MICHAEL HEIZER
Apuntes preliminares para iniciar un estudio sobre la poesía centroamericana contemporánea.
Ponencia presentada en el XX Festival Internacional de Poesía de Rosario, Argentina 2012.
Ponencia presentada en el XX Festival Internacional de Poesía de Rosario, Argentina 2012.
Por Karen Valladares y Jorge Martínez Mejía
En la actualidad, la
explosión de una extraordinaria variedad de propuestas estilísticas y múltiples
tendencias en la creación poética hace difícil una caracterización justa de la
nueva poesía en Centro América. Sin embargo, el rasgo principal lo constituye,
precisamente, esta variedad de estilos y tendencias que responden, tanto a
influencias externas o extra nacionales como a la evolución propia de los
procesos literarios de cada nación, a las experiencias de comunidades
determinadas por su misma dialéctica. En
una revisión panorámica que intenta generalizar se hace difícil pretender
clasificar una vastedad de vertientes y voces disimiles.
Los grandes momentos
de la época revolucionaria del 60 al 90: El triunfo y debacle de la revolución
sandinista, los procesos revolucionarios fallidos en El Salvador, Honduras y
Guatemala, y la burbuja democrática de Costa Rica; la caída del muro de Berlín,
la fractura del mundo socialista, la desbandada y falta de credibilidad de la
izquierda y sus organizaciones, la importación del fenómeno de maras y pandillas
y la profundización extrema de la crisis económica, social y política;
produjeron una perspectiva
estropeada, una evidente angustia
existencial, la necesidad de romper con todo tipo de esquema relacionado con la
vida, con la muerte o con la creación, y un sentido de orfandad resuelto
esporádicamente mediante pequeñas cofradías literarias, festivales y
antologías.
Del entusiasmo
revolucionario de las generaciones de los 50, a la fragmentación exponencial de
las generaciones posteriores en las letras de Centroamérica, nos conecta el escepticismo
y el desencanto no sólo de la literatura, sino de la vida misma.
Diferentes tensiones
tiran nucleando a los nuevos creadores. De un lado, la persistencia de ciertos
rasgos de la vanguardia, el compromiso militante, la poesía social; y por otro,
un lirismo intimista depurado, poesía irreverente, signada de una iconoclasia orientada
a lo que Eduardo Milán llama “despoetización de la poesía”, una de las más
evidentes aristas de las nuevas tendencias de la poesía de Centro América.
Las generaciones de
los 50’s y los 80’s, han hecho confluir distintas tendencias estéticas
aportando sustantivos replanteamientos y renovadoras variantes estilísticas.
Sin embargo, las transformaciones vanguardistas no se desarrollaron de manera
coherente o análoga, sino más bien con evidentes retrasos y claras muestras de debilidad. A esto se debe
agregar que las últimas generaciones nunca asumieron la ruptura de los
paradigmas vanguardistas como una necesidad intrínseca de su creación, más bien
las transformaciones estilísticas se han dado por mera inercia de una
vanguardia y una pos vanguardia que fue asumida como posición oficial de la
literatura de finales de siglo.
De ahí la pulsión, las
tensiones entre un vanguardismo desfasado y la predominancia de una despreocupación
política relacionada con las conquistas sociales; de ahí la profunda tensión
entre una poesía centrada en la cotidianidad urbana y el realismo social
militante; entre la solemnidad y la
desacralización, entre un verso oscuro que presume de hermético, y las formas
conversacionales. Entre lo poético y lo antipoético. Esta coexistencia se
multiplica en las creaciones, en las que se puede observar la predominancia de
un vanguardismo obsoleto y una propuesta de poesía antiliteraria todavía
marginal. Sin embargo, la voluntad de ruptura más reciente surge de ese
sustrato que intenta sacudirse las formas poéticas reprochándolas como una
institucionalización oficial del arcaísmo, de un lenguaje percibido como bozal
o mordaza, de donde surge su deseo de romper no sólo con el canon, sino con las
formas tradicionales de la poesía, con la legitimación del verso como forma
estética. De ahí comienzan a surgir los
nuevos frutos de la palabra poética en Centroamérica, lo demás sigue siendo chapucería
o colorete vanguardista. Sin embargo, la vanguardia en la poesía
centroamericana continúa con sus banderas altas. En Nicaragua, Carlos Martínez
Rivas y Ernesto Cardenal se mantienen incólumes como figuras de una poderosa
vanguardia poética que continúa sirviendo de faro a las nuevas generaciones
entre quienes destaca el fallecido Francisco Ruiz Udiel. En El Salvador, Roque
Dalton no ha sido superado y su poética es lo más próximo a una ruptura dentro
de la misma vanguardia, excepto por el incansable trabajo de Otoniel Guevara,
uno de los pocos poetas que le ha tomado distancia. En Guatemala es meritorio
reconocer el esfuerzo poético de Rosa Chávez, Alan Mills y Javier Payeras, que
le ha permitido no sólo más oxígeno y nuevos bríos a la poesía, sino un sentido
de avanzada atrevida que le distancia de los signos de la vanguardia, no en términos
de compromiso, sino del interés por incorporar la multiplicidad de voces que
susurran en lo urbano. En Honduras vale destacar la valentía del Movimiento
Literario Poetas del Grado Cero, de los poetas Jorge Martínez Mejía, Karen
Valladares y Darío Cálix, que han roto abiertamente con la gastada sublimidad
poética de los setenta y su asquerosa pulcritud, y se han apostado como una
insólita tribu urbana para quebrarle los dientes a la poesía. En Costa Rica la
parsimonia sería insoportable de no ser por la madura osadía de poetas como
Felipe Granados, Luis Chávez y Ricardo Marín, verdaderos poetas urbanos.
