sábado, 30 de junio de 2012

Todos estábamos muertos antes de ser libres, por eso viajábamos juntos.



Aquí  la voz se resiste. Es el nacimiento de una ciudad  con nuevos colores, entusiasmo.  Los gestos son elocuentes, vivas y enormes gotas se desprenden de este azul desde lo alto. Una iconografía nace en el fondo de la voz…desde un sitio en el corazón de la tierra. Valiente nebulosa se desplaza en el confín hacia nosotros…Hay un dolor más abajo, una necesidad fisiológica que se desencadena y se libera en la intimidad, en la parte alta del paso que damos. En la cima las mujeres con sus niños se envuelven en la bandera de las cinco estrellas…
En las enormes butacas dispuestas en la ciudad, todos estamos sentados a la espera de los compañeros que salieron a buscar el agua que calma esta sed. Los paraguas y las sombrillas son esta vez de una primavera disidente y refleja. No nos cubrimos del sol, no, no nos cubrimos de nada. Estamos en la luz. Es un compromiso. Debajo de esta forma mi mirada es todo lo que siento… ¿Esta es la realidad?...voy por debajo, más abajo, debajo de los millones de huesos de esta tierra en la que hoy se levanta esta otra realidad? ¿Quién era el que perseguía la cima? Los hijos de puta están sobre nosotros en los símbolos y nuestros símbolos construyen esta otra realidad. Vulnerable mi pequeño sol, mi palabra que no intentaba decir si no lo visto. No hay armas aquí, hay mucha gente.
La vaina del revólver está sola.  Ya había estado en este lugar.
La luna había caído y los vencedores tenían otro amor. Los vencedores. Para que todos los que crean en ellos tengan vida, sin aliento, sin nada que miren los ojos. En esta ocasión podríamos desgarrar la mierda, la melodía de esta situación sorda. Hay música, una puta medicina que nos calma para el momento, pero intuyo que mañana es un sitio al que vuelvo, al que todos volvemos con la pata en el bozal. Veo un genio feliz en este lugar, se rasca el cuello con sus lentes felices…hay algo entonces de inteligencia en esto. Rota la cadena del alba en el eslabón más débil, quisiera hablar en paz con el genio, pero es esquivo y está solo.  La gente ha empezado a rodearlo sin que lo perciba.
El amor no está para vernos partir sin nada en las manos. Estúpidas fueron las lágrimas que corrieron porque nunca fueron tan amargas.. Hoy la mesa está colmada de comensales de tiempo.
 Cada uno sobresale en su mirada porque en el fondo se decide un final y un comienzo. Siempre hemos querido comenzar algo y terminarlo, pero, sin saber por qué, no lo hemos concluido. Hoy se invierte todo, no hay sentido en estas lógica a manos que sea antes que lógica dialéctica.
Es decir, debemos terminar con este proceso del GOLPE DE ESTADO PARA INICIAR EL OTRO PASO.
No me gusta esta manera de ser testigo de lo superficial. Contador de los días, de las fechas del comienzo de esta lógica absurda. Somos una dialéctica que viene a nuestro paso como la apertura de una ventana que da a los bosques, a los hombres que aman su camino cuando avanzan.
Otra vez los de abajo, ambulando, buscándose, encontrándose en sus voces, voces que han sido calladas desde siempre. Otra vez los de abajo en semi penumbra, ciegos de los dos ojos. Había una vez un lugar donde estábamos tranquilos. Un lugar llamado Honduras. Esa vez se llevaron a un hondureño y a todos nos importó porque con él se llevaban nuestra dignidad.
