lunes, 2 de agosto de 2010

He decidido acuerparte con dos cadáveres existenciales

Imagen de Cédric Desaux: The dark lens

Por Jorge Martínez Mejía

No hubo ningún fin


Era tanta nuestra ceguera que no podíamos ver la sangre de la atmósfera, su corazón derramado en la colina y la enorme roca estrellándose contra la desmelenada alcoba del arte. Repletos como estábamos, nos limitamos a ver la dorada marea y las cuerdas azules de las lunas. Alguien a mi lado dijo mi nombre y yo me reí de semejante tontería. Tomé el camino que iba al campanario de la iglesia, a pesar del toque de queda, sólo para rememorar una tarde en que ebrio, como nunca, a mis quince años blasfemé contra todo. Mi amigo Wilmer, el más pequeño del grupo, se había sepultado solo, colocando piedra por piedra en su cuerpo. Las señoras de la iglesia se arrodillaron debajo del campanario rogando para que me volviera la cordura o al menos para que no me lanzara. Entonces levanté la mano como quien oficia y grité Dios no está por encima de las algas y las bestias sagradas. Esa vez fui un marrano igual que el sacerdote.
Pero hoy todos se habían ido a la colina o se quedaban en el sendero, en las alamedas o en los claros del bosque, atemorizados por la música ronca de la tormenta vecina. En el aparatoso silencio, muchos bajaron a las mansiones construidas en la arena de los puertos, seguros de ver los últimos atardeceres. Todavía resuena en mi memoria la burla de Dios o la imbecilidad del hombre. No hubo ningún fin. La humanidad perdida sigue domando los mares y las montañas hasta el hartazgo.


Yo te volví a ver

Yo te volví a ver una tarde inesperada. Te vi de otro modo, con la cabeza descargada sobre el hombro. Alter ego expuesto a la mirada de todos, horrible, como en verdad te mirabas. Te vi, poesía mía, te vi cuan fea eras hasta atemorizarme. Llena de plagas y viejos accesorios para la risa. Antes de irte, sin alegría, con aquella enferma tristeza aparecida de pronto entre los aldeanos, reclutada ya para la muerte; te llamé y te dije: ¡Cuánta falta me haces! Y me viste otra vez con tus ojos dibujados en mi libreta. Dos arquitos arriba y dos puntitos negros abajo. Y me abrazaste. “Siempre ibas a venir”, dijiste, “ya lo sabía”.


He decidido acuerparte

He decidido acuerparte debajo de esta tierra, debajo de estas mil toneladas métricas de incertidumbre que produce tu nombre. Te han arrancado la boca, te han restregado en la cara los orgasmos de la traición, te han descuartizado la risa, te han soplado como a una botella hasta reventarte, te han amenizado una fiesta de la cual te han lanzado a patadas, te han pescoceado la barata mueca del bolsillo roto, te jodieron la velada y estás tirado en el suelo, bajo la lluvia de mierda en la que estás hasta el cuello. Estás atorado, viejo, estás atragantado en la historia, hay que matarte, anestesiarte de verdad las vértebras de los días que has vuelto desperdicio. Vení, mogigato de mierda, acercá el trasero para lanzarte lejos, a la realidad de esta maldita muerte que no querés aceptar. Estás sepultado, y sólo yo he decidido acuerparte, arroparte de silencio, apagarte la luz, callarme igual que vos, sacarte de debajo de esa puta mesa burguesa…