Es cada vez más cierto que al Presidente de la República le boicotean su administración, las andanadas le llueven como en los días finales de Zelaya.
Algo ocurre sin embargo diferente, pues aparte de críticas y quejas, que son normales, así como de oposición a algunas de sus medidas y decisiones, otros actos contrarios parecen provenir más bien de dentro y tener como objeto entorpecer, oscurecer lo poco que el hombre hace, a modo de generarle acelerados desprestigios y construirle una imagen de ineficiente, débil y causante de ingobernabilidad.
Los ataques de capitalistas privados se escenifican cada semana; inversionistas del Aguán le complican la solución agraria; crímenes sin causa lógica enrojecen las planas periodísticas; el asesinato reciente de 17 obreros sampedranos es directo baldón a la más que fallida política de seguridad del mandatario… Como cuando la matanza en barrio Chamelecón, ¿a quién beneficia esto?...
El pasado 15 de septiembre fuerzas policiales y militares, sin razón ninguna, lanzaron una feroz y cruel venganza represiva contra un desfile cívico del movimiento de resistencia en San Pedro Sula.
Sin provocación -todo está filmado- chepos y chafas tiraron contra la multitud 176 granadas lacrimógenas y comenzaron a azotar a quien se hallara enfrente, sin importar edad o género. Huyendo todo mundo, la tarima donde se realizaría el acto cultural por la independencia, y donde actuaría Café Guancasco, fue barrida por agua de la tanqueta y luego destrozados los instrumentos y parlantes con inaudita saña, adicional a robarse las computadoras.
Familias que asistían a presenciar el desempeño escolar de sus hijos debieron trasladarlos en condición de ahogo a los hospitales; un vendedor de calle murió más tarde por asfixia. Por cuanto las fuerzas armadas no han querido declarar qué tóxicos emplean para disolver manifestaciones, los médicos ignoraban cuál antídoto aplicarle.
La emboscada fue escrupulosamente planificada desde días antes. Se copó las tres calles adyacentes al parque y la catedral y desde amanecer los contornos de la emisora alternativa Radio Uno fueron rodeados con militares y radiopatrullas.
El profesor E. Bardales fue sacado a rastras de la antesala de Radio Uno y salvajemente apaleado, ante su hijito, en la acera; debió ser traslado por Cruz Roja a un centro asistencial; ídem con un artista del grupo Montuca. Asimismo, por horas continuaron las persecuciones de andantes por la tercera avenida, de ello existen grabaciones fílmicas. El motivo: ninguno, excepto instilar miedo y horror entre la población, las excusas alegadas para reprimir son categóricamente falsas. Un estudiante declaró que un policía le obligó a entregarle trescientos lempiras por liberarlo. ¿A quién beneficia todo este terror?... Como abrigo alguna duda de que tanta maldad proviniera de orden expresa del Presidente, es admisible que en la actual administración pública funciona un maléfico agujero negro que busca hacerlo caer con prontitud.
Ese "black hole" está constituido, desde luego, por el grupúsculo de conspiradores golpistas del año anterior pero además, ahora, por funcionarios íntimamente descontentos de que la línea política seguida no sea estricta y ortodoxamente la reaccionaria, policiaca y autoritarista que quisieron instaurar -sin que el pueblo los dejara- los aventureros totalitarios de 2009.
Para ello, para retornar a aquella desgraciada experiencia militarista -lo que implica a su vez adueñarse de los recursos naturales de la República- el entero proyecto pasa por convencer de que el presente gobierno es incapaz de frenar la delincuencia (y de allí los asesinatos, incluso masivos), el crimen organizado (y de allí el abundante sicariato y los secuestros), así como impotente para conseguir reconocimiento externo (y de allí que la élite ultraconservadora se enquiste en sus cargos y no lo deje accionar). Nada es accidente, todo se dirige a propinar golpe de Estado a quien no siga el guión entreguista del país. Callar lo obvio sería complicidad; si no fuera por Honduras poco importaría que ocurriera esto.
