En las imágenes: Jorge Martínez Mejía y Gustavo Campos
(Poemas de Jorge Martínez Mejía, fotografías de Nidia Bonilla)
Salí a morir
Todavía estás bifurcado entre escribir bonito y escribir como hombre. Si tu sillón hablara te diría la verdad, te contaría como apesta tu trasero acomodado a la fama, al perrito pequinés del confort. Todavía tus demonios son desnutridas bestias violinistas, sin conocimiento del mundo. Soñadoras y curiosas damas ambulan como deidades en tus libros, y no podés dar un paso sin arreglarte el cuello, sin verte al espejo y pensar en tu caso. Has visto los atardeceres claros, pero no has sentido el eclipse, la caída de la noche en su verdad oscura, el holgorio pueril; la trabada parlantería de la imbecilidad. Sin embargo, podés salir a buscarte, al encuentro de tus viejos experimentos perdidos. Nadie te ordena quedarte clavado a la apariencia que has ido dibujándote, nadie tiene un plano del dique con el que has tropezado.
Salí a morir, violinista, maldito guardia de las lunas muertas.
Todavía estás bifurcado entre escribir bonito y escribir como hombre. Si tu sillón hablara te diría la verdad, te contaría como apesta tu trasero acomodado a la fama, al perrito pequinés del confort. Todavía tus demonios son desnutridas bestias violinistas, sin conocimiento del mundo. Soñadoras y curiosas damas ambulan como deidades en tus libros, y no podés dar un paso sin arreglarte el cuello, sin verte al espejo y pensar en tu caso. Has visto los atardeceres claros, pero no has sentido el eclipse, la caída de la noche en su verdad oscura, el holgorio pueril; la trabada parlantería de la imbecilidad. Sin embargo, podés salir a buscarte, al encuentro de tus viejos experimentos perdidos. Nadie te ordena quedarte clavado a la apariencia que has ido dibujándote, nadie tiene un plano del dique con el que has tropezado.
Salí a morir, violinista, maldito guardia de las lunas muertas.
A mis espaldas la ciudad dormida
Del cardumen el ornato fecundo, tal como he soñado. Las tristes palabras con las que me quedaba a solas. Siempre por la mañana. Preparaba mi café, una taza con dos cucharaditas de azúcar viendo de reojo el fregadero como un cementerio de palabras mudas. Cáscaras de huevo, frijoles, desperdicios de huesos, cuchillos, pocillos con agua, y otras muchas cosas no del todo calladas. Luego rebuscaba en los andamios de mi propia memoria, más atolondrado que visionario. Me quedaba en completo silencio esperando la frase con la que arrancaría este escrito y escuchaba palabras absolutamente anquilosadas. Ignoti bonum, ignoti bonum, me retumbaba en la cabeza, pensando en el juego muerto de la inspiración. Lastimero recurso me decía. Y vagamente pasaban por mi cabeza embebida en cafeína las réplicas obscenas y las burlas que siempre dirigía a mis amigos, ya para entonces menos. A mis espaldas la ciudad dormida y enredada en infinitos hilos de alambre, anudados al inútil perro que ladraba encerrado, quizás menos estúpido que yo ladrando en silencio.
Del cardumen el ornato fecundo, tal como he soñado. Las tristes palabras con las que me quedaba a solas. Siempre por la mañana. Preparaba mi café, una taza con dos cucharaditas de azúcar viendo de reojo el fregadero como un cementerio de palabras mudas. Cáscaras de huevo, frijoles, desperdicios de huesos, cuchillos, pocillos con agua, y otras muchas cosas no del todo calladas. Luego rebuscaba en los andamios de mi propia memoria, más atolondrado que visionario. Me quedaba en completo silencio esperando la frase con la que arrancaría este escrito y escuchaba palabras absolutamente anquilosadas. Ignoti bonum, ignoti bonum, me retumbaba en la cabeza, pensando en el juego muerto de la inspiración. Lastimero recurso me decía. Y vagamente pasaban por mi cabeza embebida en cafeína las réplicas obscenas y las burlas que siempre dirigía a mis amigos, ya para entonces menos. A mis espaldas la ciudad dormida y enredada en infinitos hilos de alambre, anudados al inútil perro que ladraba encerrado, quizás menos estúpido que yo ladrando en silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario