sábado, 25 de mayo de 2013

Jorge Volpi: El asesino de la puerta de al lado





Pequeña familia Ixil, víctima del genocida Efraín Rios Mont


 
Por Jorge Volpi
 


No en la lejana Alemania nazi de los hornos, las cámaras de gas y los campos de concentración. Tampoco en la minúscula Ruanda, de la que nunca habíamos escuchado hablar hasta que una parte de la población se lanzó a masacrar a otra a golpes de machete. Ni en la misteriosa Yugoslavia, ejemplo de convivencia pacífica, hasta que serbios, croatas, bosnios y kosovares redescubrieron -más bien reinventaron- sus diferencias y, con especial saña en el primer caso, se lanzaron a violar y asesinar a sus vecinos. No en el otro confín del mundo, sino aquí al lado, a unos kilómetros, en Guatemala. Quizás oímos las noticias, quizás nos enteramos de algún fallido esfuerzo diplomático, pero en general cerramos los ojos, ajenos a lo que ocurría allí, a nuestro lado. Doscientos mil muertos en una de las guerras civiles más cruentas de la cruenta América Latina. Tengo que repetir la cifra para que no parezca, al menos por un instante, una cifra: 200 mil muertos. Tres cuartas partes de ellos indígenas mayas, idénticos a sus hermanos (discriminados mas no asesinados) de Chiapas, Yucatán y Quintana Roo.


Los mexicanos solemos lamentarnos de que Estados Unidos nos ignore, de que nos perciba como una realidad distante, de que no repare en que nuestros problemas también son sus problemas. Pues eso es nada comparado con el desconocimiento o el desprecio que sentimos hacia los guatemaltecos, con quien compartimos otra larga frontera. Desde que Centroamérica decidió separarse de México en 1823 tras la caída de el emperador Agustín I, hemos creído que esa zona del mundo no existe o que, si existe, nada tiene que ver con nosotros, por más que todas las fronteras sean artificiales y que una historia común nos haya unido durante siglos.

Orgullosos de nuestra paz social y nuestra independencia de Washington -la mejor propaganda del PRI de la época-, los mexicanos apenas nos dimos cuenta de los treinta y seis años de guerra civil que sufrieron nuestros vecinos. Treinta y seis años de conflicto derivados del golpe de estado orquestado por Estados Unidos (en la operación PBSUCCSESS) contra el presidente nacionalista Jacobo Árbenz en 1954, al cual habrían de sucederle muchos otros hasta 1996, cuando por fin volvió la paz. A lo largo de estos años de terror se sucedieron distintos jefes militares, unos peores que los otros, entre los que destacan por su crueldad el coronel Carlos Castillo Armas -bajo cuyo gobierno fue incendiada la embajada española, causando la muerte de 37 personas, entre ellas el padre de Rigoberta Menchú- y el general Efraín Ríos Montt, recientemente condenado por genocidio y delitos contra la humanidad.

Todos los observadores coinciden en señalar a la guatemalteca como una de las sociedades más injustas del siglo XX (razón por la cual Chiapas, que formó parte de la Capitanía General de Guatemala hasta 1823, no haya escapado a esta categoría). Aunque en el papel las leyes le granjeaban los mismos derechos a los indígenas que a los ladinos, la realidad es que los primeros, que hoy aún componen cerca de la mitad de la población, siempre sufrieron una discriminación semejante a la padecida por los judíos en la Alemania nazi o los negros en la Sudáfrica del apartheid. Desprovistos de tierras y condenados a la pobreza, no tardaron en ser vistos por los militares como subversivos en potencia y, con el pretexto de que auxiliaban a las guerrillas marxistas esparcidas en la selva, fueron convertidos en el primer blanco de la represión.

Evangélico militante -en sus alocuciones no paraba de referirse a Dios y a la lucha contra el mal-, Ríos Montt ascendió al poder tras deponer a Fernando Lucas García. Su mandato apenas se prolongó durante año y medio, pero fue suficiente para perpetrar miles de asesinatos de militantes comunistas e indígenas mayas de la etnia Ixil. Como demostró la fiscalía durante su reciente proceso, estos crímenes no sólo se debieron a una guerra civil particularmente sangrienta, sino a una estrategia perfectamente planeada en contra de esa parte de la población. Los testimonios de las víctimas remiten a los Juicios de Núremberg: miles de personas torturadas, quemadas y ajusticiadas en aras de defender al mundo libre del comunismo. Apenas sorprende que, mientras estos crímenes se llevaban a cabo, Ronald Reagan visitara Guatemala en 1982 y declarase que Ríos Montt era un hombre “de gran integridad personal”.

