jueves, 22 de diciembre de 2016

EL ÚLTIMO POEMA DE MISHIMA







Yukio Mishima se llamaba en realidad Kimitake Hiraoka.

En su "primera" autobiografía (así la presentó a los editores a los 23 años de edad), un libro que abrió el mundo a este genio precoz, titulado "Confesiones de una máscara", Mishima cuenta detalladamente sus duros primeros años de vida.

Marcado por diversas circunstancias, Mishima pasó de la extrema vergüenza de sí mismo a un exhibicionismo sumamente arriesgado. Dedicó su vida a dominar aquello que su débil contextura y su feminizante educación por la abuela materna, le habían hecho sufrir tanto. 

Este poema apareció en "Sun & Steel" (Sol y acero), una suerte de testamento que dejara Mishima poco antes de hacar el Sepuku, el 25 de noviembre de 1970, en protesta contra la constitución japonesa posterior a la Segunda Guerra Mundial, que prohíbe la guerra.



ICARO






¿Pertenezco yo, entonces, a los cielos?
¿Por qué, sino, deberían los cielos
Fijarme con esta incesante mirada azul,
Tentándonos, a mí y a mi mente, más alto
Aún más alto, arriba en los cielos,
Atrayéndome incesantemente hacia arriba
A lo alto lejos, lejos, lejos de lo humano?
¿Por qué, si el equilibrio ha sido estrictamente estudiado
Y el vuelo calculado con lo mejor de la razón
Hasta que ningún elemento aberrante debiera, por derecho,
[permanecer -
Por qué, aún, debiera la lujuria de la ascención
Parecer, en sí misma, cercana a la locura?
Nada hay que pueda satisfacerme;
Las novedades terrenas se opacan demasiado rápido;
Me veo llevado más y más alto, más inestable,
Más y más cerca de la refulgencia del sol.
¿Por qué me queman, estos rayos de razón,
Por qué estos rayos de razón me destruyen?
Los pueblos alla abajo y los serpenteantes arroyos,
Se tornan tolerables mientras nuestra distancia crece.
¿Por qué alegan, aprueban, y me tientan
Con la promesa de que puedo amar lo humano
Si sólo se ve, esto, de lejos-
Aunque la meta nunca podría ser el amor,
Ni, si lo hubiese sido, podría yo nunca
Haber pertenecido a los cielos?
No he envidiado a los pájaros su libertad
Ni he sentido nostalgia por la paz de la Naturaleza,
Impulsado por nada salvo este ansia extraña
De lo más elevado, y lo más cercano, para sumergirme
En el azul profundo del cielo, tan contrario
A todas las dichas orgánicas, tan lejano
De los placeres de la superioridad
Pero más alto, más alto,
Deslumbrado, quizá, por la mareada incandescencia
De las alas enceradas.

¿O acaso entonces
Pertenezco, después de todo, a la tierra?
¿Por qué, sino, debería la tierra
Mostrar tal ligereza para circundar mi caída?
Sin ofrecer ningún espacio para pensar o sentir,
Por qué entonces la blanda, indolente tierra
Me recibió con el impacto de su plato de acero?
¿Acaso la blanda tierra se volvió acero
Sólo para mostrarme mi propia blandura?
Que la Naturaleza trajera el hogar a mí
Que caer, no volar, está en el orden de las cosas,
Más natural por lejos que aquella imponderable pasión?
¿Es el azul del cielo, entonces, un sueño?
¿Fue diseñado por la tierra, a la que yo pertenecía,
En relación a la fugaz, blanco-quemante intoxicación
Conseguida por un momento por las alas enceradas?
¿Y favorecieron los cielos el plan para castigarme?
Para castigarme por no creer en mí mismo
O por creer demasiado;
Demasiado anhelante de saber dónde residía mi lealtad
O vanamente asumiendo que ya lo sabía todo;
Por querer partir volando
A lo desconocido
O a lo conocido:
¿Ambos el mismo azul pedacito de una idea?

No hay comentarios: