio del que nunca quiero se diga que fue un acto suicida porque sólo fue un poco de hilos, una pelusa en ovillo mordiendo el fuego que nunca tuvo mi cráneo. Tengo, y creo que los poetas del Grado Cero tenemos, la plena conciencia que a la poesía desde hace mucho tiempo la mataron los falsos, las ratas publicitarias, los marchitos blasfemos que escondieron a Cardona Bulnes e ignoraron a Merren, los que intentaron apagar la voz pusilánime y divina de las moscas.

No hemos dicho nada aún, y las cenizas están frescas, pero confieso que en algún momento el olor quemado sabía a carne de musa y de algún modo escuchamos un campanazo de lujurioso silencio. Hacer poesía no cuesta. Lo que cuesta es vivir.




A eso huele la poesía cuando muere



Nelson Ordóñez


El prometido día de la quema de la boina había llegado. Quizás para algunos lectores, un hecho personal, o apenas grupal, carezca de mayor interés; pero al fin y al cabo los hechos importantes de la vida o de la historia (permítanme el atrevimiento y la esperanza) son hechos casi íntimos. ¿Cuántas personas asistieron a la última cena? ¿Cuántas personas presenciaron el asesinato de Julio César? ¿Cuántas personas dirigían el proyecto Manhattan? Alguien dijo por ahí que cuanta menos gente asiste a un evento mayor es el impacto. Quizás en nuestro subconsciente hacemos este collage con esa idea. Si no es así, por lo menos esperamos que algún día (digamos dentro de cincuenta años) seamos el tema de conversación en el preludio de una borrachera entre huérfanos de poesía.

Pudimos haber quemado nuestros propios poemas o los poemas de poetas muertos que más detestamos. O mejor aún, los poemas de los poetas de la capital, pero decidimos quemar una boina. La boina era como el pomo de una urna griega donde descansan las cenizas de un bardo eunuco. Si el poeta va contenido entre sus zapatos y su boina, la quema de la boina vendría a ser una especie de liberación. Como romper el cordón umbilical y dejar que el líquido amniótico se fuese flotando, o simplemente se derramase, sobre la tierra no tan baldía.

De los variados detalles de la quema, recuerdo parcialmente la larga conversación que mantuvimos Jorge, Darío y yo después de la quema. La única cifra perfecta es el cero que remite a la nada, cabrones; las demás cifras describen falacias, aproximaciones, abstracciones de loco o filósofo, decía. Yo miraba hacia el fondo, donde la ciudad se adivinaba por el contorno de sus luces. Darío lo escuchaba silencioso, como si escuchase a una estatua abandonada entre una arboleda. Sólo matando a la poesía se puede hacer poesía, cabrones. Lo que aquí hemos hecho es histórico, cabrones. Yo seguía viendo la ciudad, sonriendo y asintiendo a lo que decía Jorge. El parricidio es la primera vocación de un poeta. ¡Muerte a la literatura y su meta relato de Jirafas! Yo pensaba qué putas es un meta relato y por qué de jirafas. Lo del meta relato me quedaba más o menos claro. ¿Un relato sobre un relato…? ¿ o un relato que va mas allá de un relato? ¿O una mentira sobre una mentira? Darío bebía y miraba a Jorge como si pensase que un meta relato de jirafas fuese una fábula donde los personajes son seres humanos o una fábula sin personajes o una fábula donde la fábula es ausente o larga y tediosa como el cuello de una jirafa. 

A estas alturas Jorge comenzaba a mover con vehemencia los brazos, como si el peso de tal discurso lo obligase a tensar los brazos. Yo le pregunté por el meta relato de jirafas. Jorge se largó hablando de los formalistas rusos y de las jirafas. Habló de la estructura de la poesía, de planos semánticos y fónicos, que remitían a lo mismo. La jirafa es un animal de voz inútil como la poesía. ¿Como así?, preguntamos al unísono. La jirafa tiene un cuello larguísimo y cuerdas vocales iguales… pero es un animal mudo, tan mudo como la poesía que se ha hecho siempre, cabrones. Yo se los enfatizo, la poesía tiene la voz de jirafa, cabrones. Ya no podía pensar muy claro. Imaginaba manadas de jirafas pastando y corriendo en ngoro ngoro, manadas de jirafas ramoneando y al mismo tiempo pensaba en toda los poetas del mundo ramoneando versos y versos de poesía lírica o versos y versos de poesía coloquial. 

Darío hablaba de poesía emo y de emosexualidad. Yo creo que hablaba de sencillez en la poesía y Jorge me decía que yo hacía lecturas etnográficas y yo no se que es la etnografía, pero sentía que me acusaba de algo grave. Luego Jorge dijo que la botella de ron era una clepsidra, y decía pásenme la clepsidra, acabemos con la clepsidra o con la clepsidra acabamos nosotros también. La poesía emo no es la nada, es la confusión. Recitáme un poema emo, le dije a Darío. Y Darío dijo que la poesía emo todavía no existía. Es como la poesía del grado cero, interrumpió Jorge; una estructura ausente. Pero yo les puedo asegurar, cabrones, es una estructura ausente pero monumental. Monumental como las bases de la gran pirámide. 

El resto es bien confuso. Alguien estaba cantando. Jorge se fue detrás de unos matorrales y Darío, de egoísta, se fue al frente del carro a fumar mota. Yo ya no pensaba en la muerte de la poesía o al menos eso pienso ahora. En un último arranque tomé un poquito de cenizas de la boina, las mezclé con mi trago y lo bebí. Jorge regresaba de los matorrales. Sentí un olor a mota y mierda fresca. Jorge olisqueó lo mismo y mientras se abrochaba la faja dijo: a eso huele la poesía cuando muere.



¡Hagamos algo, man! Quememos esa boina.



