jueves, 17 de diciembre de 2015

DEFENDER LA VIDA, LO HUMANO QUE NOS QUEDA

Imagen de Jorge M. Treviño



POR JORGE MARTÍNEZ MEJÍA



Sin esfuerzo podemos percibir el fracaso del cascarón político de nuestro país, la garita tradicional y corrupta. El fracaso del liberalismo y su apéndice neoliberal, esa mirada ciega que en nuestra tierra se trocó en robo descarado, en gimnasia del saqueo. No hemos tenido ni una pizca de igualdad de oportunidades, ninguna posibilidad que no fuera ir a dar a un curul insano, ninguna opción a la hora de medir la manipulación a la que hemos estado sometidos. Y lo peor ha sido que nuestra misma base de pensamiento, lo que creemos haber adquirido por nuestro personal esfuerzo, por nuestras lecturas y búsquedas, no ha sido sino el mismo embuste. La educación debería cerrar sus puertas y dejarnos por lo menos un día sin “pensamiento”, para volver a pensar, para volver a vernos las manos y contar de nueva cuenta los dedos que nos quedan.


El otro camino equivocado es la mutación del trabajo en objetos para el lujo y la molicie. Cuánta libertad y espacio hemos perdido. El sacrificio del tiempo de vida a causa de la fatuidad de los objetos, de los inútiles artefactos. Y lo peor, haber perdido la capacidad de producir el alimento con nuestras mismas manos. Haber enterrado el contacto vivo con la madre tierra, el contacto profundo con lo humano.


Es probable que nos sintamos más cómodos y que comprobemos que el sillón del auto es realmente confortable, pero no hemos podido desviar el camino un solo día. La vida en esta absurda burbuja nos ha neutralizado.

Estamos a punto de fracasar y ni siquiera nos detenemos a reparar en ello. Sería genial frenar, irrumpir un día de estos en el centro del asunto. Desordenar un poco el caos en que ordenadamente vamos al matadero. Detenernos a defender la vida, lo humano que nos queda.





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