La reciente condena contra Ríos Montt en Guatemala representa uno de esos pocos momentos que en verdad podemos llamar históricos. Al tratarse del primer dictador en la historia condenado por genocidio en su propio país, Guatemala sienta un precedente único para la justicia global. Por una vez los mexicanos deberíamos mirar hacia el sur y contemplar con admiración cómo nuestros vecinos han sido capaces de darle un vuelco a la historia de impunidad que predomina en nuestro continente.
 
 
 
 
 
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 Jorge Volpi

(México, 1968). Licenciado en Derecho y maestro en Letras Mexicanas por la UNAM y doctor en Filología por la Universidad de Salamanca. Es autor de las novelas La paz de los sepulcros, El temperamento melancólico y En busca de Klingsor (premios Biblioteca Breve, Deux Océans-Grinzane Cavour y a la mejor traducción del Instituto Cervantes en Roma). Con ella inició una "Trilogía del siglo XX", cuya segunda parte es El fin de la locura y la tercera No será la Tierra. También ha escrito las novelas cortas reunidas en el volumen Días de ira, así como Sanar tu piel amarga, El jardín devastado y Oscuro bosque oscuro. Es autor de los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, La guerra y las palabras. Una historia del alzamiento zapatista, Mentiras contagiosas (Premio Mazatán al mejor libro del año 2008) y El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo xxi (Premio Debate-Casa de América 2009). Su libro más reciente es el ensayo Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. En 2009 obtuvo el Premio José Donoso de Chile por el conjunto de su obra. Sus libros han sido traducidos a veinticinco idiomas. Ha sido profesor en las universidades de Emory, Cornell, De las Américas de Puebla, Pau y Católica de Chile y en la UNAM. Ha sido becario de la Fundación Guggenheim y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México y ha sido condecorado como Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y con la Orden de Isabel la Católica de España. Fue director general del Canal 22 entre 2007 y 2011. Actualmente es colaborador de los periódicos El País y Reforma.


Bibliografía

Leer la mente (2011). Ediciones Alfaguara, España
No será la tierra (2006). Ediciones Alfaguara, España
Dos novelistas poco edificantes (2004). Volpi, Jorge; Urroz, Eloy. Algaida Editores, España
Geometric intimacies. Sebastián Sculptor (2004). Ediciones Turner, España
La guerra y las palabras (2004). Editorial Seix Barral, España
El fin de la locura (2003). Editorial Seix Barral, España
Desafíos de la ficción (2002). Volpi, Jorge, [et. al.] Universidad de Alicante. Servicio de Publicaciones, España
En busca de Klingsor (2000). Círculo de Lectores, España
El juego del apocalipsis: un viaje a Patmos (2000). Nuevas Ediciones de Bolsillo. España
Tres bosquejos del mal (2000). Urroz, Eloy; Padilla, Ignacio; Volpi, Jorge. El Aleph Editores, España
 
 
 
 
 

jueves, 23 de mayo de 2013

Diario Tiempo: Alianza de los museos





Vista frontal del Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula


http://www.tiempo.hn/editorial
 






La precariedad económica que sufren las instituciones culturales en Honduras es ciertamente tradicional, aunque ha habido momentos –poquísimos—en que ha sobresalido el interés por el desarrollo cultural en nuestro país.

Podemos decir, grosso modo, que el siglo XIX fue característico en este sentido, época en que la intelectualidad y las ideas políticas hondureñas descollaron en el entorno centroamericano. Fue aquel, para algunos analistas, nuestro “siglo de oro”.

Ese interregno cultural fue consecuencia de la revolución liberal, cuya realización en Honduras se dio en el gobierno de Marco Aurelio Soto (1876-1883), con la promulgación emblemática de la Constitución de 1880 y la figuración destacada de Ramón Rosa como ideólogo.

El general Manuel Bonilla, que dominó el escenario político desde 1891 a 1913, siendo presidente en 1903-1904 y después en 1912-1913, en su primer período, de herencia liberal, brilló por su apoyo a la educación, la cultura y las artes.

Hacemos memoria de esa época porque después, con altibajos, el apoyo gubernamental al desarrollo cultural fue decayendo hasta llegar a estos días, en que la voluntad a favor de la cultura pasa por una de sus más difíciles etapas, pese a las esforzadas gestiones de grupos vinculados a la Universidad Nacional Autónoma (UNAH) o a iniciativas privadas.

