Samuel Trigueros, artista y escritor hondureño
LA AMISTAD SE PIERDE NO CUANDO LOS AMIGOS YA NO TIENEN NADA PARA DAR, SINO CUANDO YA NO PUEDEN RECIBIR.
SÓLO PARA RECORDAR A UN GRAN TRABAJADOR DEL ARTE EN HONDURAS, LUCHADOR A TIEMPO COMPLETO CON QUIEN SIEMPRE HEMOS PELEADO Y HECHO LAS PACES PARA NO PERDER LA COSTUMBRE, PARA RECORDAR QUE LA POESÍA NO SÓLO NOS UNE Y NOS SEPARA, CON ELLA TAMBIÉN CONSTRUIMOS SOCIALISMO.
Con la poesía también construimos socialismo
por: Samuel Trigueros
Hace casi un año, mientras leía algunos poemas en la Casa del Alba Cultural, en el marco del XV Festival Internacional de Poesía de La Habana, las noticias que llegaban a la isla desde Honduras informaban del asesinato de más compañeros resistentes, caídos en la lucha contra los oscuros tentáculos del imperio salvaje. Recuerdo que en ese instante pedí un minuto de silencio para mis compañeros asesinados y leí el poema “Antes de la explosión” -del libro homónimo-, uno de cuyos versos dice: “He llevado a la colina una corona/ hecha con el perfume con que la belleza hiere, / mortal, / la iniquidad; / y he pregonado/ que muerta la injusticia/ se acaba la necesidad”.
Hoy, el estado de indefensión se mantiene en esta Honduras golpeada, pero también permanece la voluntad, el pensamiento y la acción de un pueblo que lucha por su liberación. En ese contexto, la poesía ocupa un lugar importante que otorga sentido simbólico, humanismo y profundidad sensible a la insurrección constante que acontece en las calles, en los barrios, en las universidades, en el campo, en todos los espacios donde libramos esta lucha. Con la poesía también construimos conciencia revolucionaria y unidad de lucha.
Los poetas hondureños que nos oponemos a la oligarquía criolla y al vasallaje del sistema capitalista de EEUU, hacemos poesía con palabras; pero no son sólo palabras lo que ponemos en juego en la lucha popular, sino la vida misma de hombres y mujeres que sostenemos la poesía con la coherencia de que cada poema, cada verso, cada palabra, cada signo, debe ser refrendado con la acción concreta. Nunca como ahora se ha demostrado en Honduras que la poesía no es un acto de onanismo intelectual, sino nuestra máquina de guerra. Porque estamos en guerra, compañeros; estamos en una guerra de siglos que Cuba sostiene y gana desde hace mucho tiempo contra el oscurantismo y voracidad del imperio y de la miseria humana y que ahora nos toca librar también a nosotros de manera frontal.
Hace cincuenta años, en Bahía Cochinos el imperio recibió su primera derrota latinoamericana; y las arenas de Playa Girón parecen extenderse en el tiempo y el espacio hasta ser el mismo territorio donde poetas hondureños, junto a un pueblo valiente, cansado de soportar la humillación, la expoliación y las cadenas esclavistas, lucha por su liberación. De repente, “Hay quien se despide en la arena”, pero nosotros permanecemos en ella defendiendo la libertad, la justicia, el derecho a soñar y construir una patria socialista.
Esta pequeña memoria de lucha es sólo una manera de saludarles, compañeros de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, compañeros de la Tertulia “El Hurón Azul”, compañeros del Festival Internacional de Poesía de La Habana, compañeros de la revolución cubana; es una manera de celebrar nuestras luchas y victorias, una manera de agradecerles por la lectura de nuestra poesía y también por su poesía viva, “ese misterio que nos acompaña”.
¡Hasta la victoria siempre!
Samuel Trigueros
(Tegucigalpa, 1967)
Oh Fortuna, emperatriz del mundo
A los mártires de la Resistencia
Sí, sin duda somos los más dichosos
-los afortunados.
Reinaldo Arenas
Nosotros todavía usamos gafas en los días soleados
para soportar el resplandor
de la vida
Nosotros todavía
maldecimos bajito en nuestro pequeño auto de tercera o cuarta
durante el congestionamiento de las siete de la mañana
o entre dientes en el micro (por aquello
de no ofender los amanecidos restos rancios
del dios que todavía cargamos en el alma)
Nosotros todavía buscamos un trabajo
entre los escombros del día o de la noche
para llevar la maravilla del pan a nuestros hijos
Nosotros aún somos capaces de correr
–sentir la sangre a borbotones, sudar como caballos solares,
jadear como una reluciente máquina, sentir el rojo corazón -
cuando nos siguen los soldados
y luego, en el refugio, reír, asegurar que ya
nos hacía falta un poco
de lacrimógena vencida del Perú
Nosotros todavía buscamos los paraguas cuando
la tetona de CNN anuncia la vaguada
Nosotros todavía soñamos elevar cometas
en el aire de octubre cuando todo haya pasado
Nosotros todavía
planificamos llevar nuestra bandera, el bote con vinagre,
pañoleta, gorra con estrella y ardientes consignas en el pecho
el día de la marcha
Nosotros aún
leemos, escribimos, hacemos la pancarta,
conspiramos,
queremos ver la era del poder en nuestras manos
Nosotros –se los digo, hermanos,
hermanas, compañeros-
somos los afortunados
Los demás se han ido sin dejarnos,
duermen
(desorganizados,
desmovilizados
por la muerte y su peso reprimidos)
bajo siete cuartas
en la eternidad del polvo y las estrellas
deseando
silenciosamente deseando
estar a nuestro lado
en la rugiente luz
de la vida y la batalla.
Fragmento VII
TE HABLO DESDE LA SOBERANÍA DE UN GRITO que antes fue una cadenita de suspiros, un rosario de gemidos inútiles apenas válidos para quitar del pecho un poco de presión insana. Te hablo así, desde el derecho cósmico que me otorga el segundo de mi existencia sobre la Tierra yerma. Escúchame. Acaso no sea tan profundo el abismo que han levantado entre nosotros; tal vez haya un mal cálculo en la suma de distancias desde los puertos de tus mercaderes y los arrecifes de mi sueño. Han lanzado sondas, sputniks y voyagers, cohetes con letras cirílicas para investigar si es posible todavía unir la órbita mecánica de tu corazón con la olorosa almendra que llevo en el costado. El eco de la soledad vibra bajo los discursos de los que anuncian un nuevo orden construido sobre los viejos cimientos carcomidos. No los escuches. El eco de la soledad es un señor cetrino que cruza un hall interminable con dos cubos de hielo en la bandeja plateada de la tarde. Por eso insisto en que me escuches, que salgas de tu cáscara insonora y me escuches. Vuelve tus ojos hacia las estrellas moribundas de mi barrio, desde donde surge mi voz, y enternécete por un segundo. Sólo entonces se encenderá el geranio que hace un siglo coloqué en tu mano; y la muerte, incinerados sus pezones, se irá en silencio a amamantar su olvido.
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