En esencia, aunque la
vanguardia poética sigue gobernando con patente de corso a través de no pocos
poetas jóvenes, la pugna contra el lirismo crítico y la gastada poesía social, la
ofrece una poesía sin melindres ante la comodidad de un falso vanguardismo hecho
para la complacencia pública. Irónicamente, lo mejor de esta tribu de fugitivos
que conspiran dispersos contra el acartonamiento poético, conecta mediante
Nicanor Parra, Efraín Huerta, Alen Ginsberg y Ezra Pound; con Ernesto
Cardenal y Roque Dalton, que buscaron la jovialidad natural, y la encontraron,
treinta o cuarenta años después, en pequeñas e irreverentes escaramuzas
protagonizadas por sus nietos, que conspiran contra la inútil persistencia de
la poesía para llegar a la fuente, al individuo en su situación, a sí mismos en
la pequeña nación de la calle o del barrio. Pero en realidad no existe ninguna
pugna entre el vanguardismo sobreviviente y el lirismo antipoético, se trata de
poetas que no portan estandarte ni pregonan causa alguna, sólo avanzan en su
propio camino, al encuentro de su conflicto personal que consiste en verse al
espejo sin el atuendo avejentado del
poeta.
De esta necesidad de construir una fuente para la propia voz,
sin tutelajes, surge la copiosa cantidad de propuestas aún en proceso de
consolidación; voces admirables y valientes, genuinamente preocupadas en
situarse al frente del género, hecho trizas, para cantar su épica individual,
su canto a la época.
Nuevas voces poéticas
de C.A.: (Guatemala) Allan Mills, Rosa Chávez, Javier Payeras; (El Salvador)
Otoniel Guevara, Javier Alas, Claudia María Jovel; (Costa Rica) Luis Chávez,
Alfredo Trejos, Felipe Granados, Ricardo Marín, Diego Mora; (Honduras) Jorge
Martínez Mejía, Karen Valladares, Darío Cálix, Magdiel Midence, Giovanni Rodríguez, Mayra Oyuela, Fabricio Estrada, Gustavo Campos, Otoniel Natarén, Murvin Andino; (Nicaragua)
Francisco Ruiz Udiel, Alejandra Sequeira, Andira Watzon, Ulises Huete, Carlos
M. Castro, Douglas Tellez; entre otros.
En la actualidad, Centro América vive un momento de enfriamiento
del entusiasmo vanguardista ya sin figuras mediáticas. Las nuevas generaciones
de creadores muestran su
inconformidad con lo canónicamente establecido, es decir con el vanguardismo,
sin ánimo de transgresiones y con muy pocas cartas de cambio, a menos que se
trate de la reivindicación de un yo seguro de su intimidad con la poesía a la
que intenta desnudar de sus vetustos atuendos para hacerla caminar por las inhóspitas
calles de una ciudad que reclama ser narrada, cantada en su inmunda actualidad violenta,
irracional, sin causa y sin nobleza.
Se trata más que de un encuentro de generaciones literarias,
de una introspección, un insight en la
que la inutilidad de la poesía pareciera ser la perspectiva de un mundo fallido.
No se trata de un paisaje definitivo sino en formación, una configuración en la
que se pueden alumbrar diferentes matices: Rigor estético, innovación, tensión
entre la pureza y la crudeza de un lenguaje valiente, sin ser confrontativo ni pusilánime;
que forcejea entre la ruptura y la comodidad de lo establecido; interesado en
encontrarse en su situación propia sin imitar patrones foráneos. Respetuoso de
las glorias de la vanguardia literaria, pero que conspira sin descaro, con la
convicción de que su sentido de orfandad y dispersión, su sentido de
pertenencia a una nación tan pequeña como su propia habitación, es su principal
herramienta, su rasgo distintivo. Sin afanes de inmortalidad comunica su íntima
y absurda cotidianidad personal para construir simbólicamente su propio entorno
urbano, de ahí la intención prosaica y la inclinación persistente en novelar la
ciudad, en donde no existen ni malditismos, ni profetas, ni poetas, ni poesía.