Desde ese momento estamos en resistencia. Desde entonces somos tan iguales y tan diferentes a nosotros mismos…a nosotros mismo… Hoy volamos en una cometa hecha con nuestra bandera mientras suena una canción rockera, y sólo tenemos que pensar que todo esto es verdad para que sea realidad…y es cierto, estamos aquí…la bandera del Che ondea en el centro de esta ciudad…
Unos mariachis olanchanos han traído el olor del pueblo, un pueblo tan conocido, tan profundo, tan cantor, tan fuertemente teclado a la ranchera de olanchano.
Los medios han creído que su anuncio de no realización del concierto daría efecto en una población que ya no les acepta una sola palabra. Aquí anda la gente más ruda, la más polo a tierra de la resistencia… siguen llegando, encuentran un enorme sol que los transparenta y deciden ser una llama. Canta la ranchera de Arilio, Olancho entero quiere estar en la voz de la bandita que resuena, una tras otra, las canciones entrelazadas en todos los ritmos, canalizado todo vía internacional, la voz más profunda de la tierra adentro, hecha una sola, crece, se arremolina como el polvo, virutas de sol, somos, motas traslucidas, Honduras no tiene más silencio, grita, se encabrita como ese potro de las llanuras de Catacamas.
El pueblo unido jamás será vencido gritó el pueblo, al ritmo de la música y de las voces.
La mujer. Esa enorme colina incólume ha venido con su atuendo de arco iris en la cabeza, con una metáfora de zopilotes ebrios en las manos. Más mujer que el hombre, más hombre que el hombre, más mujer que mujer. Después, una especie de blues cayó en la tarde, un regocijo de alcaravanes lejanos, un piar enredado en las aturdidas cuerdas de la guitarra..
Un nuevo evangelio nace y se propone desde las calles, desde los gritos y los puños del pueblo que ha convertido la intuición en convicción, que comprende el amor y la paz como una verdad sostenida por la acción coherente.
Adiós a la religión y sus monigotes hijos de púrpura, adiós a los que pactan bulas por unos dólares más, adiós a la catequesis de Barney que esconde la realidad de un país golpeado históricamente, de un país al que lo han obligado a acumular una ira histórica que ha explosionado en el purulento rostro de la oligarquía maquillada para el circo.
Es tiempo de levantar un nuevo evangelio donde tengamos “todas las cosas en común”, como la primera iglesia, donde la oración deje lugar a la acción, donde la justicia no sea un souvenir colgado del pecho de jueces corruptos, donde la paz no sea esa palomita pendeja que se caga sobre el bronce memorioso de los próceres de la liberación nacional, sino una consecuencia de la justicia y la solidaridad.
Y todavía, quienes se afeitaron para la ocasión, para encontrarse con la Historia, verdaderamente se toparon con la profecía de la muerte anunciada, escogieron caminar perseguidos por la justicia. Se encontraron con el pueblo profeta, con el pueblo pacífico, con los humildes, con los descalzos, con los descamisados.
Todos quemaron su dinero antes de darse cuenta del terror que ocasionaba su fuego. Todos quemaron sus ráfagas en la espalda de la población, ahí se armó una nueva geografía de la patria en los hematomas del golpe.
No somos cuatro los que estamos aquí,  somos más de 40 mil personas unidas por una misma causa, por una misma lucha. Hoy somos la mujer y el hombre de tez oscura al que no permitían poseer una biblia. Hoy juntos podemos decir “Con rock, con la música del pueblo…venceremos”.
Hoy les recordamos de cuenta nueva que es el pueblo quien tiene en sus manos la redacción de la historia, son las masas quienes moldean su porvenir.
Hoy gritamos ¡no a los golpes de estado y no a la concentración de poder en pocas manos!
Esta es la versión de nuestra Historia.




