Acaban de subir a su mayor tono las conversaciones de las familias burguesas, tan pronto como supieron de la testaruda decisión de llevar a cabo contra viento y marea la consulta popular que día a día ganaba adeptos más vigorosos, más entusiasmo y posibilidades de dar al traste con la añagaza de democracia que vivíamos en el país.
Era una contienda que poco a poco iba perdiendo las posibilidades de negociación y se tensaba hacia una ruptura en la que la participación masiva de la población sería determinante. Los escritores queríamos participar para ofrecer nuestro aporte, para escudriñar desde adentro, desde la trinchera de la revolución, para chocar con la realidad y avanzar hacia aquella oportunidad de crear algo distinto.
A veces nos daba risa el asunto. Ver el corre y corre de los desenmascarados voceros de los grupos del poder fáctico ataviados de conservadurismo, gritando de manera bufa, casi asfixiados, perdido definitivamente su sentido del humor. Ahora no reían y se les miraba circunspectos como nunca, pero tenían los calzones abajo y no contaban con un discurso para la ocasión. A los pobres candidatos presidenciales de los partidos tradicionales les había tocado sacar propuestas de los pelos sólo para ofrecer el triste espectáculo de la falta de programa, propuesta y agenda. La coordinadora Nacional de Resistencia Popular había sido rebasada por la situación y se pertrechaba en las candidaturas independientes en vez de orientarse hacia la organización y la movilización de las bases.
La derecha hondureña nunca tuvo propuesta, era nerviosa e impulsiva, capaz de hacer cualquier tontería en la desesperación. La izquierda jamás había tenido tan cerca la posibilidad de sugerir siquiera su propuesta, por eso se le veía con demasiado entusiasmo, casi frenética, casi perdida la objetividad respecto de aquella situación revolucionaria. Los escritores más cercanos al presidente, que no eran muchos y no gozaban de simpatía entre el gremio, se habían acomodado a los sillones afelpados del Altar Q, y no producían ninguna movilidad de cientos de escritores que intentaban incorporarse sin encontrar la vía expedita.
En definitiva, la organización de aquel proceso, la movilización alrededor de lo que ahora se denominaba "encuesta para la cuarta urna", era el imperativo de todos los que anhelábamos una sociedad socialista, democrática y participativa. Por primera vez Honduras estaba pariendo una sociedad y habían amenazas de aborto.
Cuando despertaron, el señor gordo, el narizón y el feo sonaban la campanilla.