viernes, 20 de julio de 2012

Mel: El antídoto al estrés pos traumático.












Por Jorge Sagastume




Ni los espasmos hipocondríacos de la clase dominante; ni el sarcasmo adulador y mercantilista de las camisetas blancas; ni los resfríos clasistas del cardenal; y la diarrea mercenaria de los golpistas medios de comunicación; pudieron pregonar que un día, sábado a mediodía con un sol petulante y extendido, cómplice de una ventisca suave y ante el clamor ensordecedor de un pueblo, Mel Zelaya, con su figura emblemática y viendo erguido el horizonte llegara a la capitalina ciudad de Tegucigalpa.

Efusivo, granulado de ideas y saludos, con su explayado y escindido sombrero blanco como siempre,  y un imponente y escarpado bigote, ante la presencia innumerable e inaudita de una jadeante multitud, dejó caer una granada de abrazos y saludos. La resistencia, las férulas divididas de su partido, admiradores, neutrales, amas de casa, profesionales, cazadores de sueños, jóvenes con ideales, artistas, campesinos, periodistas progresistas, maestros curtidos de palizas y toda una multitud se embadurnaba a sus pies.

No cabe duda que el regreso de Mel significa una sacudida a la bilis de la clase dominante y un golpe sólido, certero y seco, al climaterio de  sus ambiciones. Bajó del cielo como solo descienden los grandes, en medio de un enjambre de pasiones; en medio de una gritería como nunca. El pueblo que no olvida se vistió de resistencia y lo acompañó al anfiteatro de los sueños. Por la noche, las camisetas blancas se durmieron pensando con seguridad que se trataba de una entelequia.

Desde entonces, los sectores políticos que alcanzaron la etapa fósil y el lado más amargo de la iglesia,  sin dejar de lado la casta privilegiada de los militares, algo parecido a una hernia discal no deja en paz el sueño que descansa en los resortes aclimatados de sus camas. Y desde aquel día, deambulan como seres solitarios tramando ensamblar un nuevo fascículo de terror en la historia de Honduras. El cardenal,  incrédulo revisa una vez más la edición de su catecismo enviado desde Roma.
Las gárgolas del poder acarician el preludio de su final y corren el riesgo de engusanarse con su misma piel. Las camisetas blancas les diagnosticaron una enfermedad terminal: insomnio político categoría a, incurable.

Los medios que dominan la opinión pública quieren confundirnos con frases hipérboles y su contenido destila excremento. Mientras en un rincón de la república estrujada, un grupúsculo de personajes, como dijo el poeta Sosa (Q.D.G.) temibles abogados perfeccionan el día y su azul dentellada,  quieren castrar el nuevo amanecer que inevitablemente se aproxima.

Ya para entonces, la resistencia es un genoma irrefutable del cambio político y social. Es un movimiento incandescente e irresoluto.



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