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Un aullido sin Ginsberg



Los perdidos, sucios y malolientes caminantes que saltaron al otro lado del siglo XXI para encontrar la noche envueltos en nuestra bandera.

Los que bajaron de la montaña con el rimero de tortillas y una porción de frijoles rojísimos como la misma sangre que derramarían más tarde en el pavimento de nuestras ciudades.

Los que se alimentaron con el frío de la cárcel o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con pesadillas despiertas, ceguera incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos, iluminando todas las palabras inmóviles del tiempo, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad del vino en los tejados, puestos municipales el neón estridente, luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación.

Quienes se encadenaron a sí mismos hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica Tegucigolpe.

Los que se hundieron toda la noche en la luz emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía, escuchando el crujido del destino en la caja de música.

Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque arrojado al pavimento.

Quienes se desvanecieron dejando un reguero de ambiguas postales, sufriendo sudores orientales y artritis.

Quienes dieron vueltas y vueltas a la medianoche por el patio de trenes preguntándose a dónde ir, y fueron.

Quienes prendieron cigarrillos en vagones traqueteando hacia granjas solitarias en la noche del abuelo.

Quienes estudiaron a Plotino, Poe, San Juan de La Cruz, telepatía y cábala debido a que el cosmos instintivamente vibraba en sus pies en Guajiquiro o Tamaulipas.

Quienes buscaban ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios.

Quienes pensaban que sólo estaban locos cuando San Pedro Sula destellaba en éxtasis sobrenatural.

Quienes saltaron a los buses con el sueño de una triste caja convertida en urna impulsados por la lluvia de los pequeños pueblos a la luz callejera del invierno.

Quienes haraganeaban hambrientos y solos por La Ceiba o El Progreso buscando rancheras o sexo o sopa, y siguieron al oscuro río para conversar sobre América y la eternidad, una tarea sin esperanza, y tomaron un barco para África en absoluta equivocación.

Quienes desaparecieron en los volcanes de México dejando tras de sí nada excepto la sombra del estiércol y la lava y la ceniza de la poesía quemada en un Copán hecho para los turistas holandeses.

Quienes reaparecieron en el aeropuerto La Mesa en barbas y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas atractivos en su oscura piel entregando incomprensibles folletos relacionados con la Green Card.

Quienes se quemaron los brazos con cigarros encendidos protestando contra la bruma narcótica del tabaco del capitalismo a ultranza.

Quienes distribuyeron panfletos supercomunistas en Macholoa, Ticamaya o Wuampusirpe a medianoche, sollozando y desvistiéndose mientras las sirenas muertas de la Mosquitia morían deprimidas debajo de los rieles del ferry de Staten Islan o Wall Street.

Quienes rompieron a llorar frente a blancos esqueletos en un laboratorio de la Triple A, el Escuadrón 3-16, o la maquinaria novedosa diseñada por yankys expertos en torcerle el brazo al miedo.

Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con placer en autos policiales por no cometer el crimen de negarse a sí mismos.

Quienes aullaron de rodillas en las cañeras y arrastraron por el techo del cielo sus genitales y manuscritos pulcros hechos con sus sueños.

Quienes consintieron finalmente ser penetrados por el ano por virtuosos policías y gritaron un hasta nunca patria muerta.

Quienes chuparon y fueron chupados por aquellos serafines humanos, marineros, caricias del amor Atlántico y Caribeño.

Quienes eyacularon en la mañana y en la tarde en los jardines rosa y en el pasto de parques públicos y cementerios esparciendo su semen a quien quisiera llevar la buena nueva.

Quienes hiparon sin cesar tratando de reír pero se torcían de llanto detrás de un cubículo de un baño de mercado cuando el ángel rubio y desnudo venía a atravesarlos con una espada.

Quienes perdieron a sus amantes por las tres viejas musarañas del destino, la musaraña tuerta del dólar heterosexual, la musaraña tuerta que hace guiños fuera del útero y la musaraña tuerta que no hace nada sino sentarse en su trasero y cortar las hebras doradas intelectuales del vislumbre del artesano.

Quienes copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza, un novio, un paquete de cigarrillos, una vela y se cayeron de la cama, y continuaron en el suelo por los pasillos y terminaron desmayándose en la pared con una visión del último coño y llegaron a eludir el último atisbo de conciencia.

Quienes endulzaron las conchitas de un millón de chicas temblorosas en el ocaso, y tenían los ojos rojos en la mañana pero preparados para endulzar las conchitas del sol naciente, destellantes traseros bajo los establos y desnudos en el lago.

