lunes, 20 de octubre de 2008

El hombre que conoció al famoso Agustín Fernández Mallo

“Y casi conocí en una ocasión a Michi Panero,
y es bastante más de lo que jamás soñaríais en mil vidas…”
Nacho Vegas


Por Darío Cálix
1
Supe de la existencia de este escritor español llamado Agustín Fernández Mallo, por un artículo que apareció publicado hace unos días en un blog de literatura que visito regularmente. El artículo era sobre la novela Nocilla Dream, publicada en el 2006. Hablaban en el artículo de la estructura fragmentaria de la novela, mencionaban algo sobre “zapping literario”, hablaban sobre el argumento de la novela, o más bien, sobre la falta de argumento de la novela. Como un collage, decían, 2666, decían, pequeñas historias superpuestas, decían. En resumen, un artículo bastante interesante, un autor nuevo e interesante. Encontré otras reseñas en otros sitios de internet y todos coincidían: el señor Mallo era el hombre a leer y a seguir en la nueva narrativa.
En aquel mismo artículo daban la dirección del blog de Mallo. Puta, pensé, qué será que a todos los escritores les da por abrir blogs. Click: Alfaguara no sé qué, blog de Agustín Fernández Mallo, El hombre que salió de la tarta. El último post publicado se titulaba “El pop también se lee”, trataba sobre la relación entre las letras de las canciones y la poesía. Mencionaba a varios compositores españoles que yo escucho con fervor actualmente: Nacho Vegas, Javier Corcobado, Sergio Algora, Robe Iniesta, etc. También mencionaba a Dylan, por supuesto; también a Waits, Cave, Cohen y todo el resto de la pandilla. Me cayó bien el tal Mallo, pensé que al menos podría sostener con él una buena charla sobre música.
También había ahí una pequeña biografía del autor. Y decía así:
Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) es licenciado en Ciencias Físicas. En el año 2000 acuña el término Poesía Pospoética —investiga las conexiones entre el arte y las ciencias—, cuya propuesta ha quedado reflejada en los poemarios Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001), Creta lateral Travelling (2004) y el poemario-perfomance Joan Fontaine Odisea [mi deconstrucción] (2005). En 2007 fue galardonado con el Premio Ciudad de Burgos de Poesía por su libro Carne de Píxel. En el 2006 publica su primera novela, Nocilla Dream, que fue seleccionada por la revista Quimera como la mejor novela del año y por El Cultural de El Mundo como una de las diez mejores. Crítica y público han coincidido en el deslumbramiento que está suponiendo este Proyecto Nocilla para las letras españolas, del que Nocilla Experience constituye la segunda entrega de la trilogía, y que concluirá con Nocilla Lab.
Física, como el buen Parra. Poesía pospoética, ¿qué carajos es poesía pospoética?, ¿la poesía después de la poesía? ¡Qué discurso se echaría el poeta del grado cero, Jorge Martínez, sobre eso! ¿Se echaría un discurso el poeta pospoeta sobre los Poetas del grado cero? En fin, mejor sigamos. “Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del tractatus”, me parece un título genial. Me recordó de nuevo a Parra, que dice en alguno de sus primeros antipoemas: Los mortales que hayan leído el Tractatus de Wittgenstein pueden darse con una piedra en el pecho porque es una obra difícil de conseguir… Con la pena, mi Parra, yo no me puedo dar con una piedra en el pecho todavía.


Pospoética, poemario-performance, carne de píxel, dream experience lab, nocilla nocilla nocilla… No tengo idea si el tal Mallo escribe bien o no, pero moderno sí que suena el cabrón.
2
¿Qué teoría tendrá el físico Agustín Fernández Mallo sobre el azar? ¿Y el pospoeta, el narrador, el ser humano? Hoy me dejaron de tarea en una clase escribir un ensayo sobre una serie de cuentos que publicó recientemente la revista española Letras libres, entre los cuales uno era del señor Mallo. Ve nomás qué casualidad. Williamsburg, N.Y., es el título del cuento, y trata de ésa ciudad, que es en la que supuestamente habitan más artistas por metro cuadrado en el mundo.


El señor Mallo evidentemente no ha viajado nunca a Tegucigalpa, fue lo primero que se me pasó por la cabeza al terminar el cuento. Lo segundo fue que había superado las expectativas que tenía. Y lo tercero, que debía encontrar la manera de leer esas jodidas novelas Nocilla. Pero está difícil, la única manera de conseguir sus libros aquí es ordenándolos por internet, y aun si los vendieran los venderían carísimos, así que da igual (aunque si los vendieran al menos los podría robar). Le pregunté a varios amigos si lo tenían y nada.
Y yo que gasto el poco dinero que me cae en cigarros y pendejadas…
3
Había dejado un comentario aquella vez en el blog del tal Mallo y a los días recibí un correo suyo. Sí, un correo del famoso físico y pospoeta Agustín Fernández Mallo. ¿Y las letras de Patti Smith no te parecen poemas?, le comenté al ver indignado que no la mencionaba por ninguna parte. A lo que contestó: Las letras de Patti Smith me parecen poemas de Bob Dylan en esteroides. Me arrepentí inmediatamente de haber hecho esa pregunta tan estúpida, pero yo qué iba a estar sabiendo que me iba a contestar.


