Necrópolis de putrefactas palabras
En la torva hora y la boina chamuscada, en la tromba palabra que arrastra el ansia y la música, en la aldea risueña en que suena todavía la posible melancolía de los pocos gnomos dedicados al pomo de la poesía. Pobre poesía mía, tan horrible, destruida y escondida, ya sin provisiones, sola y hambrienta, espacial, perdida, sin efecto, como el triste marsupial, oculto en el pequeño bulto corrupto, resurgido silencio, pienso y me extiendo y me extiendo y me extiendo. El sol salido esperando cuando a penas ando caminando. Y resurgirá otra vez en la muerte y sin quererte, aunque te hubiera querido, herido, sin despecho. Pocos poetas suenan y se queman por su gusto o se suicidan la vida. Yo no. Yo no me moriría por una tipa sólo porque ardiente en la caída de aquel paraíso del infierno, felíz como Goytizolo, o solo en el polvo decantado, cansado, insepulto, sin espejo en el reflejo del pendejo poeta que soy, que he sido, podrido. Si no me hubieran dicho. Yo no quería nada, yo no quería nada, quería nada, el alma helada, pelada, relamida, deliciosa diosa pornográfica, ácida, entretenida con miel sobre una torta. Qué hermoso el horroroso acto del parto, el dorado momento del jumento.
Hermoso muerto sin zarpa
Los muertos que no conocí, los ídolos que levantaron su pequeña fábrica de lámparas y pan para iluminar el sendero, desconocido aluvión de pasos ciegos en la maleza, en los árboles.
Yo tuve un muerto que llamaba y llamaba a la puerta diciendo: “ábranle a este perro”… Y fue triste ver sus ojos juntándose en el camino con los demás, conmigo mismo hablaba y mi hermana tenía dudas de que ese muerto fuera yo.
Recuerdo que una vez se fue al mar dejando un rastro particular, una visión: Un sembradío abrasador de trigo, unas láminas, hojas metálicas, colocadas en una covacha en la que junto a su perro, Osito, se dedicó a ladrar su balada.
Hermoso muerto sin zarpa.
El club de las gallas y las trescientas hormigas
(A Natalie Roque, Mayra Oyuela, Tutu, Karen Valladares, Lucy, Mayte Rivas, Mili, Zue y Gloria)
Las hijas del verano arden otra vez con más inteligencia. Esperan pacientemente a que sus hijos concebidos en junio peguen su boca en la colmena agria fermentada en largas caminatas por las pedregosas y enroscadas calles. En las noches que antes rezaban, ahora colocan su mirada oblicua en el techo, con el ceño casi fruncido, y sueñan que sus enormes enaguas de mujeres frigias se convierten en tormenta, mientras el agua de la lluvia lava la sangre de sus hombres muertos a manos del régimen.
Ellas, que aman ver sus casas coronadas de flores silvestres, ahora se visitan más a menudo y juegan como niñas descubriendo un mundo lejos del hocico lascivo. Abren el ropero y desenganchan antiguos corsés, ríen, y observan su cuerpo en el que todos los pájaros y bestias nocturnas quisieran acampar con su bullicio. Al desnudar sus pechos, sus gemas se jactan en una delicia de vaivenes por la que pequeños gnomos corren escurridizos al llamado de un amor inédito. Quién diría que en una luciérnaga podrían encontrarse registrados miles de azotes antiguos y el siseante mandato de los gansos. Una vez percibida la farsa de su felicidad al lado del cornudo, y visto el hombre en su miseria solitaria, la doncella enciende la antorcha y vuelve a caminar en el club de las gallas y las trescientas hormigas.
Si la amas, tienes tres amigas, dicen; y trescientas hormigas si la maltratas.
Yo he disfrutado su abrazo, las he oprimido contra mi pecho y desaparecido cuando cantan. En mi patio fuman y beben y narran su historia y su sueño insurgente. Por las calles podrías confundirlas y hasta enamorarte de su bamboleo. Pero no te acerques demasiado con intención lasciva.
Jorge Martínez Mejía, Arlequín Postmoderno (Collage en canvas, técnica mixta, 48 x 60 plgs.)
Jorge Martínez Mejía, Arlequín en la esquina (Canvas, técnica mixta, 48 x 60 plgs.)
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