Quienes iban tras las putas en La Esperanza, cuando ya no habían putas, como héroes secretos de los poemas muertos, sementales alegres en Dénver o en Buenos Aires, por la memoria de sus innumerables encamadas con chicas en lotes vacíos, patios de bares, hileras de desvencijadas casas rodantes en la cima de montañas, en cavernas o con demacradas meseras en familiares subidas de enaguas al lado del camino y especialmente la secreta estación de gasolina solipsismos de Juan, y callejones pueblerinos también.

Quienes se desvanecieron en vastas películas sórdidas, se transformaron en sueños, despertaron en un repentino burdel de Manhatan o de La lima en los años 70, y se encontraron a sí mismos fuera de los sótanos colgados sobre descorazonados tocadores, entre los horrores de la Tercera Avenida y tropezaron con las oficinas de desempleo del gobierno.

Quienes caminaron toda la noche con sus zapatos llenos de sangre en los muelles para entrar a un cuarto lleno de vapor caliente de sudor de putas en Puerto Cortés, cerca de la línea.

Quienes crearon grandes dramas suicidas en el apartamento de los acantilados del Hudson bajo el rayo azul de la luna de tiempo de guerra y sus cabezas eran coronadas con el laurel del olvido.

Quienes comieron cazabe y buscaron cangrejos a media noche con la imaginación o digirieron lodosos panes azules untados en un aceite dulce.

Quienes lloraron por el romance de las calles con sus carritos llenos de cebollas y mala música.

Quienes se sentaron en cajas respirando en la oscuridad bajo el puente, y se levantaron para construir arpas en sus desvanes.

Quienes tosían en el sexto piso del populoso Hotel Terraza bajo el cielo tuberculoso rodeados por una teoría extraña relacionada con la moral transparente.

Quienes garrapatearon toda la noche golpeando y rodando sobre elevadas encantaciones que en la mañana no eran sino insulsas jerigonzas.

Quienes cocinaron animales podridos, pulmones, corazón, pata, cola y tortilla, soñando con el reino vegetal.

Quienes se zambulleron en camiones de carne buscando un huevo para encontrar un chorizo tumefacto.

Quienes tiraron sus relojes al tejado para dar su voto a la eternidad fuera del tiempo y despertaron sobre sus cabezas todos los días por la siguiente década.

Quienes se cortaron las muñecas tres veces seguidas sin éxito, se rindieron y fueron forzados a abrir anticuarios donde pensaban que se ponían viejos y gritaban.

Quienes fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de bellacos reguetoneros en Comayagua, Atántida o la infernal San Pedro sula, y despertaron en la absoluta realidad del incendio.

Quienes saltaron de un puente y quedaron desconocidos y olvidados en el aturdimiento fantasmal de los callejones de sopa y camiones repartidores de Chamelecón, La Pradera y La Villa Vieja, sin siquiera una cerveza gratis.

Quienes cantaron por sus ventanas de desesperación, cayeron de la ventana de la Ruta 7 y gritaron por toda la calle, descalzos, en trozos de vidrio de cervezas Salva Vida rotas ante la ráfaga colosal del maldito policía asesino.

Quienes condujeron un camión desvensijado hasta Gualjoco, Gualjoquito y Las Galeras.

Quienes viajaron a jalón toda la tarde anterior.

Quienes murieron sin llegar.

Quienes regresaron sólo por ver de qué se trataba la puta vida.

Quienes prefirieron verlo todo a través de la pantalla de sus ojos muertos en HD golpista.

Quienes compraron papas fritas y prefirieron una conferencia dadaista transmitida por Discovery Chanel.

Quienes soñaron a través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y establecieron el nombre y los rasgos de la conciencia al mismo tiempo.

El vagabundo loco, desconocido, que prefirió volver después de la muerte para no sufrir la tensión de la verdad ni exhalar el jazz que supone la sombra del corno dorado y el pedazo de pan con el que se alimentarán mil años las niñas y los niños del mundo.

Todos estábamos muertos antes de ser libres, por eso viajábamos juntos.

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