martes, 15 de julio de 2008

¿Cómo matar tanta porquería?

Foto Igor Amelcovich

Hay suficientes pruebas, evidencias tangibles de que no sólo la poesía debe morir, sino toda rémora que parta de la repetición. Hasta la saciedad de religión, de lenguaje, de símbolos, de ciencia, de filosofía, de nadería, de puestas de soles, de pretextos, de plazas vacantes, de vicio y de renuncias. Todas las cosas son la misma fórmula. No hay conocimiento, solo poder de manipulación. El asesinato ha sido clasificado, archivado y engavetado. Odio el desenfreno de tanta roña repetida. Hasta los locos aburren en su trepidante silencio, en su auto incineración. Hasta la sensación fúnebre, ociosa, derrochada, de recordar algo perdido. Arbitrario y estúpido vocablo este que predico mil veces remachado por Becket; tirado al fondo de todo lo que debe rechazarse. Entre los imbéciles no basta ser comprendido. Ni en los sueños se vive en paz con tal recurrencia ¿Cómo matar tanta porquería? Sonofelet y Jorge Martínez riñeron como dos trogloditas, hastiados de ver nacer las mismas cosas. En vano forcejearon ambos idiotas por comprender y disfrutar la belleza o la vida. En secreto se repudiaron, cargados de certidumbre, pero vislumbraron la falacia podrida. No se trata de renuncias ni de tener huevos ni de cagarse en la vía pública o clavar el inodoro de poemas en el palacio de los imbéciles. Se trata de ser uno mismo, sin la repetición maldita de limpiarse el trasero.