Brasil, y más concretamente São Paulo es considerado actualmente como la meca del street art. La mezcla única de razas y culturas que se da allí, y el boom demográfico que sufrió el país en la decada de los 60, ha dado lugar a una prolífica comunidad de artistas urbanos transgresores y con muchas ganas de hacer cosas diferentes. Es en este contexto donde Claudio Ethos (São Paulo, 1982) despliega su arte, llenando las paredes de su ciudad natal con trabajos tan increíbles como éstos.
martes, 30 de marzo de 2010
lunes, 29 de marzo de 2010
Si querés volar, tejete unas alas a la espalda
Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince años sino más de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro comenzaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la espalda me escocía como si tuviera alas.
Roberto Bolaño “Un paseo por la literatura”.
Por Sonofelet Bergua de la Vega
domingo, 28 de marzo de 2010
Gustavo Campos y Carlos Rodríguez fueron excluídos de Mimalapalabra por estar al lado del pueblo hondureño
La convicción del invicto
Por Jorge Martínez Mejía
Ellos eran burdos para matarnos, pero nosotros demasiado mansos para morir. No teníamos justicia ni descanso. Sólo nuestra libertad profanada y un derrotero de rebaño habituado a marchar silencioso por el oscuro valle. < ¡Oh patria, nos sentimos demasiado tristes y cansados para seguir muriendo!>, dijo un poeta mustio tirado en la hierba. Nuestra mansedumbre fue símbolo del escarnio y de nuestro orgullo extraño. Prisioneros y dóciles ambulamos miles de noches y miles de días infinitos. Por las tardes nos vimos marchando en la inmensa caravana contemplando los pies heridos de los ancianos y las lágrimas en los niños. Nada poseía nuestra gente más que los viejos y raídos sombreros. Las mujeres, acostumbradas a la sumisión y al llanto, no lloraban, su altivez y una inusitada valentía eran la señal más clara de nuestra humilde gesta. ¡Yo vi a nuestro pueblo victorioso en toda su derrota! ¡Le vi andar con un solo pie, descalzo; y vi su casa desvencijada y su cielo claro, y vi su llanto contenido, escondido en sus manos! Nos mataban nuestros mismos hermanos por la vileza del dinero, eran burdos para asesinarnos; pero nosotros demasiado mansos. Un maestro dijo que nuestro pueblo era sabio, que sabría alcanzar su libertad. Y nuestro pueblo luchaba en mansedumbre, sin odio, con la invicta convicción de un viejo árbol.
Breve selección de poesía del grado cero en Honduras
Foto: Tim Simmons
GUSTAVO CAMPOS
Del comienzo de los hombres
en los jardines crecen muchos árboles,
algunos hermosos
I. I. B.
En los jardines crecen muchos árboles, dije,
y los hombres comenzaron a creer y
decidieron conocerse;
en los jardines no todos son árboles, dije,
y los poetas comenzaron a creerse importantes;
en los jardines no todos son poetas, dije,
y escondieron las semillas y ramas y raíces
que otros hombres descubrieron;
no todos los poetas pescan peces vivos y sirenas, dije,
algunos pescan resfriados y otros enfermedades venéreas,
otros hablan de Mairena y Molina y reconocen
la poesía como diálogo.
Hay árboles que nacen en bosques salvajes
y otros que con ser un árbol son bosques salvajes,
y estos se reconocen, como Bulnes;
otros crecen en las calles
y evaden la vida sólo cuando es demasiado sofocante;
en los cementerios crecen muchos árboles,
algunos nacen para abajo y se liberan de pasados,
dialogan con Pound, Eliot y Panero, o con el viejo Vallejo,
otros son hermosos, tan hermosos con su sombra
que sosiega y enternece y brillan oscuros en las noches.
EN LAS HORAS MÁS ATERRADORAS DE LA NOCHE
Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo Sino que a veces llevo a otros seres conmigo
Jules Supervielle
A: Sonofelet
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura
Allen Ginsberg
Es necesario cambiar las cosas. Hoy he pensado que lo mismo ya aburre. Aburre cualquier rutina que un ser humano tenga. Ser lo mismo suena pretencioso y chusco. Hay que ser alguien hoy y mañana otro, y pasado mañana otra cosa. Por ejemplo, la lluvia podría ser un charco de lodo cayendo desde arriba en los tejados, y volverse lluvia. Es necesario cambiar, basta de charlatanería, de hablar idioteces sin motivo. La felicidad no se encuentra a la vuelta de la esquina, hay que caminar dos cuadra más abajo o girar a la izquierda. La muerte sí la encontramos sentada en cualquier lado, a ella le urge tenernos. A quién le importamos al fin y al cabo. No valemos nada para el que detesta la poesía.