Algo ocurre sin embargo diferente, pues aparte de críticas y quejas, que son normales, así como de oposición a algunas de sus medidas y decisiones, otros actos contrarios parecen provenir más bien de dentro y tener como objeto entorpecer, oscurecer lo poco que el hombre hace, a modo de generarle acelerados desprestigios y construirle una imagen de ineficiente, débil y causante de ingobernabilidad.
Los ataques de capitalistas privados se escenifican cada semana; inversionistas del Aguán le complican la solución agraria; crímenes sin causa lógica enrojecen las planas periodísticas; el asesinato reciente de 17 obreros sampedranos es directo baldón a la más que fallida política de seguridad del mandatario… Como cuando la matanza en barrio Chamelecón, ¿a quién beneficia esto?...
El pasado 15 de septiembre fuerzas policiales y militares, sin razón ninguna, lanzaron una feroz y cruel venganza represiva contra un desfile cívico del movimiento de resistencia en San Pedro Sula.
Sin provocación -todo está filmado- chepos y chafas tiraron contra la multitud 176 granadas lacrimógenas y comenzaron a azotar a quien se hallara enfrente, sin importar edad o género. Huyendo todo mundo, la tarima donde se realizaría el acto cultural por la independencia, y donde actuaría Café Guancasco, fue barrida por agua de la tanqueta y luego destrozados los instrumentos y parlantes con inaudita saña, adicional a robarse las computadoras.
Familias que asistían a presenciar el desempeño escolar de sus hijos debieron trasladarlos en condición de ahogo a los hospitales; un vendedor de calle murió más tarde por asfixia. Por cuanto las fuerzas armadas no han querido declarar qué tóxicos emplean para disolver manifestaciones, los médicos ignoraban cuál antídoto aplicarle.
La emboscada fue escrupulosamente planificada desde días antes. Se copó las tres calles adyacentes al parque y la catedral y desde amanecer los contornos de la emisora alternativa Radio Uno fueron rodeados con militares y radiopatrullas.
El profesor E. Bardales fue sacado a rastras de la antesala de Radio Uno y salvajemente apaleado, ante su hijito, en la acera; debió ser traslado por Cruz Roja a un centro asistencial; ídem con un artista del grupo Montuca. Asimismo, por horas continuaron las persecuciones de andantes por la tercera avenida, de ello existen grabaciones fílmicas. El motivo: ninguno, excepto instilar miedo y horror entre la población, las excusas alegadas para reprimir son categóricamente falsas. Un estudiante declaró que un policía le obligó a entregarle trescientos lempiras por liberarlo. ¿A quién beneficia todo este terror?... Como abrigo alguna duda de que tanta maldad proviniera de orden expresa del Presidente, es admisible que en la actual administración pública funciona un maléfico agujero negro que busca hacerlo caer con prontitud.
Ese "black hole" está constituido, desde luego, por el grupúsculo de conspiradores golpistas del año anterior pero además, ahora, por funcionarios íntimamente descontentos de que la línea política seguida no sea estricta y ortodoxamente la reaccionaria, policiaca y autoritarista que quisieron instaurar -sin que el pueblo los dejara- los aventureros totalitarios de 2009.
Para ello, para retornar a aquella desgraciada experiencia militarista -lo que implica a su vez adueñarse de los recursos naturales de la República- el entero proyecto pasa por convencer de que el presente gobierno es incapaz de frenar la delincuencia (y de allí los asesinatos, incluso masivos), el crimen organizado (y de allí el abundante sicariato y los secuestros), así como impotente para conseguir reconocimiento externo (y de allí que la élite ultraconservadora se enquiste en sus cargos y no lo deje accionar). Nada es accidente, todo se dirige a propinar golpe de Estado a quien no siga el guión entreguista del país. Callar lo obvio sería complicidad; si no fuera por Honduras poco importaría que ocurriera esto.