Gustavo Campos

Ciudad de los zorzales, 14 de marzo de 2008. Murió la pobre musa fea de Yorch. El cabrón nos dijo que iba a quemarla, pero nadie le creyó. La mató el cabronísimo este como si tal asesinato contribuyera a la imagen de los Grado Cero. Y lo peor de todo, lo peor de todo es que todos sus amigos contribuimos. A saber en qué momento nos convenció de ayudarlo, seguramente fue cuando bebimos donde Meches y después compramos el ron pleito. Yorch me llamó por teléfono y me dijo que dentro de unos minutos iba pasar Nelson por mí, que andaba pidiéndole permiso a la mamá de Darío para llevarlo a su casa. Dije que estaba bien, que mientras me estaba echando unas cervecitas en la pulpería de mi hermano con una amiga que tiene buen culo, como de ballena, pero que tiene una carita muy de zorra, antes no la tenía y su cuerpo era esbelto. Ratito después me llamó Nelson y me preguntó si ya me había llamado Yorch, le dije que sí, que esperábamos la llamada de Mario porque había dicho que se iba a incorporar en la chupa y en la quema de la musa de Yorch. Era 14 de marzo y Yorch cumplía años. Yo seguí bebiendo Salva Vidas y tomándome fotos con mi amiga Melissa. Ya andaba medio tocado y hasta le di un beso en la boca. No se enojó, pero evitó los siguientes besos que conseguí darle en sus despistes, ella también andaba a verga. Y mis otros amigos querían repetir los besos con ella pero no se dejó, tan puta no es. Llegó Nelson y pitó. Darío venía con él. Fui al pick-up y los invité a tomarse una cerveza conmigo, sólo una. No quisieron. Mierdas, no ruego. Maje, no puedo, aquel maje ya ratos nos está esperando, tenemos que ir a quemar esa mierda. Sólo una, qué te cuesta tomarte una cerveza, después nos vamos. No maje, yo me voy, si te querés quedar es tu pedo. Coman mierda pues. Y seguí bebiendo. Después me fui al billar con unos amigos. No sé por qué putas fui si mis vicios sólo son húmedos: mujeres y cervezas y cualquier otro trago, el que sea, con tal que me ponga a verga y me tranquilice todo el estrés que acumulo en el trabajo de mierda ese en el que estoy, donde han mutilado mi espíritu. Yo antes era lo más parecido a un mendigo, lo dijo Cioran y lo digo yo. El trabajo es una maldición de la señorita Dios, “vas a trabajar porque sabés que Eva está desnuda y porque ya te la pisaste y yo la quería para mí”. Como si nadie supiera que el cabrón de Dios se la pasa cambiando de formas y de nombres en todas las civilizaciones, se la tira de inocente y decoroso y dejó a uno de sus patriarcas reproducirse con sus hijas e hijos para continuar con su estirpe. En una época anduvo disfrazado de Zeus y de toro fornicario. Volviendo al billar, encontré a mis hermanos y a unos amigos. Seguí bebiendo mientras ellos jugaban. Pagué en la rockola 30 canciones y las marqué, música vieja, nada de Pink Floyd ni de The Doors, o de Black Sabbath, ya me tienen a verga esos hijosdeputa que creen que esa música debe de gustar siempre en cualquier lugar, son pose, tengo un amigo que le aprendió la pose a otro amigo que se jué para España. Sólo rock, sólo rock, me pela la punta de la verga el rock. Sonó el Piporro y José Alfredo Jiménez, marqué “La cruda” como 6 veces, de Dyango y de Nino Bravo, de Chente y de Bronco, de Marisela y de Caifanes, de Jarabe de Palo y de Depeche Mode, entre muchas otras. Eran como las 11 de la noche y me llamó Yorch. Y siguieron llamándome Nelson y Yorch. Y siguieron llamándome. Yo bebía y escuchaba mis canciones de ese día como las del Bukis y hablaba con mi hermano. Me llamaban Nelson y Yorch y les decía que no jodieran, que con quien andaba envergado era con Nelson que no quiso quedarse ni pija a tomarse una cerveza conmigo mientras nos íbamos a quemar a la musa gris de Yorch. Puta, Gustavo, no sea así, yo quiero que compartamos todos como Poetas del Grado Cero que somos, dígame dónde está. Estoy en el billar. Puta, no joda, nosotros estamos en la montaña quemando esta mierda, viera que pija de show. Otra llamada. Esta mierda está pijuda, Gustavo. Quemamos la poesía. El humo de esa boina gris se quemaba y gemía a humos, su metarrelato de jirafas ascendía hasta el cielo pidiendo auxilio, el humo era su cuello y la mudez el cielo. Véngase no joda. No voy a ir, estoy chupando. Después pedí hablar con el cipote, Darío, y le decía que debía aprender a chupar en estancos, que qué era esa mierda de andar freseando y tirándoselas de niños bonitos, que ni verga, que hay que beber en cualquier parte, poner la rockola y seguir bebiendo. Y seguí dándole consejos de borracho sobre borracherías al pobre cipote. Llamé a Junnior y le dije lo mismo. Después nos fuimos con mis amigos y primos y hermanos al karaoke y cantamos. Después nos fuimos donde Lupe a comer baleadas, tenían hambre mis primos y hermanos, pero les dije que con una condición, que después nos fuéramos a Cocktail a visitar a mi novia. Pedro me dijo que sí, que él quería amanecer bebiendo conmigo, lo mismo dijo un hermano y ya eran casi las 4 de la mañana. Me llamó nuevamente Yorch y me preguntó dónde estaba, le dije que en la tercera avenida, por la 14 calle, comiendo baleadas. Ya vamos para allá, Gustavo, no se mueva, que ya quemamos esta mierda. Y recuerde que es mi cumpleaños. Muy bien, le dije. Llegaron. Nelson que ni se me acerque, le dije a Yorch, le di un abrazo al ahora huraño Yorch y le dije que disculpara, que él sabía muy bien que yo quería quemar esa mierda, que desde el año pasado estaba muerta la poesía y que debíamos enterrarla de una vez por todas. Mire, Gustavo, usted…bueno, mejor me voy a la verga, les dije. Me fui. Pero antes le regalé mis baleadas a Yorch. Y me fui a la verga. Me llamaron por phone, yo quería visitar a mi novia de Cocktail y seguí caminando por las avenidas poco alumbradas de la avenida los Leones y del Barrio El Centro. Seguí caminando y recibí llamadas, les dije que comieran mierda, que ya me había ido, llamadas del cipote y de Nelson, llamadas de Pedro y de Luis, llamadas de Yorch y de mis hermanos y primos así que decidí apagar el cel. Seguí caminando y llegué a la primera calle a buscar a Sandrita, compré condones y pensé ir a visitar a mi novia. No seás maje, Gustavo, no seás maje, no gastés el poco pistillo que ganás en ese trabajo de mierda, mejor andate a la casa y tomé taxi y me fui a casa. Casi gasto 500 pesos en motel y puta, más, porque el motel vale 300 lempiras y las putas que siempre dicen no hacerlo anal, sólo vaginal y oral, “incluye posiciones”, rondaba los 400 lempiras más el taxi, ni verga. Me fui a casa. La boina había sido quemada y guardada en una bolsa de plástico. Debía levantarme temprano e ir a trabajar. Pero antes debía dormir y para dormirme debía masturbarme, siempre me gusta hacerlo cuando ando a verga, claro, si no consigo con quien coger, y duermo desnudo, siempre duermo desnudo cuando ando a verga, será porque mi verga requiere mucha atención y se la pasa tensa, más que yo, y roja porque mi glande se infla de tinta… Sabía que no iba levantarme temprano, el trabajo para otros.