Salí a morir
Todavía estás bifurcado entre escribir bonito y escribir como hombre. Si tu sillón hablara te diría la verdad, te contaría como apesta tu trasero acomodado a la fama, al perrito pequinés del confort. Todavía tus demonios son desnutridas bestias violinistas, sin conocimiento del mundo. Soñadoras y curiosas damas ambulan como deidades en tus libros, y no podés dar un paso sin arreglarte el cuello, sin verte al espejo y pensar en tu caso. Has visto los atardeceres claros, pero no has sentido el eclipse, la caída de la noche en su verdad oscura, el holgorio pueril; la trabada parlantería de la imbecilidad. Sin embargo, podés salir a buscarte, al encuentro de tus viejos experimentos perdidos. Nadie te ordena quedarte clavado a la apariencia que has ido dibujándote, nadie tiene un plano del dique con el que has tropezado. Salí a morir, violinista, maldito guardia de las lunas muertas.
La sangre sacrílega
Pudieron haber nacido miles de poemas, pero preferimos vivir, saltar al abismo y encontrarnos con la verdad: La poesía no existe, existe la vida, existen las piedras, existe el dolor, existe la noche y el espanto de morir. Si no dice la vida, la poesía está muerta; si se zambulle en la ridícula utopía de la gloria, la poesía está muerta; si no habla de la sangre que late en el hombre, la poesía está muerta. Muerta. Una vez peleamos en el Merendón, nos golpeamos después de tanto beber; absolutamente borrachos nos descuajamos, desconsolados por la vida, por los amores perdidos, pero ya no había musas y había que llamarle dolor al dolor y raspones a las peladuras de las rodillas y los brazos. Fue efímera la existencia de Los Poetas del Grado Cero, murieron al nacer. Morimos. Muchos huyeron avergonzados por la avalancha de mojigatos lanzando diatribas contra la movida del tapete. Pero la poesía estaba muerta. Está muerta. No sirve para nada, excepto para fabricar viajes y pequeños escenarios de gloria donde no se dice nada más que la burda adulación de la estulticia. El licor una vez fue trigo, de igual modo, la poesía una vez fue vida. En ese camino murieron Los Poetas del Grado Cero. Y la infamia sigue golpeando su sangre sacrílega.
Mi gibosa madre no entiende de palabras
Yo no fui un bardo. Mi mérito fue menor. Quizás yo fui el obtuso, el ciego cuyo pecho pudo albergar un corazón en mansedumbre. De hecho, mis primeros poemas fueron palabras de amor, palabras de tiempo, palabras trenzadas para saborear su forma, su textura, su color. A esto le llamé la forma interna del poema, a la intención que tenían mis palabras. Palabras temerosas, aterrorizadas, paralizadas. Entonces Neruda fue un maestro sobrio, un verdadero bardo que campeaba en mis palabras con su enseña gloriosa. Pero pronto su ampulosidad continental cedió al rebanar su garganta con un tiesto seco, con un hueso de asno. Fui burdo, lo reconozco. Me fascinó su poesía amorosa, sus odas, pero acabé con el festín disecando su melodía una noche que me dediqué a mí mismo, con una botella de ron, la Canción desesperada. Un año antes habría sufrido más con César Vallejo. César Vallejo ha muerto, me decía, como si dijera Jorge Martínez ha muerto. Y miraba a los transeúntes con su ladrillo a cuestas. Neruda y Vallejo estaban vivos entonces, oscuramente encerrados en mí, y su celebración y su llanto eran mi risa y mis lágrimas, y sentía a través de sus versos. No echo de menos ese tiempo, mi porción de mojigato, mi cursilería. Pero había que aprender, había que crecer y dejar la actitud mendicante en la poesía. Aparecieron entonces Juan Bañuelos, José Carlos Becerra, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Antonio Cisneros, Vicente Huidobro, Octavio Paz. Y detrás de ellos André Bretón, Pierre Reverdy, Tristán Tzara, Mallarmé; y más atrás estaban Rimbaud, Baudelaire; en fin, el mundo de la poesía es inmenso, inconmensurable. Hacia dónde caminar si había encontrado una clave para andar. Luché con las palabras. La poesía abundaba. Hacia cualquier rincón del mundo donde pusiera la mirada se levantaba un poeta: Ungaretti, Cuasimodo, Cavafis, Li Po, Matzuo Basho, Cavalcanti, Montale, Borges, Parra, Whitman, Pound, Eliot, Maiakovski, Seferis, Lihn; la inmensidad, un universo en permanente expansión. Mi alegría infantil, mi porción de felicidad divina, el aire matinal, la sensación de llegada a la monstruosa fuente de la belleza. Entonces la belleza era la poesía y escribí sin escepticismo, y caminé por el campo con mi morral satisfecho de libros y encontré la noche y las velas. Y dije que no tenía sentido el amor que finaliza, que no tenía sentido la desesperanza, que no podían morir los sueños del hombre. Y en mí residió el himno del amor y la humildad de las semillas. Yo no fui un poeta consagrado a la zozobra, ni mi corazón se derramó en los charcos. Yo tuve una vez en las manos una carta para leerla al mundo y murmuré a mi propio riesgo contra el régimen y la poesía estuvo muda ante los muertos. La poesía fue un pasquín para aliviar la sangre y atenuar el olvido.