En la actualidad la dedicación a la cultura, vista con menosprecio por el capitalismo neoliberal como actividad que no cumple, en su entender, con el imperativo del costo-beneficio, es asumida necesariamente prescindible, igual que lo demás relacionado con los derechos humanos y el bienestar social.

Debido a esto y al prolongado proceso de aculturación implantado en el mundo subdesarrollado, los países más afectados, como Honduras, tienen entre sus mayores retos el rescate de su identidad nacional, en lo cual el acervo cultural tiene primordial importancia.

Por eso nos llama la atención –con esperanza, diremos—el proyecto de crear una alianza estratégica entre los museos y las galerías de arte de nuestro país para garantizar su sobrevivencia, fortalecer su posición e influencia y enfrentar los problemas del mantenimiento, para cumplir con lo que se llama la puesta en valor del recurso cultural.

Este proyecto, liderado por el Museo de Antropología e Historia, dirigido por la antropóloga e historiadora Teresa de Pastor, centra su esfuerzo en lograr que “los museos trabajen en conjunto y que todos nos apoyemos”, dice. “Tenemos que convocar a la gente para que asista a los museos –agrega--, porque esa es nuestra razón de ser”.

Debe tenerse en cuenta, al respecto, que los museos y las galerías de arte son parte principal del incentivo turístico y, en consecuencia, un recurso de primer orden de la llamada industria turística, con su formidable significancia de la concreción histórica y la transmisión del substrato nacional.

Esto obliga al Estado a emitir leyes para apoyar en forma efectiva las instituciones y las actividades culturales, por ejemplo, destinando para ese fin algún porcentaje de las enormes utilidades que provienen del negocio deportivo, de las telefonías móviles o celulares y de la actividad gastronómica, ocupaciones todas éstas que, de diversa manera, están vinculadas –y son beneficiadas-- con el valor de la cultura.
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 20 de mayo de 2013

ROBERTO BOLAÑO: 2666






ANAGRAMA



La relación con el poder de los intelectuales mexicanos viene de lejos. No digo que todos sean así. Hay excepciones notables. Tampoco digo que los que se entregan lo hagan de mala fe. Ni siquiera que esa entrega sea una entrega en toda regla. Digamos que sólo es un empleo. Pero es un empleo con el Estado. En Europa los intelectuales trabajan en editoriales o en la prensa o los mantienen sus mujeres o sus padres tienen buena posición y les dan una mensualidad o son obreros y delincuentes y viven honestamente de sus trabajos. En México, y puede que el ejemplo sea extensible a toda Latinoamérica, salvo Argentina, los intelectuales trabajan para el Estado. Esto era así con el PRI y sigue siendo así con el PAN. El intelectual, por su parte, puede ser un fervoroso defensor del Estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El Estado lo alimenta y lo observa en silencio. Con su enorme cohorte de escritores más bien inútiles, el estado hace algo. ¿Qué? Exorciza demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. Añade capas de cal a un hoyo que nadie sabe si existe o no existe. Por supuesto, esto no siempre es así. Un intelectual puede trabajar en la universidad o, mejor, irse a trabajar a una universidad norteamericana, cuyos departamentos de literatura son tan malos como los de las universidades mexicanas, pero esto no lo pone a salvo de recibir una llamada telefónica a altas horas de la noche y que alguien que habla en nombre del Estado le ofrezca un trabajo mejor, un empleo mejor remunerado, algo que el intelectual cree que se merece, y los intelectuales siempre creen que se merecen algo más. Esta mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve locos. Algunos, por ejemplo, se ponen a traducir poesía japonesa sin saber japonés y otros, ya de plano, se dedican a la bebida. Almendro, sin ir más lejos, creo que hace ambas cosas. La literatura en México es como un jardín de infancia, una guardería, un kindergarten, un parvulario, no sé si lo podéis entender. El clima es bueno, hace sol, uno puede salir de casa y sentarse en un parque y abrir un libro de Valéry, tal vez el escritor más leído por los escritores mexicanos, y luego acercarse a casa de los amigos y hablar. Tu sombra, sin embargo, ya no te sigue. En algún momento te ha abandonado silenciosamente. Tú haces como que no te das cuenta, pero sí que te has dado cuenta, tu jodida sombra ya no va contigo, pero, bueno, eso puede explicarse de muchas formas, la posición del sol, el grado de inconsciencia que el sol provoca en las cabezas sin sombrero, la cantidad de alcohol ingerida, el movimiento como de tanques subterráneos del dolor, el miedo a cosas más contingentes, una enfermedad que se insinúa, la vanidad herida, el deseo de ser puntual al menos una vez en la vida. Lo cierto es que tu sombra se pierde y tú, momentáneamente, la olvidas. Y así llegas, sin sombra, a una especie de escenario y te pones a traducir o a reinterpretar o a cantar la realidad. El escenario propiamente dicho es un proscenio y al fondo del proscenio hay un tubo enorme, algo así como una mina o la entrada a una mina de proporciones gigantes. Digamos que es una caverna. Pero también podemos decir que es una mina. De la boca de la mina salen ruidos ininteligibles. Onomatopeyas, fonemas furibundos o seductores o seductoramente furibundos o bien puede que sólo murmullos y susurros y gemidos. Lo cierto es que nadie ve, lo que se dice ver, la entrada de la mina. Una máquina, un juego de luces y de sombras, una manipulación en el tiempo, hurta el verdadero contorno de la boca a la mirada de los espectadores. En realidad, sólo los espectadores que están más cercanos al proscenio, pegados al foso de la orquesta, pueden ver, tras la tupida red de camuflaje, el contorno de algo, no el verdadero contorno, pero sí, al menos, el contorno de algo. Los otros espectadores no ven nada más allá del proscenio y se podría decir que tampoco les interesa ver nada. Por su parte, los intelectuales sin sombra están siempre de espaldas y por lo tanto, a menos que tuvieran ojos en la nuca, les es imposible ver nada. Ellos sólo escuchan los ruidos que salen del fondo de la mina. Y los traducen o reinterpretan o recrean. Su trabajo, cae por su peso decirlo, es pobrísimo. Emplean la retórica allí donde se intuye un huracán, tratan de ser elocuentes allí donde intuyen la furia desatada, procuran ceñirse a la disciplina de la métrica allí donde sólo queda un silencio ensordecedor e inútil. Dicen pío pío, guau guau, miau miau, porque son incapaces de imaginar un animal de proporciones colosales o la ausencia de ese animal. El escenario en el que trabajan, por otra parte, es muy bonito, muy bien pensado, muy coqueto, pero sus dimensiones con el paso del tiempo son cada vez menores. Este achicamiento del escenario no lo desvirtúa en modo alguno. Simplemente cada vez es más chico y también las plateas son más chicas y los espectadores, naturalmente, son cada vez menos. Junto a este escenario, por supuesto, hay otros escenarios. Escenarios nuevos que han crecido con el paso del tiempo. Está el escenario de la pintura, que es enorme, y cuyos espectadores son pocos pero todos, por decirlo de algún modo, son elegantes. Está el escenario del cine y de la televisión. Aquí el aforo es enorme y siempre está lleno y el proscenio crece a buen ritmo año tras año. En ocasiones, los intérpretes del escenario de los intelectuales se pasan, como actores invitados, al escenario de la televisión. En este escenario la boca de la mina es la misma, con un ligerísimo cambio de perspectiva, aunque tal vez el camuflaje sea más denso y, paradójicamente, esté preñado de un humor misterioso y que sin embargo apesta. Este camuflaje humorístico, naturalmente, se presta a muchas interpretaciones, que finalmente siempre se reducen, para mayor facilidad del público o del ojo colectivo del público, a dos. En ocasiones los intelectuales se instalan para siempre en el proscenio televisivo. De la boca de la mina siguen saliendo rugidos y los intelectuales los siguen malinterpretando. En realidad, ellos, que en teoría son los amos del lenguaje, ni siquiera son capaces de enriquecerlo. Sus mejores palabras son palabras prestadas que oyen decir a los espectadores de primera fila. A estos espectadores se les suele llamar flagelante. Están enfermos y cada cierto tiempo inventan palabras atroces y su índice de mortalidad es elevado. Cuando acaban la jornada laboral se cierran los teatros y se tapan las bocas de las minas con grandes planchas de acero. Los intelectuales se retiran. La luna es gorda y el aire nocturno es de una pureza tal que parece alimenticio. En algunos locales se oyen canciones cuyas notas llegan a las calles. A veces un intelectual se desvía y penetra en uno de estos locales y bebe mezcal. Piensa entonces qué sucedería si un día él. Pero no. No piensa nada. Sólo bebe y canta. A veces alguno cree ver a un escritor alemán legendario. En realidad sólo ha visto una sombra, en ocasiones sólo ha visto a su propia sombra que regresa a casa cada noche para evitar que el intelectual reviente o se cuelgue del portal. Pero él jura que ha visto a un escritor alemán y en esa convicción cifra su propia felicidad, su orden, su vértigo, su sentido de la parranda. A la mañana siguiente hace un buen día. El sol chisporretea, pero no quema. Uno puede salir de casa razonablemente tranquilo, arrastrando su sombra, y detenerse en un parque y leer unas páginas de Valéry. Y así hasta el fin.

