viernes, 13 de febrero de 2009

Poesía norteamericana

Ilustración de Scott Hess



Ulteriores instrucciones


VAMOS, cantos míos, expresemos nuestras más bajas pasiones,
expresemos nuestra envidia por los hombres con empleo
permanente y ninguna preocupación por el futuro.
Sois muy ociosos, cantos míos,
temo que vais a acabar mal.
Os plantáis por las calles.
Haraganeáis en las esquinas y en las paradas de los autobuses,
no hacéis nada del todo.
Ni siquiera expresáis nuestras noble cualidades internas;
acabaréis muy mal.
¿Y yo? Me he vuelto medio loco.
Tanto os he hablado
que casi ya os veo alrededor mío,
¡insolentes bestezuelas! ¡Sinvergüenzas! ¡Faltas de atavío!
Pero tú, canto, el más nuevo de todos,
aún no tienes edad para haber hecho mucho daño.
Te conseguiré una casaca verde en China
con dragones bordados en ella.
Te conseguiré los calzones de seda escarlata
de la estatua del Niño Jesús en Santa María Novella;
no vaya a ser que digan que no tengo gusto
o que no hay sangre azul en la familia.

N.Y.


¡Mi ciudad, mi amada, mi blanca! ¡Ah esbelta,
escucha! escúchame y yo infundiré en ti un alma.
¡Delicadamente sobre la flauta, atiéndeme!
Ahora sé que estoy loco.
Pues aquí hay un millón de personas ásperas por el tráfico;
no es doncella
ni podría yo tañirla sobre alguna flauta, si tuviera.
Mi ciudad, mi amada,
eres una doncella sin pechos,
eres esbelta como una flauta de plata.
¡Escúchame, atiéndeme!
y yo infundiré en ti un almay vivirás para siempre.

Ezra Pound (Hailey, Idaho, 1885-Venecia, 1972)Versiones de Jorge Fondebrider


Las bestias en su mayor libertad


Las bestias en su mayor libertad
Dormitan esta noche en paz. En su escollo la gaviota
sueña en sus propias vísceras la ola que allá abajo la luna desflora,
y el pez-rueda se apoya sobre una piedra adormecido
por la lírica agua;
donde las patas sin manchas
del ciervo salpican dulcemente, y a las cuales
el destripado ratón, seguro en las garras del búho, grita
en armonía. Aquí no existe ese daño
ni esa oscuridad
que la misma luna observa
donde, refractada en el vidrio de la ventana, asiste ahora
a la dolorosa mutación del licántropo. La cabeza vuelta
sobre la traspirada almohada, él trata de recordar
el estado de ánimo humano,
pero como siempre, yace al fin
dejando que eso suceda, que un suave pelo de fiera llene su cara,
escuchando con oídos más agudos los excitantes tonos menores del viento,
el pánico de las hojas y la degradación
de los lentos arroyos.
Entretanto, en las altas ventanas
lejos de matorrales y sordas pisadas, aspirantes a la excelencia
suspiran y se apartan de su trabajo para interpretar de nuevo
la doliente belleza del cielo, la diáfana luna
y el cazador que acaba de despertar,
creando para los hombres sueños tales
que narrados entristecerán como siempre sus corazones, llevando
monstruos a la ciudad, cuervos sobre las estatuas públicas,
flotas para alimento de los peces en las oscuras
turbulentas aguas.


Richard Wilbur (Nueva York, 1921), Poesía norteamericana contemporánea, traducciones de William Shand y Alberto Girri



El albatros


Por divertirse, a veces, los chicos de la escuela
agarran a otro chico, asmático u obeso,
con acné, miope, gay o simplemente raro,
para darle unos golpes o sacarle la plata.

Ni bien quedan tirados boca abajo, en el patio,
esas criaturas tímidas, rojas como un tomate,
respirando agitadas, llenas de moretones,
comienzan a arrastrarse buscando escapatoria.

¡Qué patéticos son sus esfuerzos inútiles!
¡Cómo ríen los chicos que observan a un costado!
Bajando el pantalón, uno expone sus nalgas;
otro agresor se burla de su hermana y su madre.

No se parece el poeta al chico que es golpeado,
ni a aquel que lo golpea, sino a ambos a la vez:
víctima de sí mismo, abusador de sí,
alas imaginarias le impiden caminar.

Frank Shaughnessy (Chicago, 1976), Covers, Harvest Moon Press, 2005


Una botella egipcia de vidrio tirado en forma de pez


Aquí tenemos sed
y paciencia, desde el principio,
y arte- como en una ola que se levantó para que viéramos
en su esencial perpendicularidad
no quebradizo
sino intenso -el espectro, este
espectacular y diestro animal, el pez,
cuyas escamas rechazan las espadas del sol con su pulido.


Marianne Moore (Kirkwood, Missouri, 1887-Nueva York, 1972), "Selected Poems (1935)", Complete poems, Penguin Books, Nueva York, 1994
Versión: J. Aulicino


Elizabeth


Elizabeth, a pesar de Zenón y de otros sabios,
sin duda corresponde-la lógica y el hábito lo ordenan-
que en tu libro se escriba primero tu nombre;
y yo tengo otras razones para hacerlo,
al margen de mi gusto por la contradicción.
El poeta -si es poeta- que explora las alcobas
de la Ficción o la Realidad en busca de las musas,
ha estudiado muy poco su parte, no leyó nada,
ha escrito menos, en suma, es un tonto
carente de alma, de juicio y de arte,
cuando ignora una regla elemental,
empleada incluso en las tesis de la escuela,
llamada -olvidé la palabra griega-llamada como sea, el sentido es el mismo:
"Siempre escribe primero las cosas
en lo más alto del corazón".


Edgar Allan Poe (Boston,1809-Baltimore, 1849), Poesías completas, Editorial Claridad, Buenos Aires, 2005. Versión de Ana G. Burgert