Sólo soy un pendejo que no tiene nada bueno que decir.

Darío Cálix


Me pasó recogiendo Nelson tipo ocho o nueve de la noche por mi casa.
-Dijo Jorge que hoy le prendía fuego a la boina -me dijo. 
-Ah -le dije yo. 
-Sí. Ahorita vamos a traer al Gustavo y luego pasamos por Jorge.
-Bueno.

Nelson fue hablando en el camino acerca de un curso de mandarín al que se había metido, el cual resultó ser una estafa. Me contó que no había aprendido nada más que un par de palabras pero que eso sí, había un par de culitos decentes en la clase. Me dio risa y me pregunté para qué putas querría alguien estudiar mandarín acá. Nelson procedió a hablarme de Li Po y Po Chu-I, autores que yo no había leído todavía. Yo estaba pensando en lo divertido que sería llegar a un restaurante chino y hacer la orden en mandarín y en dónde diablos podría encontrar algo de Li Po y Po Chu-I. Pues sí, hay que leer, hay que leer, pero, sobre todo, hay que leer, pendejos.

Encontramos a Gustavo en la pulpería donde siempre está, bebiendo como siempre:

-Bájense, échense una cerveza aquí conmigo. Estoy aquí con unos amigos y una amiga muy bonita, además. 

Miré a la tal amiga y sí, nada mal. 

-Vámonos vo, Jorge ya hace ratos nos está esperando -le dijo Nelson. 

-¿Puta y yo qué? ¿No se pueden bajar un momento a compartir aquí conmigo? 

-Ni pija hombe, vámonos. Es el cumpleaños de Jorge, nos está esperando. 

-Adiós entonces. Que les vaya bien.


Que no joda Gustavo. Nos despedimos del borracho y nos reunimos con Jorge. Le explicamos que Gustavo andaba bebido ya y que nos había corrido (aunque hasta el día de hoy no lo acepte el hijueputa). Le habló Jorge y le salió con la misma mierda. Que no joda Gustavo. Nelson empezó a hablar de los cuentos de Rulfo y de Pedro Páramo con Jorge. Yo como no había leído a Rulfo todavía, me quedé callado escuchando. Rara vez sé de qué o de quién putas hablan estos majes, así que me limito a escuchar y a tomar nota. Bueno, la verdad es que rara vez digo algo. Jorge me dijo una vez que yo era bien extraño. Supongo que lo soy. No sé, sólo soy un pendejo que no tiene nada bueno que decir.

En fin, nos fuimos a comprar las bebidas. Una botella de ron para el cumpleañero, faltaba más. Llevemos unas cervezas también, dijo Nelson. Me preguntó de cuál prefería y le contesté que me daba igual, si yo con dos tragos de lo que putas sea ya ando a verga. Pero llevemos cigarros, les dije, que para fumar si soy perro.

¿Y para dónde vamos? ¡A la montaña a quemar esa mierda! En el trayecto recordé aquellos días nada lejanos en los que fantaseaba con conocer escritores, cuando no conocía a nadie que escribiera y cuando nadie sabia que yo escribía poemas (¿cómo y a cuál de mis pocos amigos les iba a estar contando semejante culerada?). Ahora que he conocido a varios puedo decir que no tienen nada de especial. La literatura misma no es tan especial que digamos. Todo esto ha perdido el encanto, y me alegro de que así sea. 

Pues llegamos finalmente a un buen sitio, con una hermosa vista de la ciudad, bebimos un buen rato hasta que le llegó la hora a la boina. La colocamos en una roca y le dimos fuego, pero la muy puta no quería prender. Agarré unos platos de plástico que estaban tirados ahí y con eso sí empezó a quemarse. Nos reímos, brindamos, celebramos en torno a la boina que yacía en llamas. Así hasta que se apagó, el último signo de la poesía. Adiós, pues. Encendí un cigarro y mire alrededor, no había nadie más aparte de nosotros. Ni un sólo testigo del absurdo…

Muere boina muere


miércoles, 9 de abril de 2008

La boina gris con su muerte ridícula y sus espantapájaros poéticos

PRIMERA PARTE


Jorge Martínez Mejía

Por la tarde, Jonh Connolly nos había sorprendido con su desgarrada imaginación de trovador moribundo. El busito se embelezaba virando hacia fuera de las montañas, a los costados del extenso río ennegrecido. Inmensas figuras verdosas se estremecían sin sospechar las imágenes que en la burbuja de aire apretado, dentro del bus, salían de la imaginación forzada de Connolly. –Hoy es el día que muere- les había dicho- y me reía, no me importaba que fuera una boina bonita. –Entonces qué pedo, preguntamos al llegar. No andábamos ni un cinco. A Mario lo habían invitado a la presentación de los nuevos favores de una tarjeta de crédito, tenía asegurada la velada. Gustavo quizás se imaginaba sacando una botella al crédito en el negocio del hermano; el poetía Júnior no se sabía qué demonios iba a hacer. Jonh Connolly y Javier Hernández se irían a un pueblo remoto a escuchar a un insufrible Aute; en fin la situación era un desastre, un velorio sin asesinato. -Ahí te voy a echar la llamada- me había dicho Mario al bajarme del busito. En el fondo yo no le creía, hacía algún tiempo que Mario había reflexionado respecto de andar tirando el dinero en bebida sólo por compartir con unos vagos con ínfulas de poetas postmodernos. Más tarde fui al cajero automático para retirar los últimos doscientos lempiras, los había reservado para la incineración. Fui a comprar una tarjeta telefónica para cargar el teléfono y convocar a los Poetas del Grado Cero a la realización de la Logia Plena.

