jueves, 5 de febrero de 2009

Me detengo a oÍr un estrepitoso triunfo de cigarras...

Ilustración: Jeff Koons, Conejo flotante


Derek Walcott


Me detengo a oír un estrepitoso triunfo de cigarras
ajustando el tono de la vida, pero vivir a su tono de alegría es insoportable. Que apaguen ese sonido. Después de la inmersión del silencio, el ojo se acostumbra a las formas de los muebles, y la mente a la oscuridad. Las cigarras son frenéticas como los pies de mi madre, pisando las agujas de la lluvia que se aproxima. Días espesos como hojas entonces, próximos los unos a los otros como horas y un olor quemado por el sol se alzó de la carretera lloviznada. Punteo sus líneas a las mías ahora con la misma máquina. ¡Qué trabajo ante nosotros, qué luz solar para generaciones!-La luz corteza de limón en Vermeer, saber que esperará allí por otros, la hoja de eucalipto rota, aún oliendo fuertemente a trementina, el follaje del árbol del pan, de contorno oxidado como en van Ruysdael. La sangre holandesa que hay en mí se dibuja con detalle. Una vez quise limpiar una gota de agua de un bodegón flamenco en un libro de estampas, creyendo que era real. Reflejaba el mundo en su cristal, temblando con el peso. ¡Qué alegría en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarán! Que escriban: «A los cincuenta invirtió las estaciones, la carretera de su sangre cantó con las cigarras parlantes», como cuando emprendí el camino para pintar en mi décimoctavo año.