PRÓLOGO A LAS CAUSAS PERDIDAS DE JORGE MARTÍNEZ MEJÍA
POR GUSTAVO CAMPOS
La manera que Jorge Martínez Mejía escogió para morir fue asesinando a la poesía, la forma más absurda de suicidio conocida. Venía de la cotidiana decepción de todos, la del desengaño de los falsos amores, condición previa en que se pierde la cordura, es decir, la locura. Tenía la trompa clavada en la almohada azul. La destartalada habitación del tercer piso de un viejo edificio de San Pedro Sula contaba apenas con una cama y un reguero de trapos sucios. La noche anterior había tratado de devorarse instintivamente todas las cervezas que pudo comprar en el estanco de la Sexta Avenida. Se había aprovisionado de barbitúricos por si le daba la gana de salir a buscar a la maldita perra, a Trilce. Esa noche me lo encontré en la cantina de doña Meches con la mirada hundida en el charco de la mesa. “Son una mierda”, me dijo, “las mujeres son una mierda. Una causa perdida como la poesía. Usted y yo tenemos el maldito destino de morir como los imbéciles poetas que todavía creen en el amor”. “La poesía es una puta”, sentenció. Y volvió la mirada hacia el mostrador en el que dos mujeres regordetas se besaban sin misericordia.
Con Jorge aprendimos a sobrellevar la miseria del triste salario de la Oficina de Cultura. Nuestra miseria se enriquecía en el desastre de nuestra literatura. “No sólo la literatura es una mierda”, decía, “…ni se trata de la pinche miseria de no tener qué comer. Se trata de todo. Todo está podrido. La literatura apenas es una hoja muerta; una triste y decrépita metáfora”.
Entonces nos enfrascábamos en reflexiones sobre el cambio en la literatura. Jorge Martínez había publicado un único libro de poesía, Papiro, del que se alababa la pulcritud, el cuidado en el manejo del lenguaje, la novedad, la fina escogencia del material; en fin, su auténtico oficio de poeta. Ese era el punto central de nuestras conversaciones. ¿Cómo, un poema, siendo bueno, era una mierda? Nuestras lecturas de los poetas malditos alimentaban de alguna manera la controversia. Sin embargo, el asunto no se ubicaba en la filiación canónica, era una reflexión que apuntaba a otro lugar. Nos identificaba, en ese entonces, la decepción amorosa, el derrumbamiento de ciertos modelos de comodidad humana que, finalmente, confluían en nuestro quehacer literario, esto es, en el poema.
Nos fuimos esa tarde a echarnos unos tragos al bar de Lipa, pero antes tuvimos que cruzar por todos los antros de la ciudad hasta que dieran las tres de la mañana, hora en que Lipa abría su bar para los elegidos. Jorge no acostumbraba andar cargando sus poemas, casi nunca se le vio con una carpeta de poemas para mostrárselos a nadie. Pero esa tarde cargaba un cartapacio gris…
“Estos hijos de puta pretenden ser poetas”, me dijo como tres semanas antes… “No saben la poesía, no la sienten, son mecánicos de la palabra”. Entonces entendí que Jorge se refería a sí mismo, es decir, a cierta manera en la construcción…Dos días antes de nuestra salida por los bares yo me sentía, como es mi costumbre, pésimamente mal, no encontraba mi centro. Había escrito durante tres días consecutivos en mi proyecto “Habitaciones sordas”, como un desquiciado -Escribía en letra punto 5, color morado, en un papel amarillo- Nos encontramos en el bar de Pedroza. Jorge llegó ya tocado. Cuando lo vi, me levanté y le indiqué donde estaba sentado. Se sentó y llamó a Pedroza indicándole que nos trajera otras cervezas. Yo guardaba mis poemas en la mochila y tenía intención de leerlos. No sé cómo lo supo y me dijo “traiga esas mierdas que anda escribiendo…” “Estamos hechos verga…Lo único que nos puede salvar es ponernos a verga y escribir como hombres”. Le lancé los textos y estuvo leyendo atento… “Hay algo de Kafka en esto” dijo, fue cuando lanzó por primera vez que estaba escribiendo Las causas perdidas. “He buscado a Trilce” dijo. “Es una causa perdida”.
Esa noche donde Meches creo que ya había escrito algunos poemas. Los tres primeros: Desnuda otra vez, Persiana gris y Te lo digo trigo. Tres textos que muestran momentos cruciales en su interior descritos de manera magistral, desde su visión mítica de la asunción y caída de Trilce, hasta la visualización de sí mismo en un cuchitril simbólico de la muerte. Jorge Martínez en su amorío original con la poesía produjo una imagen de la poesía como una mujer perfecta y amorosa. En su desamor, en su decepción esta imagen dio paso a una inversión, es decir, a la necesidad de aniquilar a la poesía como causa perdida. De ahí que posteriormente su desamor sea radical.
“Todo lo que poéticamente se diga tiene el sabor de la muerte”, me dijo esa noche. Yo me hubiera solazado en esa expresión como construcción poética, pero yo también sentía lo mismo. La poesía definitivamente era una puta condenada a muerte por los poetas más enamorados.
Luego vinieron los otros poemas: Un zapatazo en el pecho, Sólo es alta mi voz, no la poesía, Y todavía desnuda…Poemas en los que fácilmente se puede confundir esa relación despeñada con la poesía y con el amor de la mujer amada y perdida.
