jueves, 10 de febrero de 2011

El ocaso de Paradiso, Parte III: La ventana azul




Por Jorge Martínez Mejía


Muertos los traidores, alguien preguntó en qué estarían pensando. Tres de ellos, ya viejos, reunidos en el ruinoso burdel Tegucigalpa, sintieron un raro latido en la cabeza que no les dejaba pensar: ¿Por qué putas se habían ido a leer sus ajados versos a ese descarado Festival de Poesía, ebrios...desequilibrados por el dinero que le habían sacado a la aristocrática ramera?
La mesa en que pasaban la tarde estaba sola en el inmenso salón. El piso, hecho de enormes piezas de terrazo rojo, bruñido al exceso, alargaba sus siluetas. En la pared de madera revocada de cal fina, colgaban tres enormes cordeles de ganadería, perfectamente enroscados.

-Todos se fueron- dijo el calvo de cara redonda y colorada.
- Y ni una mosca pasa.

El persistente ruido en la cabeza no permitía alojarse la brisa de ninguna pluma, ningún pensamiento podía nacer de aquella falta de consanguinidad.

-También la vida se ha ido - dijo el alto y narizón, mostrando sus zapatos blancos. - Me hubiera gustado quedarme más tiempo.

Una pequeña lagartija asomó por el dintel.
La hojarasca elevó una hoja que vino a colocarse en el zapato blanco…

- Todo acabó. ¿Y de qué sirve?

Alguien tuvo que preguntar por el pensamiento que había seguido a los traidores.

La lagartija era gris, la ventana, azul.


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