Sivno: Imagen de Jorge Martínez Mejía
Por Jorge Martínez Mejía
Recostado en un muro, en las afueras
marginales de la ciudad, veo una rata muerta, ya apestosa. Es enorme, con sus
orejas verdes, calcinadas.
Otra vez el día se ha desbordado como un
trapo sucio. Bella, en la náusea en que todo concluye, la rata es la única
verdad, cuajada en el crecimiento que asimilará la estúpida vida.
Un pastor de iglesia la derrengó a pedradas
y a leñazos. Vomitando sangre aún, la arrastró con una pala y la lanzó contra
el muro. Allí, entre periódicos viejos le prendió fuego, se sacudió las manos y
se fue sin persignarse.
Ahora apesta el animal cocido y las
moscas deambulan en el festín.
Sobre una roca pequeña, contra el muro
hollinado, un niño vende pequeños balones de chocolate.
Más arriba, en el horizonte que imagino
oscuro, vislumbro un tropel de sangre, imperturbable, corriendo hacia la luz
brillante de miles de huesos pulidos por el viento.
(De Poemas para las ratas)
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