Pero todavía se trataba de una descripción subjetiva del dolor, del desamor con la amada, con la poesía. Yo mismo me sentí confundido esa noche que abrió su cartapacio gris para leerme algunos poemas…Me había encerrado en mi sorda habitación con Leopoldo María Panero, con Alejandra Pizarnik, con Becket, con George Tralk, con Costafreda, con la infinita sordera de la música de la vida. Jorge andaba en iguales pasos, nos encontrábamos en los mismos sitios. Jorge se sorprendía de que hubieran poetas verdaderamente locos y experimentaba su propia locura de una manera estoica…de día era un individuo trabajador, constante… leía tranquilamente las nuevas adquisiciones de Roberto Bolaño, del mismo Leopoldo Panero, de Papasquiaro, de Nicanor Parra, pero de noche se soltaba con enormes ingestas de ron y cerveza…la mujer, la maldita mujer perdida, me decía. Yo andaba en mis propios caminos, perdido en el desamor de Laura.
Por esos días había una pasmosa tranquilidad en el ambiente, pero cada día de nuestros encuentros con Mario Gallardo, dentro o fuera de las oficinas de Cultura algo se empezaba a dibujar como un rechazo a la vida literaria, un interés en la burla, un afán por encontrar la alegría. Todo se mostraba anticuado y era preciso romper las aristas de la vida. “Muerte a la belleza”, dijo cuando iba entrando a la oficina, “Muerte a la puta poética y su metarrelato de jirafas”…Mario aún no había llegado, eran las 8:30 a.m., Jorge se había venido a pie desde la Fesitranh, había caminado tres horas a lo largo de los ocho kilómetros de radio de la ciudad. “Vengo hecho una mierda”, me dijo… “Osito apenas tiene qué comer y yo ando peor desde hace tres días…”
“¿Muerte a la puta poética!”, gritó donde Lipa esa noche…Todo había vuelto a nacer desde entonces, nada se podía sostener en pie ya, todo se mostraba envejecido, anticuado…era preciso volver a armar las piezas de la vida.
“Papiro es la peor mierda que he escrito”, me dijo, “Pura metáfora, pura intención de magos mojigatos, pura culerada de poetas filenos…”
En verdad empezaba a escribir, no había avanzado mucho, sin embargo, las reflexiones cada vez nos llevaban a construir un discurso que hacía mucho tiempo había escrito Roland Barthes en “El Grado Cero de la Escritura”. Cuando terminamos de releer el texto que Mario Gallardo nos había dado en la clase de Semiótica Literaria caímos en la cuenta de que nada tenía sentido si no volvíamos a empezar desde cero…Días después Jorge llegó con el Primer Manifiesto de los Poetas del Grado Cero, una carcajada heroica, la primera y verdadera carcajada literaria en la literatura hondureña de los últimos años. Esta mierda es para que la mejoremos, dijo…y nos dispusimos todos a escribir nuestros párrafos…
Jorge nos dio un aliento con sus Causas Perdidas, nos alimentó con nuestra propia historia y concluyó el ciclo que sabíamos perdido. Las Causas Perdidas no se trata de una proeza literaria, se trata de nuestra propia confesión, constituye nuestra alegría vital, nuestro asco hacia una retórica literaria obsoleta; el reconocimiento y asistencia a nuestro propio sepulcro.
Hubo unos que se estremecieron sin comprender la dimensión de su franqueza, de su “jalón de orejas”. Recuerdo que una vez, su hermano Luis llegó a la oficina expresamente para decirle “Jorge, evite eso, lo que está haciendo es destruir su propia imagen como escritor”. “A mí me vale verga mi imagen de escritor, Luis, me vale verga la poesía”.
Había en el medio un absurdo terror a la risa, a la franca burla de la perorata poética. Jorge no tenía límite ya, su franqueza lo había expuesto en cada poema que conocíamos. Era su vida expuesta de la manera más clara, era un impulso a considerar que nuestra vida es literaria, que nuestro mundo está ceñido por las letras. Los que estábamos cerca entendimos que nuestro mundo es el que construye nuestro discurso. Ese es su aporte a las letras hondureñas.
Ya antes, Mario Gallardo había escrito “Las virtudes de Onán”, texto odiado por la mojigatería y aplaudido por los díscolos constructores de la nueva literatura hondureña. Todos nuestros poemas envejecieron de pronto. Todos queríamos remozar nuestro arsenal y no había tiempo qué perder. Las antiguallas se mostraban a cada paso. De pronto la literatura mostró su lado senil, su postrera forma de moribunda sin entierro. No se trataba de la literatura en verdad, se trataba de la vida. Esa mañana fuimos a inaugurar una Casa de la Cultura en Pinalejo. Las autoridades militares, civiles, las groserías del “arte popular”, las decadentes muelas podridas de una sociedad muerta se mostraban por doquier. John Connoly cantó “Niños de pompas de ceniza”.
Esa tarde, los Poetas del Grado Cero le metieron fuego a la poesía bajo la forma de una boina gris que el mismo Jorge había condenado a las llamas.
Así se construyó un nuevo movimiento en las Letras Hondureñas, el Movimiento Literario Poetas del Grado Cero. Como la explosión de un alter ego literario que reivindica un nuevo momento para las letras, el que propone “Muerte a la belleza y su metarrelato de jirafas”.
Las Causas Perdidas es nuestra intención rebelde en las letras hondureñas. No es el mejor texto poético jamás conocido. Es una apuesta a enfrentar la verdad en la vida de las letras. Nada sirve si no viene de la destrucción de nuestros padres.
Esa noche me marché más a verga que nunca, pero con la absoluta convicción de que sólo la muerte puede darnos la vida en la poesía. La apuesta de Jorge y su despecho por todas las causas perdidas, como lo decía el buen Borges, parte por darle el tiro de gracia a la puta que más amamos. A la poesía. La puta muerta, la puta madre moribunda que pide a gritos volver a empezar, no importa el bodrio que salga.
Así debe morir.
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