                - No entiendo nada de lo que has dicho- dijo Norton.

                - En realidad sólo he dicho tonterías- dijo Amalfitano.









 

COMPAÑÍA AZUCARERA HONDUREÑA ASESINA CAMPESINOS EN COMPLICIDAD CON LA POLICÍA





Campesinos indignados de San Manuel, Cortés, antiguo Tehuma, exigen justicia en tierras de su propiedad de la que pretente desalojarlos la compañía azucarera CAHSA.




San Pedro Sula, Cortés, 18 de mayo de 2013.



 
En conferencia de prensa diferentes organizaciones campesinas del norte de Honduras han acusado a la Compañía Azucarera Hondureña, S.A, (CAHSA) de ser responsable de la muerte por asesinato de tres personas en la aldea El Cowle, San Manuel Cortés.
 
Denunciaron, además, la perversidad de distintos medios de comunicación que intencionalmente distorcionan los hechos ocurridos al decir que en el sitio de la masacre perpetrada por los guardias de seguridad de CAHSA, a vista y paciencia de la misma policía, "SE DIO UN FUEGO CRUZADO". Señalaron los campesinos del MOCSAM que llegaron con más de 70 familias a tomar posesión de la tierra que el Instituto Nacional Agrario expropió a CAHSA para efecto de reforma agraria y beneficiar a miles de familias sumidas en la pobreza y la miseria, "íbamos con el acta de la Corte de Apelaciones en el que ordena detener los desalojos puesto que los campesinos son beneficiarios directos de la expropiación hecha por el INA".
 
Los campesinos, en evidente indignación, reclamaron la desfachatez de la policía al participar en el bando de los "sicarios de la azucarera, y no hacer nada para detener la masacre". Denunciaron al comisario Mejía, del municipio de la Lima, que con varios elementos de la policía, ni siquiera recabaron la información mínima con los afectados, y se dedicaron a contenmplar la masacre en complicidad con "los sicarios de la azucarera".
 
"Lo que exigimos es justicia terrenal", expresó uno de los dirigentes. Además, un representante del MUCA (Movimiento Unificado Campesino del Aguán) observó de que se trata de la misma estratagema de ensombrecer y desprestigiar las organizaciones campesinas al criminalizarlas y satanizarlas con el propósito de continuar justificando los desalojos.
 
Los periodistas que trabajan para los medios de los poderosos tergiversan los hechos y actúan perversamente para favorecer a sus patrones, en contra del pueblo que reclama sus derechos y justicia.
 
Los campesinos exigieron el cese de la represión y el respeto a los dictámenes de los tribunales, y sobre todo, proceder judicialmente con los responsables de la masacre. Además clamaron a los organismos internacionales de Derechos Humanos en busca de apoyo, porque consideran que en su propio país no encuentran justicia.
 
Los policías se hacen presentes donde hay un reclamo de justicia por parte del pueblo hodureño sólo para reprimir y ponerse al lado de los poderosos patrones`porque son parte de un aparato a su servicio, en cuyo favor ponen los fusiles, las bombas, las pistolas, y el falaz argumento de ser garantes de la paz y la democracia.
 
La situación es grave y se torna alarmante, ya que tanto en El Aguán como en San Manuel, se ha vuelto una masacre continuada, puesto que ya sobrepasan el centenar de muertos por balas asesinas que son disparadas del lado de las compañías que ocupan de manera ilegal y por la fuerza la tierra de los campesinos.

El envío de contingentes militares regulares pretende desviar o desdibujar la responsabilidad de las Fuerzas Armadas en la presencia de escuadrones de asesinos y en la protección a elementos represivos de índole particular que campean en la región y los cuales se conocen por su vocación provocadora y homicida. Asimismo, la forma cómo se está manejando el problema permite deducir que lo que se busca es agotar la capacidad de lucha de los campesinos para imponer una solución mediatizada que privilegie los intereses de grandes empresarios del agro en la zona.

Pero la ceguera del gobierno, sus compromisos con la gran empresa y su desconocimiento de las leyes sociales les impide ver que, en la lucha campesina, no habrá agotamiento y que, de no encontrarse pronto una solución justa y democrática a la problemática agraria, tanto la región del Aguán como la del Valle de Sula, puede convertirse en la puerta de entrada para acciones de mayor envergadura en donde estaría comprometido todo el futuro del país.







