Mister K. y JJ
Yorch y Mister K.
Por
Jorge Martínez Mejía
Todos
los días, después de despertarse y cepillar sus dientes, míster K. va hacia su
auto, se hunde en él, lo enciende, y enciende su puto día. Todos los días pasa
por la misma calle hacia su trabajo recordando que es el mismo día. Lleva
consigo su rabiosa cerveza de la noche anterior y al beber un sorbo registra el
sabor del óxido de una lata fabricada en un horno de esta ciudad del infierno.
Puede ser una ciudad nacida en la guerra —piensa— en la guerra de las tres de
la reciente madrugada. El pequeño carrito sigue su curso normal —¿verdad míster
K? No se aparece ninguna patrulla. El afortunado olor a gasolina húmeda es
lindo al respirar y el asfalto sigue limpio y recién llovido. Al estacionarse, míster
K. siente entre las piernas su triste juguete abusado al máximo, en el sudor.
Sabe que huele a esa mujer de pelo negro y largo y el sonido del ascensor lo
devuelve a la realidad de su barba turbia. Todo parece real, hasta ahora.
Míster
K. se mira al espejo, todo es normal. Está escrito en un solo movimiento de
tango. La máquina traga personas lo sabe. Míster K. mete su tarjeta de control
de trabajo en la ranura y el mecanismo de control refleja su cara seca en la
pantalla azul. Su paso, al entrar a la oficina, lleva ese antiguo ritmo en la
sangre. Es el último míster K. entrando
a la puta ciudad. Antes de sentarse en su silla de fibra, míster K. corre con
sus dedos blancos la cortinilla…y allí está la ciudad, vigilante, mirando al
último hijo de puta míster K.
………………………..
Darío
Cálix, míster K. no solo es un autor y un personaje. Es un autor usando el
material de su vida en su obra. Quizás no pretenda ser el más irreverente de un
grupo que ha apostado todo para su propia obra, quizás sólo defiende la
posibilidad de contar su vida, de testimoniar su vida. Nadie aquí comprenderá,
ni él mismo tal vez, el origen de ese afán de mostrar cierta violencia que
subyace en su obra…no por la escatología del lenguaje, ni la nutrida
incomprensión de su vida, sino por la naturaleza misma de una historia signada
por el dolor que el autor trata de reconstruir sin importarle hasta qué punto
alguien hunde una daga de la que se siente víctima y victimario.
Darío
Cálix, Mister K. no intenta ser líder de ninguna oleada literaria, su obra nace
de manera natural. No defiende nada, no le apuesta a nada. Darío Cálix, Míster
K., apesta a sin sabor ideológico, corre sin prisa, sin ofrecer paisajes ni
postales. Más bien pareciera que su estética radica en cierta inmoralidad, en
cierto cultivo de maldad, de imperfección, porque ¿a quién se le ocurriría
dejar clavado a un niño en las estacas de hierro de una iglesia solo para
mostrar sus huellas dactilares de homicida? Hay algo que irrumpe, que se
proclama en atrocidad para el deleite del lector, porque algo se hunde en la
ficción del relato, una vocación para sondear en la perversidad de sí mismo. Se
trata de observar en el acto maligno una indolencia de la conciencia del
lector.
Hay
una esencial y verdadera perdición del alma,
si por alma entendemos la voluntad de conexión humana. No es humor negro,
ni hilaridad, ningún divertimento, no es ningún chiste. Se trata de un sondeo a
fondo de la perversidad.
A
pesar de todo, de la estructura en distintos fragmentos, de su jovialidad;
Darío Cálix, Míster K. nos invita a escondernos en su individualidad, en su
interior de hombre extraviado en el dolor. No hay base racional que defienda su
postura moral de dormir abrazado a una pierna muerta, o que sea un cadáver
bailando un último tango.
Yo
lo he visto, Míster K., sudando obscenamente en esta puta ciudad del infierno,
toda ella dándole la espalda, echándose a reír detrás de Usted. Yo lo he visto
Míster K., desconfiando de sí mismo, de su memoria y de su trago, lo he visto
echarse en su sombra, con dos o tres inservibles palabras para intentar recuperar
su miserable vida.
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