miércoles, 17 de octubre de 2012

Azotar la poesía: CRONICA DEL XX FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA, ROSARIO 2012








Azotar la poesía

POR KAREN VALLADARES
¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.

Oliverio Girondo

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua

Jorge Luis Borges.


No, no era el  frío que me recibió en Buenos Aires a las 5 y 50 am,  no  era el silencio del autobús que me transportaba hacia Rosario, donde todos los poetas esperaban ansiosos el XX  FIPR.

Era  el cansancio del vuelo, eterno, que parecía jamás iba a terminar. Donde sólo mi voz interior me hablaba con algunos poemas míos o con los versos de otros. Era ese océano interminable acomodado bajo mi sombra.

Llegué a Rosario, y no sentí el olor común de la poesía, veía otras cosas, otras personas. El hotel donde nos hospedamos los poetas, es pequeño.  Pienso en mis actividades y pienso en todos los nombres de poetas centroamericanos que debo mencionar, hablar sobre poesía centroamericana o de los 20 años de poesía latinoamericana como sugirieron los curadores del Festival. Preguntarnos si en verdad existe una poesía joven ¿A qué nos referimos cuando decimos poesía joven? ¿Será a la edad, al estilo, a la técnica?  ¿O a qué?

¿A que nos referimos cuando mencionamos XX años de poesía en Rosario? Tantos poetas importantes que han pasado por acá, que han leído en los túneles, en los bares, en los trasnoches, fotos con los nuevos amigos y con los viejos. ¿Qué diría Pizarnick? me pregunto, de este Festival, ¿o qué diría Girondo o Storni? ¿Realmente amaron la poesía tanto como nosotros? ¿Realmente existe la poesía? O como ha declarado el Movimiento hondureño Poetas del grado cero ¿LA POESIA HA MUERTO?

Por los momentos no pienso en eso, pienso que soy un costal de nervios, un hilo que tiembla ante la aguja, una sombra que se esconde del espejo. Pienso en la poesía profundamente y cualquier cosa me distrae. Y concluyo que la poesía es un triste espíritu inmundo.

En fin, la poesía se desvía un poco esta noche.  Y sólo resta esperar el inicio de las cosas, el génesis del XX FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA DE ROSARIO.

El ruido en las afueras del hotel no me deja dormir.  Mientras, veo un documental magistral sobre la vida y obra de Pizarnick, ¡Ahh, Alejandra! Algún día te encontraré en el más allá, y te haré tantas preguntas, que ojalá puedas contestarme.

Qué difícil es decir poesía, gritar poesía; recordar el Paraná y verlo inundado de estudiantes. Y pienso que quizás nosotros somos esos buques que se acercan lentamente sobre el río. Somos esos marineros que van y vienen. El viento que galopa en los mástiles de los barcos, cargados de nada.

Somos, qué sé yo, el lenguaje oculto de Pizarnick; los gatos o el ajedrez de Jorge Luis Borges. Podríamos ser cualquier cosa, el viento, la lluvia, un grito empalagado de alcohol, una llamada en espera; todo el ritmo que no suena en Rosario. Rosario no es aquella ciudad que yo imaginaba. No es una tarjeta postal, ningún epígrafe, ningún puto poema de nadie.

En Rosario, la palabra sopla y vuela y anda entre las personas, entre el griterío de las peatonales  húmedas de lluvia, Rosario iba a mi lado desde que llegué. Ah, Rosario no es una cumbia, pero sí es la canción de Mercedes Sosa sonando bajo en mi habitación.

Rosario es el silbido de la bandera que se alza a lo lejos.

Es ese frío que eriza la piel al inicio de esta página.
Rosario es aquella mujer hermosa que todavía no conozco.
Es la palabra que se desliza en mi boca.
Este año, celebramos la XX edición del Festival, celebramos todas las voces reunidas, todos los debates, todas las ferias editoriales, todas las ferias de libros, todos los encuentros, todas las risas en los pasillos de los hoteles y en los bares.

No importó que hayamos esperado horas y horas en el aeropuerto, antes de llegar. No importó la lluvia,  el frío, siempre el frío; y es que en verdad hacía frío. Hablar y hablar de poesía hasta hartarnos. Repito: la poesía apesta. Recordar todo, u olvidarlo todo. O simplemente callar como si no existiera en absoluto la poesía. Mencionar nombres sólo por quedar bien, mencionar todo lo bueno o todo lo malo. O pensar que aquí no es el lugar indicado para criticar un mal poema, igual, eso qué importa ahora, qué importa trasnocharnos. Importa azotar la poesía.



 Rosario, Argentina, 2012.







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