Por Jorge Martinez mejía
De una en una se vinieron todas las espinas. Olvidado de mí, sólo mi sombra derribada se mantenía enhiesta en la velada. Todo se hizo de pronto tan extraño. Los dos cuadros de la pared se cayeron sin motivo aparente, perdí mi manera propia de decir las cosas y apenas balbucía figuras como un asno. En el guetto, por la mañana, pregoné las más estúpidas tonterías y me arrojé contra las rocas para demostrar la insana verdad de la poesía. Mi inútil queja batalló como una tísica debajo de los dientes de la mulería académica. Recobré mi forma de acuario muerto, de silencio, y mi obra maestra es este sueño que no tengo.