 
 

martes, 14 de mayo de 2013

Noam Chomsky y un grupo de intelectuales le piden a la editora del NY Times analizar el enfoque parcializado en opiniones sobre Venezuela y Honduras.




La siguiente petición, firmada por más de una docena de expertos en el tema de América Latina y los medios de comunicación, le fue enviada hoy a Margaret Sullivan, editora del New York Times:
14 de mayo de 2013

Estimada Margaret Sullivan,

En una columna reciente (12/4/2013) Usted comentó:

Aunque las palabras y frases por sí mismas no tienen la importancia que merecen por el gran flujo diario que se crea, el lenguaje importa. Cuando las organizaciones de noticias aceptan la manera de expresarse de los gobiernos, ellos parecen aceptar la forma de pensar de esos gobiernos. En el Times, estas decisiones tienen más peso.

A la luz de estos comentarios, nosotros la exhortamos a comparar la caracterización del New York Times al liderazgo del desaparecido Hugo Chávez en Venezuela con aquella a Roberto Micheletti y Porfirio Lobo en Honduras.

En los últimos cuatro años, el Times ha tildado a Chávez como dictador, déspota, líder autoritario, y un “caudillo” en sus coberturas noticiosas. Si incluimos los artículos de opinión, el Times ha publicado al menos quince trabajos empleando tal lenguaje, describiendo a Chávez como “dictador” o “hombre duro”. En el mismo período —desde el golpe militar que derrocó al hondureño Manuel Zelaya el 28 de junio de 2009— ningún colaborador del Times ha utilizado esos términos para referirse a Micheletti, quien presidió Honduras después del golpe a Zelaya, o Porfirio Lobo, quien lo sucedió. En cambio, el periódico los ha descrito en sus coberturas como “interino”, “de facto”, y “nuevo”.

Porfirio Lobo asumió la presidencia luego de ganar las elecciones que tuvieron lugar bajo el mandato del gobierno golpista de Micheletti. Dichas elecciones fueron marcadas por la represión y la censura, y los observadores internacionales, como el Centro Carter, lo boicotearon. Desde el golpe de estado, las fuerzas militares y policiales hondureñas han asesinado a civiles con asiduidad.

En los últimos 14 años, Venezuela ha realizado 16 elecciones o referéndum. Jimmy Carter alabó las elecciones en Venezuela, entre las 92 elecciones que el Centro Carter ha monitoreado, y la describió como “un magnífico sistema de votación”. El concluyó que “el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo”. Mientras algunos grupos por los derechos humanos han criticado el gobierno de Chávez, las fuerzas del orden en Venezuela no tienen indicios de haber asesinado a civiles, como sucedió en Honduras.

Cualquier cosa que uno piense sobre las credenciales democráticas de la presidencia de Chávez —y creemos que algunas personas responsables pueden no estar de acuerdo con esto— no hay nada registrado, al compararlo con su contraparte en Honduras, que justifique las discrepancias en las coberturas del Times en ambos gobiernos.

La instamos a examinar esta diferencia en las coberturas y el uso del lenguaje, en particular aquella que le pueda hacer ver a sus lectores la parcialización en la posición del gobierno estadounidense respecto a su par de Honduras (al cual apoya), y el gobierno venezolano (al cual se opone) —precisamente el síndrome que Usted escribe y advierte en su columna.

Sinceramente,

-Noam Chomsky, Profesor Emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts

-Edward Herman, Profesor Emérito de Finanzas en la Wharton School, Universidad de Pensilvania

-Greg Grandin, Profesor de Historia en la Universidad de Nueva York

-Sujatha Fernandes, Profesor de Sociología en el Queen College y del Centro Graduado de la Universidad de Nueva York

-Corey Robin, Profesor de Ciencias Políticas, Brooklyn College

-Adrienne Pine, Profesor de Antropología en la American University

-Mark Weisbrot, Doctor en Filosofía y codirector del Centro para el Estudio de la Política y Economía.

-Miguel Tinker Salas, Profesor de Historia y Estudios latinoamericanos en el Porma College

-Katherine Hite, Profesora de Ciencias Políticas en el Vassar College

-Steve Ellner, Profesor de Asuntos Internacionales y Públicos en la Universidad de Columbia y la Universidad de Oriente

-George Ciccariello-Maher, Profesor de Ciencias Políticas Universidad de Drexel

-Daniel Kovalik, Profesor de Derechos Humanos Internacionales de la Facultad de Derecho en la Universidad de Pittsburgh

-Gregory Wilpert, Doctor en Filosofía, autor de “Cambiar a Venezuela tomando el poder”

