lunes, 9 de marzo de 2009

Luis Alonso Ávila: Memoria de El Olvido: La compleja construcción de nuestra cultura



Por Jorge Martínez Mejía

Tenemos un primer libro de Luís Alonso Ávila, trabajado sobre la base de su primera memoria ¿Una novela? ¿Un relato? ¿Una serie de relatos? Tenemos aquí una propuesta de texto literario de cierta rareza que intenta lanzársenos como en un desparpajo, como un golpe de agua fresca en los ojos. Sorprendente por una movilidad extraordinaria en la que el narrador hace gala de un hábil manejo del diálogo, herramienta principal del texto con el que se van mostrando uno a uno los personajes. Con un brochazo descriptivo percibimos los ambientes en que se desplazan las escenas, la vida de un pueblo, El Olvido, ceñido a un paisaje asombroso por la fuerza con que se muestran los fenómenos naturales: lluvias torrenciales, noches de frío inclemente, veranos sofocantes. Pero el fondo del paisaje sólo le sirve al autor para recalcar la contradicción de un pueblo de maravillosa riqueza que sufre y paga con la muerte su miserable existencia. Un texto en que las vivencias dramáticas de los mineros pasan como un lúgubre telón de fondo, sin caer en la facilería del obtuso realismo social y sin opacar el espíritu festivo, alegre e ilusionado de sus personajes. El relato nos va mostrando mediante un personaje clave, el niño Raúl, diferentes escenas que constituyen las distintas facetas de El Olvido. Un perro, Príncipe, nos muestra con intención humorística la idiosincrasia mítica del pueblo; la muerte fatal de los mineros en accidentes de trabajo cotidiano; los velorios como muestra de la resistencia artística; la diferencia social entre los ejecutivos de la compañía minera y los obreros; la inocencia y el agradecimiento del obrero ante el patrón fraterno; la permanente algarabía y el festejo nocturno, el erotismo popular tratado con sumo cuidado y a la vez llevado a niveles casi grotescos, la crítica política de la izquierda, magistralmente reseñada mediante el personaje Suelacruda, el robo como una práctica de subsistencia, sin descrédito de los personajes y sin matizar los valores; la fraternidad, el respeto y el cariño filial; los personajes marginales como símbolo de lo popular; los chichipates, la magia, los desnudos femeninos descritos con gusto refinado; la vida en familia, la bohemia popular, la vida del burdel, el coqueteo, el galanteo, el pleito corriente, la traición, el perdón, el encuentro, la despedida, el crimen, la sabiduría popular; en fin, un trabajo rico en matices de extracción popular que indudablemente nos incita al estudio especializado para una propuesta de cartografía de la cultura popular hondureña. Pero en otra dirección, la técnica narrativa, el manejo del lenguaje popular, dominado para aprovechar al máximo la tensión de un conocimiento que está lejos de la academia, pero que ofrece una riqueza inmensa. El manejo de distintos tipos de lenguaje bien diferenciados, matizados desde diferentes ángulos de los personajes en los que se puede captar más allá de las relaciones ideológicas, de la extracción social, de la visión antropológica. La coexistencia de estos lenguajes como expresión de coexistencia de los personajes. El autor evade plantarse con un discurso directo y logra esta evasión alejándose mediante un narrador omnisciente que se desplaza a lo largo del relato permitiéndoles a los personajes desarrollarse sobre la base de sus diálogos. De escena en escena el narrador nos lleva con habilidad para mostrarnos una tragedia en la que nunca se pierde la alegría y la esperanza, a pesar de que no haya ningún motivo para tenerla. Las expresiones culturales registradas se asientan en un ámbito geográfico y social semi urbano o semi rural, donde la marginalidad se manifiesta con crudeza y donde, a la vez, el vehículo de comunicación preeminente es la oralidad. De ahí la enorme cantidad de diálogos en los que se sostiene la interacción de los personajes. El relato se ubica temporalmente en la década de los setentas y ochentas del siglo XX, aproximadamente, dados algunos registros de fechas y elementos tecnológicos utilizados en la narración. Esta observación nos permite al menos focalizar los aparatos que intervienen en la concretización subjetiva de los personajes. Un dispositivo cultural importante en el relato lo constituye el burdel. Espacio de recreación en el que se encuentran personajes tan relevantes como el niño Raúl, Black y Jade Esmeralda. Una casa común donde las situaciones se concentran en la dignidad de un personaje asombroso (Jade Esmeralda), autoexiliado en la marginalidad para personificar lo prohibido, la belleza y el genio artístico, indudablemente un gran personaje. Pero también el texto en sí como espacio en el que se ubican distintos escenarios casi en forma simultánea para causarnos la impresión de un enorme ojo inteligente que se desplaza hacia distintos puntos en una misma línea sucesiva de tiempo, en ese espacio el narrador nos muestra la más compleja y dialéctica realidad de un pueblo en el que miles de historias confluyen tratando de abalanzársenos para ser vistas en toda su contradicción. Una auténtica puesta en escena del pueblo como el personaje que encierra toda la riqueza del drama y desnuda la más compleja construcción de nuestra cultura, sus valores, esperanzas y frustraciones. Un texto inolvidable. Un indiscutible aporte a la literatura hondureña de comienzos de siglo.