-¿Entonces?
-¿Mario dijo que iba a llamar, no?
-Bueno, si no llama a las nueve nos reunimos en cualquier sitio. Uno de los poetas me llamó indicándome que ya venía en su carro y que iba a pasar por el Cipote, el poeta más joven del grupo; que luego iba a pasar por Gustavo. Llamé a Gustavo y le dije que Nelson iba a pasar por él en unos treinta minutos, que ya Mario, definitivamente, no iba a llamar. En medio de la calle, cerca de donde había comprado los cigarrillos, un perro aplastado mostraba la lengua todo despanzurrado. Encendí el cigarro y retorné a la teoría, a las millonésimas partículas de polvo disueltas en la arena del pavimento. En Japón las chicas no son mojigatas y son más divertidas que los poetas de aquí, pensaba. O los niños de la India que juegan alumbrados por la luz muerta de la luna, antes de dormirse. La idea del gran bacanal, pensé, qué triste, el único fuego es la conversación del hombre. Libre de eso, la rutina, el ocio inútil, el Canal de Panamá con sus enormes faroles iluminando la mercancía del imperio y en las pobres calles por las que circulo, el perro muerto, despatarrado.

-¿Entonces qué ondas? – dijo Nelson- pasé por dónde Gustavo y ya estaba chupando con unos tipos ahí, no se quiso venir con nosotros.
–Llamémoslo otra vez, dije, y le marqué.
-¿Entonces qué pedo? ¿Va a venir o no va a venir?
-Es que Nelson viene y no se quiere echar una con nosotros.
-¿Pero entonces, va a venir…?
-¡Vámonos a la verga -les digo- el cabrón tampoco va a venir! Por la calle, mientras el carro se bambolea ante el silencio brutal de Darío, el Cipote, Nelson divaga sobre los cuentos de Rulfo intentando vincular todos los elementos que hacen falta para que sea una noche dedicada a la literatura, hacer el absurdo más claro, más evidente. Cualquier intento es equívoco –pienso- la generación de un discurso sin fuerza, una erupción blanda sobre la piel de una historia trazada para ser vista sin profundidad. Nos detuvimos en una licorera y compramos unas botellas de ron, unas cervezas, unos cigarrillos, unas tostadas con sal, bla, bla, bla, sólo pendejadas.

-¿Dónde vamos?
-Vamos a la montaña. Allá morirá la puta. Hoy es el día en que la enterramos ¡Muerte a la poesía y su metarrelato de jirafas!

martes, 25 de marzo de 2008

Oda menor para una boina gris






Por John Connolly


A Jorge Martínez Mejía
Poeta del Grado Cero



Yo te boino,
boina,
boina mía,
boina de siglos de agonía.

Boina de tanto encuentro,
boina de todas las tertulias, de versos,
de metidas de pata, de jodas de poetas,
de guaro, de burdeles, de recitales
y lunas tristes,
de noches de tormenta.

Boina antigua y presente,
cábala de la muerte, presagio de la vida;
cálida pesadumbre sobre el escaso día de mi frente.

No sabes cuánto me cuesta, boina tierna,
entender por qué tengo que incinerarte en el olvido,
este inquisidor fuego al que me ha esclavizado la poesía,
me dice que no hay otra forma de amarte y someterte.

Boina de mis últimas estaciones;
tibia y solemne en el fuego del verano,
húmeda y solidaria en el invierno,
misteriosa y mutable en el otoño de los años.

Boina, flor gris en la espalda de cada primavera.

Boina solemne,
alta,
brava ante toda injusticia,
tierna amante en la mañana.

Aunque entienda que después de tu incineración
mi cabeza estará más al filo del peligro,
no habrá jamás sombrero o gorra que ocupe tu lugar sobre mi frente,
las canas que pudieran quedarse
se quemarán contigo
como también se quemará contigo la poesía.

Boina feliz,
boina salvaje,
boina de gritos leves,
boina luz,
boina bomba,
boina canción,
boina suspiro,
boina de terciopelo,
boina del Grado Cero,
boina sobre todas las boinas ancestrales.

Ninguna otra boina entre todas
podrá rasgar tu investidura
porque fuiste guerrera hasta la muerte,
hasta que el último soplo de tus cenizas nobles
se marchó con el viento de la tarde.

Hoy, sereno, de pie frente al dolor que me causan tus cenizas
me declaro enemigo número uno de todas las boinas
pasadas y presentes,
y vuelvo a ser el hombre sencillo de la calle
con mi cabeza libre al fin
de tu cárcel de lana enmohecida.



(Ensayo ganador del Concurso Muerte a la Poesía. Primer y Único Premio otorgado por unanimidad por el Jurado de la Logia del Grado Cero el día 14 de marzo de 2008. Día Mundial de la incineración de las boinas y otras vainas poéticas).

Premio: Dos cajas de cerveza Salva-Vida a cero grado de enfriamiento.
Favor pasar a reclamar en el Falso Olimpo antes de que se las tomen los últimos poetas que quedan.

martes, 18 de marzo de 2008

Super Onán

Hay otra universidad, desconocida, un falso olimpo, un parnaso apócrifo, hasta donde los pigmeos no llegan por temor a las bestias. Más tarde, la fosa se abre y caen uno a uno los que jamás despiertan, los que vivieron agachados en línea perpendicular con la muerte. Sólo los que miran su entorno con ojos desconocidos y curiosos despiertan e inventan la otra universidad. Los valientes. Los Super Ceros.

domingo, 9 de marzo de 2008

Por fin, la noche sampedrana

Hernán Antonio Bermúdez
“Nada tan efectivo como la violencia rural en el espacio urbano, si se la sabe emplear de modo fulminante y teatral”.
Roberto Castillo