-Joseph Nevins, Profesor de Geografía en el Vassar College

-Zazih Richani, Director de Estudios de América Latina, Universidad de Kean

-Steven Volk, Profesor de Historia en el Oberlin College

-Aviva Chomsky, Profesora de Historia en la Salem State University

-Keane Bhatt, Congreso norteamericano para América Latina

-Chris Spannos, analista del New York Times

-Michael Albert, Znet


TRADUCIDO POR: SERGIO A. PANEQUE DÍAZ/ Cubasí

sábado, 11 de mayo de 2013

Tiene que ver con Yorch, con Parra y con mis huevos




(Fragmento de la novela Los Poetas del Grado Cero)



Darío y J.J. Bueso.
Sala de hombres, 5to. Piso del hospital Mario Catarino Rivas.

 
Cuando los periodistas llegaron a entrevistar a Darío Cálix en la cama 26 del Hospital Mario Catarino Rivas, sólo lo acompañaba J.J. Bueso. Darío tenía enyesado un brazo y con un barbiquejo se le sostenía la quijada. Estuvieron callados un rato, sólo observando a los periodistas. Darío miraba a J.J. y J.J. miraba a Darío, leyéndole el pensamiento para poder responder a los periodistas. Darío parpadeó dos veces y J.J. se puso de pie. -¿Por qué putas no se van a buscar noticias que en verdad les interesen? Esto es literatura, esto nada tiene que ver con amarillismos ni notas rojas. Miles de poemas hemos escrito, hemos escrito cuentos, novelas, artículos literarios, ensayos, hemos hecho recitales de poesía, nos hemos puesto a verga en las presentaciones, y a ninguno de ustedes les ha importado, ni se les ha visto nunca en las actividades literarias ¿Por qué vienen ahora? ¿Porque dos poetas se agarraron a verga? ¿Porque casi se matan a vergazos?
-Lo que queremos saber es si el pleito está relacionado con el incendio de Muebles Herrera, donde se supone murió quemado un poeta-, dijo una mujer medio gorda, trigueña y sobre maquillada.
 Darío parpadeó tres veces.
-Tiene que ver con Yorch, con Parra, y con mis huevos-, dijo J.J., y se sentó en la cama. Darío hizo un profundo parpadeo asintiendo, y volvieron a caer en hermetismo.
 

jueves, 2 de mayo de 2013

LA POESÍA ES UN RUMOR DE PRESTIDIGITADORES






 

Por José Enrique Martínez

 

Un mundo acelerado es este en el que vivimos. En todos los ámbitos. En el de la poesía parecen sucederse las generaciones con más rapidez que nunca. Apenas ha comenzado el siglo XXI y ya aparece la «generación cero» del nuevo siglo. Hay además cierta fascinación por lo joven, lo que no es de extrañar, por más que la aceleración temporal diseñe una nueva juventud casi cada primavera. Estas y otras consideraciones hacen entender la publicación de la antología Barcos sobre el agua natal. Antología de poesía hispanoamericana desde el siglo XXI, obra que tiene la virtud de abarcar la poesía joven de aquí y de allá y que se debe a la mexicana Jocelyn Pantoja y al leonés Rafael Saravia, principal impulsor de las actividades y publicaciones de Leteo.

Hay que considerar que se trata, dada la edad de los poetas, nacidos entre el 71 y el 86 del pasado siglo, de «poéticas emergentes» que los antólogos presentan y que, con mayor extensión, estudia la uruguaya Lourdes Silva. Se trata de un análisis probablemente importante, y digo probablemente porque lo abstruso de su lenguaje lo deja a uno suspenso; una perla entre muchas otras: «un sujeto que al subjetivizarse se objetiviza». La poesía puede ser oscura; pero al crítico ha de pedírsele, además de la preparación y sensibilidad que se le suponen, perspicuidad, es decir, un estilo inteligible y transparente. Pero lo importante, al fin, son los poetas. Entre los españoles (Clark, Escuín y otros seis) el que más positivamente me ha sorprendido es Óscar Curieses. Entre los 37 poetas de Hispanoamérica me quedo con unos pocos: la palabra potente de Winston González (Guatemala); la ternura, la aparente ingenuidad y la voz de mujer de Elena Salamanca (El Salvador); la temática amorosa, con derivaciones hacia las lacras sociales de su país de Mayra Oyuela (Honduras); la osadía y las ganas de decir de Karen Valladares (Honduras); la imaginación de Harold Alva (Perú), que, «cuerpo acorralado por la pérdida» piensa que en el poeta «el fracaso es su delicada condena..., / la furia que enerva su poema»; el misterio que como una niebla impregna los poemas de Lauren Mendinueta (Colombia) y los inacabables e inmensos poemas de Néstor Hernández Montecinos (Chile). La antología de Pantoja y Saravia nos muestra, en suma, algunas de las varias y variadas líneas de la poesía que se leerá en los próximos años.

