Imagen tomada de Diario Tiempo Digital: Escapar de la violencia hacia más violencia: Cómo es la vida de las mujeres en la mara.
Por Jorge Martínez Mejía
El presente trabajo es parte de los apuntes del proceso de mi participación en el Grupo de Trabajo sobre Maras y Pandillas, un espacio promovido por la Fundación Friedrich Ebert en Honduras para el análisis y abordaje de esta temática desde una visión progresista y respetuosa de los Derechos Humanos.
El presente texto lo preparé como un posicionamiento en ocasión de la presentación del texto presentado por Oscar Estrada sobre las mujeres en las maras en Honduras: Cambios en la Sombra: Mujeres, Maras y Pandillas ante la represión.
(Antes de comenzar la lectura, es preciso advertir que se
sostiene en los fundamentos de Michel Foucault, la
biopolítica como tecnología de gobierno, y los estudios de Santiago
Castro-Gómez).
Siempre se ha observado que en nuestra sociedad
capitalista, uno de los rasgos iniciales de la modernidad relacionados con la
mujer, consiste en la androgenización o masculinización. Ejemplos evidentes, el
uso del pelo corto, de pantalones, el desenfado y funcionamiento en roles
tradicionalmente masculinos; en fin, una multiplicidad de representaciones
masculinas como una necesidad de integración de la mujer al mundo de la
modernidad capitalista de comienzos del siglo XX.
Es necesario observar que la lógica del poder tradicionalmente
se ha percibido de una manera jerárquica. Yo sigo pensando que la estructura
jerárquica del poder en la mara es una representación fidedigna a la
estructura jerárquica del poder
colonial, pero que debe ser estudiado en más detalle.
También, siguiendo a Michel Foucault, considero que las
técnicas de gobierno capitalista no se
encuentran en las instituciones del Estado, ni en el Congreso, ni en la Corte
Suprema, ni en el Ejecutivo, el verdadero gobierno se ejerce en el crimen de la
calle, en la desinformación de los medios, en las iglesias y en universidades.
Que estas técnicas de gobierno capitalista, con toda su retórica de la
modernidad, cruzan a todas las estructuras sociales y las habitan, logrando
reproducir patrones idénticos al patrón colonial impuesto desde la colonia
(entiéndase choque de civilizaciones a partir de 1492).
La masculinización de la mujer en la mara, sin embargo,
construida sobre la base de la aceptación de pertenencia al grupo, y
representada en el ritual de iniciación de doble opción: paliza o sexo
colectivo, no tiene la intención de humillar o degradar a la condición de
objeto per se. Sino que se orienta
hacia la integración para la seguridad del colectivo. El quiebre o la fractura
se da en la “elección” que hace la mujer en la preferencia de la golpiza o de
sexo colectivo.
En los dos casos, es la aceptación del sacrificio como
intención de pertenencia lo que constituye el poder en la mara.
En la mara, la fuerza no se encuentra en un punto
jerárquicamente superior, es independiente a la estructura de mando; se
encuentra en cualquier punto heterárquico (Es preciso visualizar la diferencia
entre fuerza y estructura de mando).
Soportar la paliza o el sexo con el colectivo significa la
selección de una mujer nuevo miembro, fuerte, capaz de resistir cualquier
sacrificio por el bien del colectivo. Sin embargo, la elección de sexo con el
colectivo, afianza o remarca la condición femenina, inestable como característica
del varón en la mara.
La producción de castigo violento, quitar o perdonar las
vidas, es un rasgo de la autoridad del soberano (véase al monarca como
representación del poder colonial) o del señor feudal. Este rasgo se observa
como característica retrógrada en la mara, también como una señal de autoridad.
Sin embargo, infligir dolor en el ritual de iniciación es una probada de la
forma de sujeción al interior del colectivo. La lealtad o fidelidad al
colectivo se define en este contrato inicial. Al aceptar la condición de
súbdito o miembro supeditado al colectivo, los cuerpos de los mareros, todos
por igual, aportan en la construcción del poder unitario de la mara.
El rol de la mujer, entonces, será en primera instancia similar
al de los demás, estar al servicio del poder colectivo. No obstante, sus
características normales de feminidad serán utilizadas como atributos de
camuflaje en la sociedad en general o en las tareas específicas que se le
encomienden.
Es indudable que los mejores individuos miembros de la
mara serán aquellos que manifiesten mayor ferocidad contra los adversarios
territoriales. Los que se saben defender y son capaces de matar a los otros,
los que son capaces de mostrarse más violentos frente a la población rival que
representa mayor peligro para la raza, para la mara.
Todo este imaginario propio del más profundo racismo
colonial, se sostiene en que la muerte del adversario significa el
fortalecimiento del colectivo.
Hacia adentro del territorio propio de la mara, en su
subjetividad sostenida en este crudo pensamiento colonial, la mujer que acepta
el sexo con el colectivo, se centra en sus rasgos femeninos, rechazados de
manera natural por el colectivo, pues a mayor femineidad, menor masculinidad,
es decir, potencial de fuerza. Sin embargo, la mujer que acepta la paliza será
vista con menores rasgos de femineidad, y por lo tanto, mayores rasgos de
masculinidad, su aceptación es más conveniente y su imagen frente al colectivo
mejor posicionada.
El comportamiento de sacrificio es el mismo, la diferencia
es la matriz colonial que excluye lo femenino por considerarlo débil frente a
lo masculino.
Cualquier similitud con la sociedad en general y las
luchas de las mujeres que no piensan perder su femineidad a costa de su derecho
a ser sujeto de sí misma ante la fuerza de una sociedad patriarcal, machista y
capitalista, es pura coincidencia.
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