La poesía nació para ocultar que estamos muertos, para mentir sobre la vida y mentir sobre la muerte. La poesía embozada, de hogazas tibias y suaves alabanzas.
Pero encontré la noche verdadera y palpé sus carnes magras, su amarga carne rechazada. Mi gibosa madre no entiende de palabras.
Maldita, oscura, jamás tendrá una estatua; su pelo esculpido tras las ventanas mojadas, como una madre, me llama.
sábado, 27 de marzo de 2010
EDITORIAL GRADO CERO Y NAGG Y NELL SE UNEN EN NUEVO PROYECTO EDITORIAL
domingo, 21 de marzo de 2010
Una causa perdida y un cadáver existencial
A medio andar voy tumultuoso
A Giovanni Rodríguez
Una matriz emocional con la imagen de un puente, el intento de ir o regresar a la orilla, una sensación de orfandad, un desvanecimiento agotado que no concluye en el último respiro prolongado por la espera, porque todo es deriva, promesa rota y desmantelada por la sombra. ¿Qué nombre tiene lo que no ha sido nombrado? Busco ese nombre en la clausura de una puerta, en el afecto, y abro mi casa con desgano, con un poco de rabia y me asaltan ciertos códigos establecidos, imágenes y metáforas relacionadas con una evanescencia. A la deriva, mi voz se esfuerza por mostrarme un asidero en la vida, en la sombra, en la luz, en la muerte, en el silencio; puesto que abro la casa y me encuentro con el típico juego de una vereda particular en mi propia percepción. No puedo establecer prioridades, es decir, una prioridad estricta. La palabra insiste en mostrarme un limbo, una presencia como la sensación de ese trance en que se confunden las márgenes. Soy yo el que ha zozobrado, es mi palabra la que muere, insana, hecha un desastre... Mi facultad egoísta, mi genio para caer como Luzbel en las edades, mi genio para morir con la época…y ya no podré volver, lo juro, ya no podré volver porque me he desprendido de la inocencia, del mito que me sostenía, terrible, con mi enfado, con mi nada, con el sueño en el que rompo, en perfecta gracia, para no caer en otro sueño. Me he abolido. Este es mi día y mi esfuerzo es mayor para mantener el sentido, ya percibo el frenético ruido del mar y voy solo a media muchedumbre, a medio andar voy tumultuoso, desierto, caído en desperdicio…
No tiene sentido hablar culeradas
Era el tiempo de las palabras felices viajando hacia el lago maldito de la mentira. Las niñas caían bellas, fluidas y graciosas desde los encajes azules. Sentadas en la yerba, antes del salto, balanceaban sus deditos rozando las barbas de Dios; un dios bello, alto, blanco y de aspecto saludable…
El día antes de morir por la noche, mi hermano rompió un sol equivocadamente y la cucaracha negra salió del bote de la avena. Demasiadas damas y perras bestiales se reunieron en la parte de afuera de la casa. ¡Oh, mierda!, dijo Mr. Laky, recién venido de Ámsterdam, a pasar sus tristes vacaciones. Desde arriba, entre los cajones de cartón guardados para el viaje, se desprendieron los ratones grises armando el escándalo.
Más tarde, pasada la tempestad, Mister Laky sorbía su café negro con dos cucharaditas de azúcar.
-La poesía es una fruta dulce, dijo.
-Es una puta mentirosa, le dije, no es más que esta pocilga llena de ratas. Tómese el café, mister Laky. No tiene sentido hablar culeradas.