Hace poco más de un año apareció Las virtudes de Onán, libro que agrupa cinco relatos de Mario Gallardo quien, conocido hasta ahora como autor de las antologías El relato fantástico en Honduras (2002, 2004) y Honduras. Narradores siglo XX (2005), incursiona por primera vez en la narrativa con su propia voz.
Se trata de un libro refrescante donde proliferan los axiomas de la lujuria y el sexo es la única lingua franca. Intensamente erótico, en buena parte de Las virtudes de Onán se asiste a una especie de rapacidad sexual, narrada con desparpajo, como pocas veces se ha visto en la narrativa hondureña. La única comparación posible sería con la desinhibición lúbrica que ha solido desplegar en su obra Horacio Castellanos Moya. Fuera de éste, nuestros mejores narradores, Marcos Carías, Eduardo Bahr, Julio Escoto y el mismo Roberto Castillo, lucen recatados al lado de Mario Gallardo.
Y es que así labora la historia literaria: cada generación subsana los vacíos de sus antecesores (Gallardo es cinco años menor que Castellanos Moya y doce años menor que Roberto Castillo), cada generación –así como cada escritor individual- formula sus propias demandas a la literatura, y posee sus propios apremios expresivos.
Cabe destacar la notable habilidad de Gallardo para insuflarle vida a la composición de sus relatos, tanto en el bosquejo de los personajes como en el tejido de la temática total, pues cada hilo de la trama está entreverado para configurar el repertorio cuentístico del libro (a excepción de “El discreto encanto de la H”, más ensayístico –o digresivo- que narrativo).
Las virtudes de Onán es un libro del todo legible y capaz de valerse por sí mismo, y existe merced a la persistencia de una tonalidad y de un estilo. Éste es simplemente el ritmo narrativo que mejor se acopla a la forma en que el autor se imagina la realidad.
Además de su osadía erótica, Gallardo sabe evocar la vibración y atmósfera de San Pedro Sula que, hasta ahora, conserva su virginidad en el plano de la ficción.
El autor es capaz de mostrar la geografía literaria de una ciudad, a veces inventada y a veces real, a ratos generada por una operación memoriosa, a ratos surgida gracias a una elaboración imaginativa.
En efecto, Gallardo ha edificado una primera aproximación a lo que sería una topografía literaria sampedrana, más real que inventada, menos imaginada que existente. Ciudad sitiada por ladrones, hampones y criminales, donde la violencia y el peligro acechan de continuo, y se vive bajo el asedio permanente de la bestialidad. Y, por si fuera poco, espantosamente provinciana, de la que se está tentado de escapar.
Se trata de una prolija empresa estética: la ciudad elaborada, imaginada y evocada por el autor de Las virtudes de Onán emerge como resultado de un empeño en el cual la realidad es fabulada para que, una vez dentro del ámbito de la ficción, lo verosímil y lo inverosímil (o, si se prefiere, lo posible y lo imposible, lo creíble y lo increíble) se encuentren e interactúen en un mismo nivel: el narrativo.
Así, se dan los primeros pasos para configurar un cosmos urbano en el valle de Sula, tan ficticio como realístico, tan cabalmente inventado como perfectamente plausible. Gallardo ha iniciado, pues, la elaboración de una ciudad literaria que, si bien sólo es dable en la imaginación, resulta del todo apta para revelar esa otra que, perturbada, yace a la sombra del Merendón.
San Pedro Sula, la urbe que sirve de escenario para los relatos agrupados en este libro, pareciera destilar una pócima viscosa y turbia que impregna a sus habitantes pero, al mismo tiempo, resulta atractiva pues constituye la única instancia donde la vida cobra sentido para sus moradores. Vale decir, la ciudad conforma al individuo, lo moldea, y no a la inversa: lo habita, es –a su vez- personaje y no mero paisaje.
De allí que Heimito, el protagonista del excelente relato “Noche de samba bárbara” (quizá el mejor junto con el que le da nombre al libro), se lance (previo paso por Copán Ruinas) al tránsito desasosegante de una ciudad que parece estar dispuesta a cumplir una amenaza que apenas se hace explícita, aunque al final Wilmerio, su inminente asesino, “oprime con fuerza el puñal” (p. 48).
Tanto en “Noche de samba bárbara” como en “Las virtudes de Onán” el lector es llevado a sumergirse en el trajín nocturno, bacán y pecaminoso, del trópico absoluto. Al calor de las cervezas “Salvavida”, y de los efluvios de la marihuana, la promesa sexual agita los sentidos e incita al aturdimiento, lo que le costará la vida a Heimito, ese austriaco alborotado y gozador. Onán también será sórdidamente liquidado por haber sido testigo involuntario de un acto homosexual protagonizado por un jerarca militar, tras una larga noche bohemia y accidentada, en cuyo transcurso asiste al primer “Miss Honduras Tercer Sexo Belleza Nacional”.
Las virtudes de Onán está poblada de guiños a novelas como Tres tristes tigres, de homenajes literarios (a Cortázar y a otros conspicuos miembros del “boom”), de referencias musicales, roqueras, de alusiones al cine, de descalificaciones e improperios. A ratos, el autor no parece contenerse al airear sus “simpatías y diferencias”, resuelto a “marcar”su territorio.
Se sabe que cada libro interactúa de manera impredecible con el medio histórico-cultural que le es propio, y los mejores escritores son aquellos que contienen en sus obras una buena parte de la dialéctica de su cultura y de su época. Aldo Busi alude a ello en términos más prosaicos: el escritor es el guardarropas del teatrillo de su tiempo.
En ese sentido, Las virtudes de Onán es un libro clave para entender las entrevisiones de una nueva generación literaria hondureña. No se trata, aclaremos, de un documento sobre un momento determinado ni la manifestación de un cierto género o programa. Se trata, ante todo, de la expresión única de la visión individual de su autor, cuyo brío y audacia sobresale en la “noche de Walpurgis” tanto de Heimito como de Onán (ese alter-ego del narrador), en la que toda apariencia de orden resulta, a la postre, demolida.
Hay pocas fallas en esta obra: es inevitable mencionar expresiones flojas como “viajar hacia el pezón y retorcerlo con pérfida dulzura” (p. 20); “(el) vacío intergaláctico de su estómago” (p. 35), o “para un detestable y adorable vago como yo” (p. 60).
Debo igualmente admitir que las alusiones a Horacio Castellanos Moya en la página 75 me desconciertan, habida cuenta de la reciente tentativa de adjudicarle el premio nacional de literatura, y de los argumentos válidos esgrimidos por Rodolfo Pastor Fasquelle al respecto, que no es del caso reiterar.
Nada de lo anterior opaca el valor de un libro herético, provocador, de meritoria valentía y de una solidez incontrastable. Las dotes de narrador de Mario Gallardo le auguran una prometedora carrera literaria.

Quito, 6 de marzo del 2008


Tomado de mimalapalabra

domingo, 2 de marzo de 2008

Los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles.


YO era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Angeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una Logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles. Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de la de los demás?

Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de Religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de Filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión. no me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte.

Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre.

Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron los libros sobre cirugía: las palabras eran nuevas y maravillosas las ilustraciones. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.

Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos. (Cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa le perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas.) Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, y casi todos dormidos sobre el libro abierto.

Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación.

Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto.

Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El libro se titulaba Pregúntale al polvo y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé Pregúntale al polvo y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. Dago red y Espera a la primavera, Bandini. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa.

Sí, Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: «¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!».

Fante fue para mí como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarles en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo, me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de Angel’s Flight en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca.

Treinta y nueve años más tarde he vuelto a leer Pregúntale al polvo. Quiero decir que lo he vuelto a leer este año y que todavía se sostiene, al igual que las demás obras de Fante, pero que éste es el libro que prefiero porque constituyó mi primer encuentro con la magia. Escribió otros libros, además de Dago red y Espera a la primavera, Bandini. Por ejemplo, Plenitud de vida y Hemanos de vino. En la actualidad está escribiendo otra novela, Sueños de Bunker Hill.

Al final, gracias a otras vicisitudes, he conocido al novelista este mismo año. Queda mucho por decir de la vida de John Fante. Una vida con una suerte extraordinaria, con un destino horrible y llena de una valentía tan natural como insólita. Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión.

Es todo. A partir de este momento, el libro pertenece al lector.


C. B.
5-6-79

lunes, 25 de febrero de 2008

LAS OBRAS MAESTRAS DE LA LITERATURA


Cuba, 7 noviembre

Tenía necesidad, para ciertos propósitos míos, de conocer lo que los profesores de los colléges llaman las «obras maestras de la literatura». Di a un laureado bibliotecario, que me aseguraron que era un conocedor perfecto de ellas, la orden de prepararme una lista, lo más restringida posible, de obras, y de procurármelas en las mejores condiciones. Apenas me hallé en posesión de estos tesoros, no permití la entrada a nadie, y ya no me levanté de la cama.
Las primeras se me antojaron malas y me pareció increíble que tales humbugs fuesen verdaderamente los productos de primera calidad del espíritu humano. Aquello que no comprendía me parecía inútil; lo que comprendía no me gustaba o me ofendía. Género absurdo, aburrido; tal vez insignificante o nauseabundo. Relatos que si eran verdaderos me parecían inverosímiles, y si inventados, insulsos. Escribí a un profesor célebre de la Universidad de W. para preguntarle si aquella lista estaba bien hecha. Me contestó que sí y me dio algunas indicaciones. Tuve valor para leer aquellos libros, todos, menos tres o cuatro que no pude soportar desde las primeras páginas.
Huestes de hombres, llamados héroes, que se despanzurraban durante diez años seguidos bajo las murallas de una pequeña ciudad, por culpa de una vieja seducida; el viaje de un vivo en el embudo de los muertos como pretexto para hablar mal de los muertos y de los vivos; un loco hético y un loco gordo que van por el mundo en busca de palizas; un guerrero que pierde la razón por una mujer y se divierte en desbarbar las encinas de las selvas; un villano cuyo padre ha sido asesinado y que, para vengarle, hace morir a una muchacha que le ama y a otros variados personajes; un diablo cojo que levanta los tejados de todas las casas para exhibir sus vergüenzas; las aventuras de un hombre de mediana estatura que hace el gigante entre los pigmeos y el enano entre los gigantes, siempre de un modo inoportuno y ridículo; la odisea de un idiota que a través de una serie de bufas desventuras sostiene que este mundo es el mejor de los mundos posibles; las peripecias de un profesor demoníaco servido por un demonio profesional; la aburrida historia de una adúltera provinciana que se fastidia y, al fin, se envenena; las salidas locuaces e incomprensibles de un profeta acompañado de un águila y de una serpiente; un joven pobre y febril que asesina a una vieja, y luego, imbécil, no sabe siquiera aprovecharse de la coartada y acaba cayendo en manos de la Policía.
Me pareció comprender, con mi cabeza virgen, que esa literatura tan alabada se hallaba apenas en la edad de la piedra, lo que me dejó desesperadamente desilusionado. Escribí a un especialista en poesía, el cual intentó confundirme diciéndome que aquellas obras valían por el estilo, la forma, el lenguaje, las imágenes y los pensamientos y que un espíritu educado podía experimentar con ellas grandísimas satisfacciones. Le contestó que, por mi parte, obligado a leer casi todos aquellos libros en traducciones, la forma importaba poco, y que el contenido me parecía, como es, anticuado, insensato, estúpido y extravagante. Gasté cien dólares en esta consulta, sin ningún fruto.
Por fortuna conocí más tarde a algunos escritores jóvenes que confirmaron mi juicio sobre aquellas viejas obras y me hicieron leer sus libros, donde encontré, entre muchas cosas turbias, un alimento más adecuado a mis gustos. Me ha quedado, sin embargo, la duda de que la literatura sea tal vez incapaz de perfeccionamientos decisivos. Es muy probable que nadie, dentro de un siglo, se dedique a una industria tan atrasada y poco remuneradora.

G. P.

lunes, 18 de febrero de 2008

Membretes


Con la poesía sucede lo mismo que con las mujeres: llega un momento en que la única actitud respetuosa consiste en levantarles la pollera.

O. G.

domingo, 17 de febrero de 2008

La poesía es una mierda desde hace siglos


“Siempre recuerdo que, en el patio de la escuela, cuando aparecía la palabra ‘poeta’ o ‘poesía’, todos los pendejos se reían y se burlaban. Puedo ver por qué: es un producto falso. Ha sido falso y snob y endogámico por siglos. Es ultradelicado, sobreapreciado. Es un montón de mierda. Durante siglos, la poesía es casi basura total. Es una farsa. Ha habido grandes poetas, no me entienda mal. Hay un poeta chino llamado Li Po. Podía poner más sentimiento, realismo y pasión en cuatro o cinco sencillas líneas que la mayoría de los poetas en sus doce o trece páginas de mierda. Y bebía vino también. Solía quemar sus poemas, navegar por el río y beber vino. Los emperadores lo amaban porque podían entender lo que decía. Por supuesto, sólo quemó sus poemas malos. Lo que yo quise hacer, si me disculpa, es incorporar el punto de vista de los obreros sobre la vida... los gritos de sus esposas que los esperan cuando vuelven del trabajo. Las realidades básicas de la existencia del hombre común... algo que pocas veces se menciona en la poesía desde hace siglos. Mejor, que quede registrado que dije que la poesía es una mierda desde hace siglos. Y una vergüenza”.

H. C.

martes, 12 de febrero de 2008

lunes, 11 de febrero de 2008

Sobre la discusión de todos estos asuntos

Poetas del Grado Cero, en Asamblea Extraordinaria, invita al debate responsable, con intención polémica si es necesario, de los siguientes temas:

  • Muerte de la poesía (Nuevos derroteros de la Literatura hondureña) Propuestas y vías políticas contemporáneas para el fortalecimiento del quehacer cultural en Honduras.
  • Generación de espacios públicos válidos para la discusión sobre la temática cultural.
  • Sobre la discusión de todos estos asuntos, aceptaremos sus propuestas.

Poetas del Grado Cero.

Nota: La orientación ética de nuestro movimiento sigue en pie.

domingo, 10 de febrero de 2008

Acabemos con los insulsos vividores de la ignorancia


Sepan que no tengo cólera, ni odio persistente, ni llamas, ni ceniza, ni nada. Ninguna luz me ciega y estoy completamente convencido que todo esto es una perorata estéril, que quizás vuelva locos a algunos delirantes sin imagen. Pero este aburrimiento insano de repetir los mismos mitos, los secos ideales, la intención de vivir clavados en un pasado, subiendo la montaña, entrando a la iglesia de nadie donde yace sepultada la verdad. ¿No creen que a todos ustedes les falta un tornillo, un hueso cierto fracturado que les duela? Terminen con eso, acaben de verse en el espejo como víctimas sin agenda o como mesiánicos salvadores de nadie. ¿O es que acaso no se han dado cuenta que siempre le entregan las llaves a los sacerdotes y son ellos quienes los representan ante los corruptos consagrados? ¿Quién de ustedes es el revolucionario que enfrenta a esa recua de corruptos que se instala frente a los hambrientos como arquetipo del Mesías o del Ché? Ustedes pretenden vivir andando sobre las mismas pisadas de héroes fenecidos para regresar a su casa a verse en la misma soledad, en el olvido, mientras el poder puro e invisible se ríe de ustedes en sus propias caras. Rían un poco, búrlense un poco de ese poder omnímodo que los ha colocado en la condición lamentable de una impotente llanura. Pero no dejen de caminar sobre otros senderos y olvídense de los arquetipos. No hay nada nuevo. Acabemos con los insulsos vividores de la ignorancia. ¡Muerte al mito! ¡Muerte a la poesía! ¡Muerte a la belleza, vamos por las feas!

Super Cero Lógico

sábado, 9 de febrero de 2008

¿Sueña Fabricio con ser un replicante?

¿Yo Paíspoesible? ¡Ni loco! No me imagino, en primer lugar, llamándoles solemnemente “poetas” a mis amigos al tiempo que nos fundimos en uno de esos abrazos de hermanos dispuestos a cambiar el mundo con nuestra solidaridad. No puedo imaginarme tampoco escribiendo cada noche los versos humanísimos que habré de leer la mañana siguiente en un parque, un mercado, un colegio o una prisión para rescatar almas perdidas y afiliarlas a un supuesto ideal que todo lo cree posible. No, definitivamente no puedo imaginarme siquiera cómplice de alguna de las bufonadas de Paíspoesible.
La verdad es que me aburre pensarme poeta, pensar que la poesía –acaso muerta ya- es un arma obsoleta cargada de futuro, pensarme “pugnando con esternón y estilete”, pensar que todos los que están a mi alrededor son mis hermanos, que formo parte de un movimiento que representa la esperanza del mundo.
“He visto cosas que ningún ser humano ha visto”, dice el último de los replicantes en la memorable escena de Blade Runner, y algo parecido se le oye balbucear a Fabricio Estrada en su manifiesto cuando dice: “nosotros hemos visto el atorrante mundo del video clip y su hardcore”. Ahora sí que logro imaginar algo: a Fabricio y algunos de sus hermanos impoesibles con una paloma descendiendo a sus cabezas, mientras en el fondo un unicornio atraviesa quizá un arcoiris. ¿Qué hermoso, no creen?
Gracias, Fabricio, pero no, yo no soy Paíspoesible. Ni lo quiera Dios! Esa “poética” de ustedes, mitad Philip K. Dick y mitad Marinetti, que proclama que “no hay que seguir imaginando al nuevo ser humano desde la teoría del arte y su estética”, no va conmigo. Creo, Fabricio, que definitivamente no se puede imaginar “desde la teoría del arte y su estética” ninguna otra cosa que no sea a un artista, porque si quisiéramos imaginarnos a un ser humano, bastaría con la “teoría del abrazo y la palmadita en la espalda”, y ya sabemos que para esto no se necesita escribir un tan solo poema. Conozco muchos seres humanos que no escriben versitos para demostrar alguna cara de su humanismo.
Cómo voy yo a identificarme con eso de la “carcajada agónica que apenas se contiene” cuando la frase misma entraña una contradicción: ¿una carcajada que está muriendo pero que apenas se contiene? ¿Cómo entender semejante paradoja? O con aquella otra barbaridad de que Tegucigalpa es el ombligo de Honduras, cuando bien sabemos que es Olanchito (según declaraciones de Mando García), y cuando habría que decir más bien que Tegucigalpa es el hoyo de Honduras, el enorme agujero en cuyo fondo yacen el nombre de la patria y sus hundidos últimos patriotas.
Gracias, Fabricio, pero no, yo no soy Paíspoesible. Que se borre mi nombre de esa lista.