De cualquier forma, eso inició una interesante y nada corta correspondencia entre nosotros. Hablábamos casi exclusivamente de música. Una vez le pregunté por la pospoesía y se echó un discurso de tres páginas sobre una fusión entre ciencia y poesía y que no entendí en lo absoluto. Una vez le conté sobre la poesía del grado cero y sólo me dijo: Menudo gilipollas. Una vez me preguntó si había leído alguno de sus libros y yo le contesté que no, que a mi pobre país no llegaban todavía, pero que sí tenía muchas ganas de hacerlo (intenté darle lastima para que me mandara algunos ejemplares pero no funcionó).
Así pasaron un par de meses hasta que una vez me preguntó si no me gustaría ir a España. Pero claro que me gustaría, pospoeta Mallo (así le decía), pero lo veo como imposible. Yo te invito, me dijo. Dejá de joder, pospoeta Mallo. No seas tan gilipollas, me dijo, yo te pago el pasaje y todo lo demás por una semana; te llevaré a varios eventos, considéralo como una mini-beca o algo así que te estoy otorgando. ¿La mini-beca pospoética?, le pregunté yo por joder. No, la mini-beca Nocilla, me contestó.
4
De España sólo diré que es helada, nada más. Recuerdo que iba muy nervioso en el taxi camino a la casa de Agustín Fernández Mallo, recuerdo que inventé una especie de juego para calmar los nervios, ya que el taxista no me dejó fumar (lo cual casi que me espantó, pues hasta ese día siempre que imaginaba un español lo imaginaba con semejante puro en la boca). El juego consistía en encontrar la mayor cantidad de escritores famosos que pudiera entre la multitud. Por un segundo me pareció ver a Vila-Matas en un café, pero un carro se atravesó justo en el momento y no lo pude confirmar. Al que si vi fue a Panero, en un parque, intentando atrapar una paloma y echando grandes carcajadas. Por la risa lo reconocí.
Llegué. Toqué tres veces la puerta y ahí estaba el hombre, el pospoeta, el narrador del momento, Agustín Fernández Mallo. Has llegado al fin. Bienvenido, hombre, pasa adelante. Hola hola, gracias gracias. En ese momento me golpeó todo: el gran cansancio que tenía, el estrés, los nervios y, sobretodo, lo bizarro de estar ahí en una casita española frente al señor Mallo. En pocas palabras me sentí abrumado. Estoy muerto, pospoeta Mallo, le dije. Me llevó al cuarto que más bien parecía ropero en el que iba a dormir y ahí mismo me desplomé.
El día siguiente Mallo me llevó a conocer la ciudad. El miércoles lo acompañé a una conferencia (como espectador, obviamente) que duró toda la tarde y en la cual no pude evitar dormirme. Te tiene jodido el jet lag, eh, gilipollas, me dijo en la noche Mallo mientras nos tomábamos una cerveza. Yo sólo me reí. Agarré al fin valor y le dije que quería leer sus novelas, que me las prestara cuando llegáramos a casa. Mallo le dio un gran trago a su cerveza y me preguntó: ¿Ya llegaron los libros de Julio Cortázar a tu país? Puta, Mallo, no estamos tan jodidos, le contesté. Claro que ya llegaron, la mayoría ya llegaron. Mallo asintió y nos quedamos callados un buen rato. ¿Y qué tiene que ver Julio Cortázar?, le pregunté al fin. Que Nocilla es como una Rayuela serie B, me dijo. Serie B, repetí yo como en trance. Sí, serie B, dijo de nuevo Mallo como en trance también. Y en ese momento me pareció ver a la Maga, o a la imagen de la Maga que yo fabriqué cuando leí Rayuela, salir del bar y me sentí feliz y pedí otra cerveza.
5


Maté al jodido pospoeta Mallo. Lo maté un día antes de venirme de regreso. Lo maté porque no me dejó leer sus novelas. El jueves, viernes y sábado dio aburridísimas conferencias en las que me dormí siempre. No entiendo para qué me invitó, las conferencias no eran ni siquiera de literatura sino de física (de esto me di cuenta hasta en la última), y a mí qué diablos me importa la física. Todos los días le pedía sus novelas y me contestaba con evasivas. ¿Ya llegaron los libros de tal autor a tu país?, me preguntaba con sarcasmo. Sí, hombre, por supuesto. Ahora dame tus novelas, quiero leer las famosas novelas Nocilla. Recordá que esta es la mini-beca Nocilla, le decía yo al pospoeta Mallo, pero siempre se hacía el loco.
El domingo, el último día de mi estadía en España, le dije que ya estaba harto, que me diera unos malditos ejemplares de sus malditas novelas o que se iba a arrepentir de haberme invitado. Pues la verdad es que no mantengo ningún ejemplar de mis libros en casa, gilipollas, me dijo en un tonito bien estúpido. Pues entonces dame dinero para ir a comprar unos ejemplares, mañana me voy y todo lo que quería era leer las famosas novelas Nocilla, carajo. Mallo sólo se rió, y ahí fue cuando perdí la cabeza. Mirá, hijo de puta, le dije, vine hasta acá para leer tus putas novelas de mierda y no me voy a ir sin hacerlo. Vas a tener que esperar a que lleguen a tu país, gilipollas, me dijo. A mí la verdad es que me parecen malísimas, me arrepiento de haberlas publicado. Lo mío lo mío la verdad que es la física, decía Mallo, pero yo ya no lo escuchaba. ¿No me has visto en las conferencias, gilipollas? Soy todo un pro, dijo Mallo, y ahí fue cuando lo maté. Le estrellé en la cabeza una espantosa lámpara de lava color verde que mantenía siempre encendida sobre la mesa.
Le di vueltas a toda la casa buscando algún ejemplar pero todo fue inútil. Sólo habían libros de carácter científico. Tal parece que el pospoeta Mallo había renunciado a la literatura. Sí encontré en cambio el Tractatus de Wittgenstein, así que hice mis maletas, tome mi pasaje de avión, le vacié los bolsillos al gilipollas de Mallo para pagar el taxi y me di con una piedra en el pecho por él, por dios y por Parra.