Por Jorge Sagastume
Ni los espasmos hipocondríacos
de la clase dominante; ni el sarcasmo adulador y mercantilista de las camisetas
blancas; ni los resfríos clasistas del cardenal; y la diarrea mercenaria de los
golpistas medios de comunicación; pudieron pregonar que un día, sábado a
mediodía con un sol petulante y extendido, cómplice de una ventisca suave y
ante el clamor ensordecedor de un pueblo, Mel Zelaya, con su figura emblemática
y viendo erguido el horizonte llegara a la capitalina ciudad de Tegucigalpa.
Efusivo, granulado de
ideas y saludos, con su explayado y escindido sombrero blanco como siempre, y un imponente y escarpado bigote, ante la
presencia innumerable e inaudita de una jadeante multitud, dejó caer una
granada de abrazos y saludos. La resistencia, las férulas divididas de su
partido, admiradores, neutrales, amas de casa, profesionales, cazadores de
sueños, jóvenes con ideales, artistas, campesinos, periodistas progresistas,
maestros curtidos de palizas y toda una multitud se embadurnaba a sus pies.
No cabe duda que el
regreso de Mel significa una sacudida a la bilis de la clase dominante y un
golpe sólido, certero y seco, al climaterio de
sus ambiciones. Bajó del cielo como solo descienden los grandes, en medio
de un enjambre de pasiones; en medio de una gritería como nunca. El pueblo que no
olvida se vistió de resistencia y lo acompañó al anfiteatro de los sueños. Por
la noche, las camisetas blancas se durmieron pensando con seguridad que se
trataba de una entelequia.
Desde entonces, los
sectores políticos que alcanzaron la etapa fósil y el lado más amargo de la
iglesia, sin dejar de lado la casta
privilegiada de los militares, algo parecido a una hernia discal no deja en paz
el sueño que descansa en los resortes aclimatados de sus camas. Y desde aquel
día, deambulan como seres solitarios tramando ensamblar un nuevo fascículo de
terror en la historia de Honduras. El cardenal,
incrédulo revisa una vez más la edición de su catecismo enviado desde
Roma.
Las gárgolas del poder
acarician el preludio de su final y corren el riesgo de engusanarse con su
misma piel. Las camisetas blancas les diagnosticaron una enfermedad terminal: insomnio
político categoría a, incurable.
Los medios que dominan la
opinión pública quieren confundirnos con frases hipérboles y su contenido destila
excremento. Mientras en un rincón de la república estrujada, un grupúsculo de
personajes, como dijo el poeta Sosa (Q.D.G.) temibles abogados perfeccionan el
día y su azul dentellada, quieren
castrar el nuevo amanecer que inevitablemente se aproxima.
Ya para entonces, la
resistencia es un genoma irrefutable del cambio político y social. Es un
movimiento incandescente e irresoluto.
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