 

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Barcos sobre el agua natal. Poesía hispanoamericana desde el siglo XXI quiere referenciar poéticas que están sin juzgar, que están haciéndose y generando discursos sólidos, literaturas jóvenes que intervienen de manera exigente en la formación de un todo poético desde América y España. Somos conscientes de que no están todas las voces necesarias para dar una panorámica objetiva, pero si que hemos generado con este volumen una dialéctica en pro del futuro poético del español. Este libro es una ventana que nos da la posibilidad de iniciar un camino que aún se está andando. Poetas entre el 71 y el 86 que asumen las inquietudes locales y nos generan respuestas globales, generaciones de autores cuyo discurso retorico provoca rupturas y encuentros con lo existente, para asumir nuevas vías que irradien algo más que versos (re)conocidos.

Selección y compilación: Rafael Saravia y Jocelyn Pantoja

Autores antologados

Ben Clark, Oscar Curieses, Julieta Valero, Sonia Betancort, Vanesa Pérez-Sauquillo, Luis Luna, Ignacio Escuín Borao, Raúl Campoy Guillén, Diana Garza Islas, Manuel de J. Jiménez, Alan Mills, Wingston González, Gema Santamaría, Pablo Benítez, Lauri García Dueñas, Elena Salamanca, Mayra Oyuela, Karen Valladares, Javier Alvarado, Alfredo Trejos, Diego Mora, Yanelys Encinosa Cabrera, Jamila Medina Ríos, Legna Rodríguez Iglesias, Harry Blas Troncoso Parady, Ariadna Vásquez, Nicole Cecilia Delgado, Yara I. Licéaga-Rojas, Ernesto Carrión, Ángeles Martínez, Harold Alva, José Córdova, Jessica Freundenthal, Nérvinson Machado, Lauren Mendinueta, Héctor Hernández Montecinos, Paula Ilabaca, Javier Norambuena, Daniel Rojas Pachas, José Manuel Barrios, Olga Leyva, Álex Piperno, María Eugenia López , Valeria Meiller, Miguel Ángel Petraca.

 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Barcos sobre el agua natal: nueva mirada sobre la poesía hispanoamericana contemporánea




Un verso de Pizarnik nos sirve de umbral para el disfrute de una nueva antología, coeditada en España y México por Literal y Ediciones Leteo. La difícil tarea de llevar a cabo una muestra de similares características se afronta por los antologadores, Jocelyn Pantoja (México, 1978) y Rafael Saravia (España, 1978), de una manera muy acertada, intentando integrar las distintas tendencias y sensibilidades de una creación tan atomizada como la que se produce desde el 2000. La misma contraportada nos avisa de esta original atomización: “No se apela a ningún tipo de criterio de claridad y distinción cartesiano, mucho menos, a determinadas creencias verdaderas y justificadas, al mismo tiempo que ciertas taxonomizaciones son devastadas”.

Esa resistencia a la clasificación, a la identificación o como grupúsculo es uno de los mayores aciertos de quienes recopilan y también de los poetas incluidos, ya que explicita bien la pluralidad de las propuestas de tan diversos orígenes unidos por esa materia común que es la lengua. La materia es, pues, el vínculo de unidad y el mimbre de la antología y sobre ella se traman las distintas variantes, tan expresivas y plurisignificantes que muestran un índice de lo vivo del idioma, lengua de nómadas para cercar a la poesía. En estos tiempos “saturados de parásitos sin dignidad”, como diría Franco Battiato, una antología así nos da espacio para la esperanza, para pensar, más que nunca, que la creación en español es un valor en alza, un excelente muestrario de lo que los ciudadanos, al margen de las instituciones, saben hacer. Y es que esta antología parte precisamente de la iniciativa de los antologadores, que llevan dinamizando la cultura de sus respectivos países de una manera independiente y resistente desde hace ya tiempo. Tal vez esa independencia sea la que posibilite una muestra de calidad que cuenta con nombres de relevancia como Óscar Curieses, Julieta Valero, Alan Mills, Valeria Meiller, Karen Valladares, Legna Rodríguez o Lauren Mendinueta.

Estamos, pues, ante un intento titánico, que por lo mismo resulta atrayente. Esperemos que este tipo de iniciativas sigan adelante. La salud poética así lo exige.