Los poetas despertaron de sus sueños perdidos.
Yo caminaba entre charcos de lodo espeso y enredadas ramas de guayabo. Karen había asesinado a dos tipos: A uno lo había cortado en trocitos y lo había metido en el baúl del carro; a otro lo sepultó en una pared. Nadíe sabrá nada, me dijo. Pero Javier Alvarado salió de la habitación y respondió: "Yo lo sé todo. Soy tu acusador". -Me vale vale verga, le contestó Karen, yo sola me defenderé.
Yo, dijo Mara Larracilla, una chica normal y lagañas en los ojos, me desperté con los toques de la puerta del fondo, era la hora del desayuno. Traté de recordar la dimensión en la que estaba sumergida: gritos bajo la cama. Otra vez, un sonido en espiral fastidiaba mis tímpanos: el negro, el blanco, aldeas en la muela de un gigante. ¡Qué absurdo!
-Yo no sé si he soñado, dijo Xel-ha.
-A mí no me tocaba andar despertando a nadie, resongó Javier. Me desperté antes que todos. El agua estaba terriblemente fría.
Desayunamos y nos llevaron a la montaña, al Parque Braulio Carrillo. Ahí comenzamos la caminata en medio de un cerrado bosque nuboso, cada quien con un arbolito en la mano. Al fondo, entre la selva espesa, abrimos un pequeño espacio y un agujero en el suelo. Cada quien plantó un árbol, una dama, un verso. Karen dijo: Mi árbol se llama Alfonsina Storni, conocida como Alejandra Pizarnik, alias Anne Sexton, Antología suicida.
Yo dije: este es Edilberto Cardona Bulnes. Y lo puse en la tierra, entre enormes helechos y raíces amarillas.
Eso fue todo.
Eso fue todo.