Ilustración de TRAVIS COBURN
Por Jorge Martínez Mejía
En un programa radial de la única Radio de San Pedro Sula (Radio Uno), discutimos hace algunos meses
sobre el asunto de la membresía del “nuevo partido” LIBRE. En esa
ocasión, por primera vez desarrollé la idea de que en Honduras no sólo vivimos
una crisis social, económica y política, sino una verdadera anomia cultural.
No se trata de carencia de
liderazgo político, o como suelen decir algunos periodistas trasnochados, de la
“clase política”, se trata de una pérdida del sentido cuyo origen se encuentra en
la deslegitimación, no sólo del Estado, sino de la cultura propia. El deterioro
que implica nuestra experiencia social se orienta hacia una degeneración
progresiva que no cuenta con mecanismo de freno.
Mientras ciertos grupos sociales
rechazan su propio patio añorando el aire de Miami y Los Ángeles, otros anhelan
vivir entre catalanes, argentinos, brasileños, parisinos, coreanos, chinos o,
ya de perdida, entre norteños mexicanos. Esta carencia de sentido de las
mayorías hondureñas está signada por el
rechazo no sólo a lo local, sino a la anomia misma. En los setentas y ochentas
se le llamó pérdida de la identidad nacional, y el término estaba más sostenido
en la intención rebelde que deseaba sacudirse el signo de las
transnacionales norteamericanas.
No obstante, esta sensación de
desgaste del sentido cultural propio, es sólo una experiencia que se vive en
las urbes del país. Especialmente en Tegucigalpa, San Pedro Sula, El Progreso y
La Ceiba; y en menor grado en las ciudades pequeñas.
Bien podría señalarse que se
trata de una crisis de la comunidad mestiza para quienes se han desacreditado
sus valores esenciales, y cuyas prácticas culturales constituyen meros
decorativos de una vida carente de arraigo y perspectiva.
Por esta razón algunas
comunidades étnicas perciben a los ladinos como portadores de una enfermedad
desastrosa que carcome sus valores. Y en efecto, nuestra anomia cultural ha
adquirido matices patológicos, entre las reacciones individuales puede
fácilmente apreciarse cierta inclinación hacia el crimen, la prostitución, la
delincuencia común, y sobre todo, una
grave lesión del aprecio de la vida.
Como no hay receta para semejante
problema, es preciso detenerse a estudiar el asunto con mayor cautela y
profundidad. De igual modo que cuando un barco marcha a la deriva en medio de
la tormenta, es preciso que escampe para ver de qué lado alumbra el sol.
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