Imagen de Jorge M. Treviño
POR JORGE MARTÍNEZ MEJÍA
Sin esfuerzo podemos percibir el fracaso del
cascarón político de nuestro país, la garita tradicional y corrupta. El fracaso
del liberalismo y su apéndice neoliberal, esa mirada ciega que en nuestra
tierra se trocó en robo descarado, en gimnasia del saqueo. No hemos tenido ni
una pizca de igualdad de oportunidades, ninguna posibilidad que no fuera ir a
dar a un curul insano, ninguna opción a la hora de medir la manipulación a la
que hemos estado sometidos. Y lo peor ha sido que nuestra misma base de
pensamiento, lo que creemos haber adquirido por nuestro personal esfuerzo, por
nuestras lecturas y búsquedas, no ha sido sino el mismo embuste. La educación
debería cerrar sus puertas y dejarnos por lo menos un día sin “pensamiento”,
para volver a pensar, para volver a vernos las manos y contar de nueva cuenta
los dedos que nos quedan.
El otro camino equivocado es la mutación
del trabajo en objetos para el lujo y la molicie. Cuánta libertad y espacio
hemos perdido. El sacrificio del tiempo de vida a causa de la fatuidad de los objetos,
de los inútiles artefactos. Y lo peor, haber perdido la capacidad de producir el
alimento con nuestras mismas manos. Haber enterrado el contacto vivo con la
madre tierra, el contacto profundo con lo humano.
Es probable que nos sintamos más cómodos y
que comprobemos que el sillón del auto es realmente confortable, pero no hemos
podido desviar el camino un solo día. La vida en esta absurda burbuja nos ha
neutralizado.
Estamos a punto de fracasar y ni siquiera
nos detenemos a reparar en ello. Sería genial frenar, irrumpir un día de estos
en el centro del asunto. Desordenar un poco el caos en que ordenadamente vamos
al matadero. Detenernos a defender la vida, lo humano que nos queda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario