miércoles, 3 de febrero de 2010

El mar de nuestros días, homenaje final

Por Jorge Martínez Mejía

A Manuel Zelaya Rosales
Presidente de Honduras


Vendremos intrincados, como simples instrumentos salidos del mar, sólo para volver a levantar las piezas de junco, para vernos, blancos o negros soldados, listos para la batalla, guarnecidos y con la mirada puesta en el ejército, en la mirada oficial, en la corona.

Sin rodillas nacimos, y más ángeles se nos juntaron después de la cárcel. Después de miles de horas nacimos hechos árboles con frutos, calaveras revestidas de sueño, sin máscara. Ellos eran el hacha en el cráneo y jugaban con nuestros cadáveres como dados y se disputaban nuestras humildes vestiduras de manaca y hojas de eucalipto. Ellos reptaban por las paredes de nuestra cédula celeste, en el acuario, como antiguas tortugas, y se adherían a la sangre y a la sed que no había muerto, que solamente sufría en silencio el tajo limpio de sus empuñaduras.

Pero volvimos intrincados y sabios en el rastrojo, en el naufragio, en el músculo molusco de los ríos, en el cordón umbilical de la miel y las abejas. El amor es una bruma, nos dijo nuestro Lázaro, pero también es el fuego oculto en la ceniza. En el hirviente verano de aquel año, su manto fantasma forjado en solitario, encontró la forma de metal y de tenaza.

Yo, el vil poeta, también forjé mis imágenes para hacerlas rugir en la guerra, y ahuyenté a las hienas con mi sangre jactanciosa, con mi profundidad, con mis descalabrados dioses.

Pero volvimos, intrincados y sabios, dispuestos para el mar de nuestros días.