Por Hugo Noé Pino
Tegucigalpa.-
Por
mucho tiempo he rehusado a aceptar el calificativo de Estado fallido para
Honduras. La razón, un Estado tiene funciones importantes que realizar, siendo
las básicas: educación, salud, seguridad ciudadana, protección social,
infraestructura económica y la administración de justicia. Muchas de estas
funciones, aunque con dificultades, se habían venido cumpliendo.
Uno de los aspectos
centrales para el cumplimiento de estas funciones es la institucionalidad, entendida
ésta como el respeto a las leyes (Estado de derecho) y el funcionamiento de las
diversas instancias de gobierno en el cumplimiento de sus objetivos. El
deterioro en Honduras se aceleró con el golpe de Estado en 2009 por el burdo y
torpe rompimiento de la débil institucionalidad del país. Después de esto todo
se vale: destituir magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de
Justicia, nombrar irregularmente al fiscal general, nombrar anticipadamente y
arbitrariamente el Tribunal Supremo Electoral que regirá las próximas
elecciones de 2017, aprobar más de 100 leyes sin que muchas de ellas hayan
llegado al pleno del Congreso Nacional, etc.
Ante éste deterioro
institucional, los retrocesos en el sistema de salud, el avance del
narcotráfico, la delincuencia, la violencia generalizada, la corrupción y la
impunidad en Honduras, sería muy fácil que los hondureños y hondureñas
llegáramos a la conclusión de que el país es un Estado fallido, pero no
lo hemos hecho.
El que sí parece
haber llegado a esa conclusión es nuestro vecino del norte, Estados Unidos. Muy
pocas veces en la historia reciente se había visto una decisión y presión tan
fuerte para llevar a la justicia norteamericana los casos que les afectan
directamente como son el narcotráfico y el subsecuente delito de lavado de
dinero. Se cansaron que las instituciones que administran la justicia en
Honduras no hicieran nada y que fueran, más bien un escudo a los que delinquen.
Y esta vez no ha habido insinuaciones sutiles, ni esperas, o cumplen o aténgase
a las consecuencias.
Obviamente que la
debilidad estructural del Estado hondureño facilita el cumplimiento de las
presiones. Hay que liquidar un banco (aunque sea la primera petición de tal
forma a nivel internacional), hay que incautar bienes (aunque esto sea en forma
selectiva) y hay que deportar acusados en el más corto tiempo posible. Lo
paradójico es que todavía hay quienes se atreven a decir que todo esto es
resultado de la voluntad política del actual gobierno.
Sin embargo, lo más
triste es que queda evidenciado nacional e internacionalmente que nuestras
instituciones no funcionan y que internamente no somos capaces de administrar
justicia. No es que no haya hondureños y hondureñas honestos que puedan aprobar
y aplicar las leyes correctamente, el origen de la actual situación es el
secuestro del poder político por una camarilla corrupta cuyos intereses
personales están por encima de los intereses colectivos.
Esa camarilla
política, en alianza con una élite económica acostumbrada a vivir a la sombra
de los favores del Estado, ha recreado una estructura de poder que ha
llevado al país a su situación económica, política y social actual.
Precisamente esta alianza, junto a otros sectores conservadores, mantiene el
clima de polarización política que impide alcanzar acuerdos nacionales,
indispensables para corregir el rumbo del país.
Prueba de ello
es el proceso de selección de la nueva Corte Suprema de Justicia para un nuevo
período de siete años. Desde su comienzo ha sido una elección amañada, contralada
desde las instituciones que postulan, hasta la selección de los miembros de la
Junta Nominadora. Por eso no es extraño que la mayoría de los propuestos no
sean abogados de renombre y con una larga trayectoria profesional, sino los
escogidos de los partidos políticos que votarán y harán la mayoría en el
Congreso Nacional. Todo pasará, sin que pase nada.
De esta forma el país
continuará por el mismo camino que ha venido recorriendo y serán actores
externos, como en este caso Estados Unidos, lo que exigirán cada vez más
directamente lo que el Estado de Honduras no es capaz de hacer.
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