La primera edición cartonera de Zarpe Diem, (Editorial La Cartonera Tica) del poeta costarricense Ricardo Marín fue presentada por Denis Ávila, poeta hondureño residente en San José, en Kafa Café, de la ciudad de Coronado. El acto fue abierto por el poeta Diego Mora, coordinador general del Primer Festival de Poesía Latinoamericana.
Por Dennis Ávila
Los poemas de Ricardo Marín me recuerdan a Ricardo Marín, por eso es muy fácil, casi magnético, entablar un diálogo con ellos como si esos poemas se parecieran a tus amigos más claros de la infancia y a tus desastres más notables en la vida.
Es decir, por antecedentes sabemos que este brother es un abogado, pero también es una máquina de botar pelos en la ducha y un adicto a la comida para llevar, como si no le resultara suficiente que lo persiga la ropa vieja y los bares de karaoke, aunque volviendo al tema de las nostalgias culinarias, el wok ausente ya no le despierta el hambre ni los jueves ni los domingos -y por eso me cuadra su poesía- porque el poeta sufre más por el chino que se fue a hacer más plata a la capital que por las sesiones intelectuales de los poetas de élite.
Así, en su carta al niño le sugiere al hijo de Dios que se orine en la cenizas del aguinaldo y que sea niño, y punto, nos da la gran tarjeta de crédito ilimitada con hospedaje en todos los destinos del mundo, porque eso es lo que hay que hacer en el fondo para escribir buenos poemas, vivir bien, leer en puta, pero sobre todo vivir al máximo, vivir con uno en los demás, con la rosa maldita en la garganta y el escupitajo de espinas en la pared.
Desde su primer libro, Richard (yo sé que hubiera sonado más cool decir el poeta Marin, pero…) nos ha dado una lección de vida que no es para menos el crucial impacto que ha tenido su talento en los bares y galerías de chepe, y digo esto con un claro panorama de comparaciones, porque no es casualidad que esto esté pasando, pues varios amigos y extraños están haciendo lo mismo, lo que es bueno pues hace falta reincidir un poco en esto de ser amigos de las palabras, ese arte a veces puesto junto a los paños más rotos del tendedero de fracasos, como ropa muriéndose de frío porque el sol no sale.
Pero qué bueno es saber que para algunos amanece sin tanta fe, porque eso es Ricardo, un hombre que lo mismo le da un día de sol o un día nublado, y no lo digo porque viva en Coronado, lo cierto es que el poeta se pone el saco todas las mañanas, mantiene a un hijo de 15 años que no es producto de sus intimidades, y bebe tal vez 2 cervezas más que su chica como un pequeño desequilibrio de compañía en una relación muy sólida. Sin tanta fe, porque no se puede tener la fe de escribir poemas buenos, sencillamente hay que vivir en lo exacto con todas las limitaciones, escribir cuando se puede y hacerlo como pasa con el hambre en tipos como Richard, un poeta que devora las cosas perdidas para encontrar el gran clavo adentro de la aguja, el adolescente que pone el Atari debajo de la cama para ver lo duro que se pone todo frente a Sabrina y su piscina, el hombre que escribe un zarpe porque en el baño se dio cuenta que podía parir una orquídea en los orinales.
Cómo me hubiera gustado que Felipe escribiera estas cosas para estar escuchando en él las cosas que digo, porque sus amigos cercanos de sus últimos años vimos siempre en él las cosas que Ricardo y otros tratamos de decir con poesía, como una conexión donde lo cierto y lo exacto se dan de abrazos y golpes. Cuántas lecturas de poesía no me hubiera perdido para estar con Felipe y Ricardo hablando de música y libros en una barra de es-tragos, donde fueran apareciendo uno a uno los personajes del Karaoke 10, y Felipe o yo comentáramos poco a poco las escenas por suceder en las servilletas rayadas por Ricardo. Los muertos están más vivos que los muertos cuando pasan estas cosas en la vida que la muerte nunca podrá entender, por eso a Ricardo le pasó lo mismo.
Lo mismo que le pasó a Ricardo le pasó a Edgar Lee Masters, un abogado que escribió en 1915 la Antología de Spoon River. Cuando este poeta de las leyes quebró todas las reglas de la poesía y escribió sus poema-epitafios, alucinantes textos en forma de cementerio, estaba pensando en el Karaoke 10 de Ricardo Marín, y como escribió tan bien Mestre: los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas; yo que soy bartender puedo decir que los recuerdos vividos en un bar, a pesar de las risas, los acompañamientos, las bocas, no siempre son hermosos, y eso da lugar a la otra cara de lo bello, pues uno los recuerda como lo feo más cercano a la belleza, lo digno de escribirse aunque nos duela. Lo no fugaz.
Por eso me encanta Karaoke 10, y aunque muchos sabemos que en esta ocasión el libro no expone todos sus órganos vitales, nos satisface la idea de que seguirán apareciendo más doña-s Carmen-s, más Amandas, más Oscares o albañiles que vendrán con sus historias a sentar las cosas por el culo, a dar patadas en la vida como quien desea romper las ventanas de las noches raciales, de las diferencias evidentes, cosa que no se puede, pues como lo dice Roberto Sosa al hablar de las hermosas diferencias de las tumbas en los cementerios ricos, sucumbe en su poema porque nadie podrá nunca romper la perfecta igualdad de los muertos, y eso somos todos los que entramos a un bar, alhajas perfectas de un día de trabajo, corbatas llenas de limpieza para bañarse en los chifrijos, cucharas en donde vemos reflejada la belleza, como quien entiende en una mujer añeja el deseo imperecedero de embellecerlo todo a punta de cervezas.
Y lo mejor de todo es que nos gusta vivir con estos fracasos, con esta exposición de las heridas en los museos más cruciales de la tos y la goma. La física y la moral. Pero no la doble moral porque como estos poemas lo dicen y los epitafios de Edgar Lee Masters, no hay tal Sueño Americano ni Sueño Tico, el mundo está cayéndose a pedazos y la hipocresía anda de casa en casa como un ciego que lo es sólo de lentes negros y de cinismo puesto, ese mismo que Chepe y yo hemos sacado de nuestros bares porque nos da cólera el hijueputa que hace como Chaplin hacía con el bastón cuando ya va por el chino o el más X menos.
Lo único cierto en el arte, por grotesco que este sea, es la combinación de la belleza con la verdad, pues son la misma cosa, y el poeta no tiene que mentir ni evadir las culturas de su ironía, mucho menos esconder sus vergüenzas, como el poeta de Calle 13 en donde dice que la Mala Rodríguez y todo Puerto Rico ya lo saben.
Denis Ávila haciendo la lectura de su presentación a Zarpe Diem, en Kafa Café. En el centro Ricardo Marín, y en el extremo izquierdo escucha atento el poeta Diego Mora.
Galindo El mesero seguirá sirviendo cervezas micheladas para mujeres golpeadas; que no haga falta en una barra quien siga llorando por una Sara; ojalá que no aplaudan a aquellos que mal cantan porque es espantoso que las voces malas arruinen las verdades más potentes de las canciones; por favor que alguien le diga al cura Leonardo que este Karaoke es necesario, que no panda el cúnico de nuestras penas, que sólo vinimos a tomar.