Por Julio Escoto
Estos creen que gobiernan al mismo pueblo bruto de antes e
insisten en repetir las habituales cachurecadas que por siglos contaminaron la
conciencia colectiva. Y conste que la patología del cachurequismo no es única
de los nacionalistas sino de cualquier fundamentalista o reaccionario, liberal
o pinuista (si queda alguno), cuyo apodo viene del cacho de vaca que empleaban
para llamarse a batalla o linchamiento los ultraconservadores chapines,
seguidores del tirano más iglesiero de la biografía centroamericana, Rafael
Carrera.
Ahora resulta que criticar el
pésimo desempeño del gobierno es desprestigiar a la patria y que reclamar que
respeten los derechos humanos implica traición a la imagen nacional, habrase
visto mayor cinismo.
¿Acaso no es esa la misma táctica
con que diario La Época ocultaba los crímenes cometidos por los comandantes de
plaza en tiempos dictatoriales de Tiburcio Carías y que silenciaba para no
“manchar” la efigie de la república…? ¿No es la misma treta cínica que
emplearon los cancilleres de Suazo Córdova y de Azcona, quienes advertían de
una satánica “conspiración internacional” para denigrar al país por la
presencia —irrefutable, certificada— de la Contra nicaragüense? Y por la misma
época, ¿no era así igual que negaban la existencia de escuadrones de la muerte
misionados para asesinar activistas y opositores políticos, como evidentemente
acaba de ocurrir este mes con la ejecución de cuatro alumnos de educación
secundaria? ¿Y no se utiliza desde entonces el mismo truco cínico de capturar a
un pobre diablo y montarle encima una acusación falsa, con tal de disolver una
obvia mala actuación del Estado?...
“Cinismo es desvergüenza en el
mentir”, define el diccionario RAE, “o en la defensa y práctica de acciones o
doctrinas vituperables. Obscenidad descarada. Doctrina de los cínicos que
expresa desprecio hacia las convenciones sociales y las normas y valores
morales”.
Es la escuela bífida que fundara
Zúniga Agustinus y que condujo a dos golpes de Estado, con su secuela de dolor.
Es la secretividad dispuesta para las operaciones del gobierno, incluyendo
contratos suscritos con las Fuerzas Armadas, ahora declarados materia de
“seguridad nacional”… Es la podredumbre del IHSS que intentan sepultar, donde
el cachurequismo financió la reciente campaña política. Son 41 diputados
aprobando contra San Pedro Sula un negocio pestilente y obviamente favorable a
políticos de su mismo cuño y calaña. Es el cinismo contradictorio del canciller
y el ministro de Defensa, que alegan no saber y sí saber que ahora nos van a
invadir por Comayagua, además de los mercaderes de las drogas, los adictos a
las drogas. La presencia de más soldados estadounidenses en Honduras es el
directo cobro de una tal Alianza para la Prosperidad que aun sin estar aprobada
aspira a militarizarnos más que a civilizarnos.
Es asimismo un presidente que en
vez de tranquilizar y armonizar el alma agitada de la nación, en iras cívicas
tras el zarpazo de 2009 a la Constitución, la deshonestidad y la corrupción,
insiste en seguir vías confrontativas de mando y en imponer una verticalidad
abusiva contra todos los derechos: políticos, económicos, culturales. Al
mandatario que no dialoga y solo ordena acaba por tragárselo el tremedal de su
propia soberbia.
Y ahora aparece un senador
gringuito para coronar transnacionalmente la doctrina de Diógenes: anuncia que
llegará un barquito médico por algún puerto y que nos vacunará para la
felicidad... ¿Por qué no instalan un verdadero hospital permanente en la zona
hondureña con más urgente necesidad de salud? Porque es hipocresía, cuentas con
vidrio colonizador, sofismo.
Como canta Javier Krahe, este y
sus congéneres políticos nacionales son hombres blancos que hablan con voz de
serpiente y que aún así protestan por la crítica. Pues que rabien. Podrán
engañarnos cien veces pero cada vez se les perfila con mayor claridad el
cinismo de que hacen gala, cuya viscosa sustancia es una deshonestidad
bipartidista históricamente condenada a desaparecer.