Giovanni Rodríguez

Continúo en escena



Continúo en escena, cada vez más trivial y próximo a una verdad material en la que mi propia vida cambia. Quizás yo mismo sublimo mi pequeña historia de antihéroe y paradójicamente me acerco al desaparecimiento del poeta que he sido. Aquí no hay una escenografía, un proscenio, una candileja o una tramoya de donde pendan los proyectores para alumbrar a nadie. Aquí estoy yo solo y mi verdad. La ciudad es un sueño por el que he caminado sin rumbo, un ideal que no se realiza sino en el forcejeo de quienes la habitamos. Jamás saldremos de aquí, de esta envoltura de aire enrarecido y cada quien encarnará su papel aunque no quiera. Yo soy el mito, mi utopía, y no soy arquetipo de nada, y no obstante siento mi rostro convertido en la infame figura de Jorge Martínez Mejía que intenta liberarse de mí. Lo he escogido a él porque encarna perfectamente el rostro novelesco de un poeta que renuncia a su esencia, a su sueño. Jamás será un poeta liberado, demasiado bien le queda el papel y su apasionamiento lo ubica en el límite, en el extremo favorable para su interpretación. Su vehemencia, su sacrificio cotidiano, su posibilidad para profundizar en los secretos del arte, su habilidad con el lenguaje; todo lo eleva como mi candidato preferido. Cuando me he puesto a pensar en otro que tenga su perfil, su impasibilidad, su aire guerrillero, su tesón, me he turbado con deleite. Sólo él puede renunciar a lo que ama, a su dulcísima mater. En los entreactos conversa con sus amigos y su hermano y poco a poco va tejiendo la historia de su renuncia, va construyendo su propia leyenda, sus nuevas ilusiones de salirse de la época. Y la episteme se alza en su corte sincrónico y lo cruza y lo parte en dos y la verdad le pasa por encima. Somos demasiado débiles para conocer lo que hay más allá de los grandes relatos. Somos frágiles. Como la arcilla nos humedece la historia y la leyenda y cada cual juega su papel, su acto, y exhibe los hilos del único guión posible. Mi rostro de poeta se va desdibujando en la medida en que me adentro en la intimidad de Jorge Martínez Mejía, y su fuerza racional y su juego de matarse supone que hay un hombre detrás de ese nombre. Es necesario un acto para empezar una nueva escena, un acto de conciencia, una renuncia profunda, un olvido exacto, las palabras dichas con la precisión cirujana que rompan el último hilo de la historia. En el escenario, Jorge Martínez Mejía interpreta el mimo en que golpea el vaso de cristal donde sufre su encierro.


Gracias Super Cera Negra

Super Cero Lógico
Cristeva Dixit

viernes, 8 de febrero de 2008

Nuevo manifiesto de la niña malcriada


Acuerpada por el planchador de belgas gordas al son del euro y autoproclamado curador de insanias seudoartísticas, la imposiblemente poética niña regañada se atrevió a defecar en la blogósfera con su acostumbrado canturreo melindroso. Y, modernista al fin, optó por clonarse en Molina asexuado para refrendar grandilocuente ars poética, manifiesto barriobajero preñado de su tradicional estulticia, visión trasnochada de capitalinos desvelos, donde el hallazgo señero es su renuncia al Nóbel y la certidumbre del Premio Nacional, cuando llegue a vieja, pedorra y acogotada. Y entre suspiros y ventosos enumera, plañidera, a su cohorte de inasibles párvulos, anteojos y orejeras, prostitutas, lesbianas y caimanes barbudos.

Pero, no te asustes tierna niña, puedes seguir considerando tu erizado agujero como el roñoso centro del mundo; ni misquitos ni limeños, ni olanchitos ni garífunas aspiran a despojarte de tu publicitada gloria, así que puedes dormir tranquila: entre la luna que te traga y el perenne cigarro del turco maloliente, tu futuro yace asegurado, como cuando le hacías los mandados al pastor del maduro rebaño. La posteridad os hará justicia, dulce zagala de atiplado acento, y el país entero (Amberes incluida) se rendirá ante la rotunda evidencia de vuestro mendicante estro.


Capitán en Controles
Poetas del Grado Cero

Receta para ser poeta (a güevos)


Hable gueisadas similar a Parvulín.

Diga lo que sea: “apesta este mojón”,
“Ya me meo, tengo mal de orín”.
O diga: “No puedo, soy un cachiflín”,
“Ya nuice nada, me entró la cagazón”.

¿No lo sabe? Poesía es marketing,
cuestión de imagen, poemas de ocasión.
Si no ha leído o acaso es malandrín,
haga poemas o plagie y sea un señorón.

Sea fraterno, educado, de buen ver.
No pronuncie la palabra mierda, nunca.
Si la usa, poeta jamás podrá ser.
Su carrera habrá quedado trunca.

Sea precavido, no haga nada mal,
pretenda, impresione, muestre su saber.
Haga un libro sobre un tema banal:
ceniza flatulenta, hormigas por doquier.

¡Sea poeta, quéjese de algo ya!
¡Sea paispoesible y realícese!
¿Le preocupa la portada? No es nada.
Usted pose para que escandalice.

Super Cero Lógico
Kristeva Dixit
JMM
II-LLVIII XXI

jueves, 7 de febrero de 2008

Un falso Abel

Por las influencias de San Luis y San Revoluco, se extravió por un momento el famoso corridillo dedicado a Mr. Peregrino. Pero el diablillo bloggercito también tiene su misterio y su rosario de truquitos, y ahí lo devolvemos, de donde no debió salir.


Un falso Abel, un cura idiota, peregrino,
zumba en derredor rompiendo celosías;
es una mosca cruel, invisible mantequilla.
Tardó más en irse, igual, a nada vino.

Como un tunante vago de las letras nulo,
a Papiro metió en fallido jarro, ciego
por el ansioso afán, colarse al cielo.
Flojísimo lector, quizás rascose el culo.

El tiempo olvidará al ilustre mentecato
pues no hallará ingenuos en su lejanía,
y aunque insista en ser MASTER de poesía,
de Letras no sabe nada el mojigato.


Jorge Martínez Mejía
Poeta del Grado Cero

martes, 5 de febrero de 2008

Para los que dudaban de la actitud revolucionaria de Los Poetas del Grado Cero

Para los que dudaban de la actitud revolucionaria de los Poetas del Grado Cero este poema. Qué vivan los santos, los héroes, la orla que rodea a los poetas que mendigan un minuto de gloria, los pordioseros, los banales escritos, la embriaguez de la fama, el licor de las páginas literarias y los informes intelectuales de las casas editoras. Estamos en otro tiempo y las tormentas traen destrucción poética, guerra a los envidiosos que usan encajes en la palabra...
Hemos iniciado la fundación de una nación, no de una logia...hemos decidido cambiarnos a muerte el vestuario...somos más viriles y los poemas de amor terminaron con Madame Flatulé, lánguida mariposa de perro gris, crispado, alineada con el patíbulo de los mojigatos.