miércoles, 19 de octubre de 2016

Célibes dioses pordioseros







Por Jorge Martínez Mejía




Siempre hay un infierno en cada paraíso.



Hay un infierno que nos llama, que acaricia desde su órbita, de lejos.

¿Nos quedaríamos indiferentes si en verdad la vida fuera en ello?

Digamos en la tumba. Digamos que nuestro amor a las palabras se dilapidara solo por afán del puto cuerpo.

La gran dicha del poeta muerto es estar vivo en los periódicos.

¿No quedamos en que la alabanza es una mierda?

¿No quedamos, separados de todo, fungiendo al final como verdaderos ángeles caídos, junto a Rimbaud o Baudelaire, o el mismito Lautréamont transmutado en Papasquiaro, en que es preferible quedar ciegos de palabras antes que vernos como célibes dioses pordioseros?

Y debés saber, vos, hijo de puta, vos, el pordiosero, que más valía no haber dicho nada, no haber creído en la poesía, que el cielo es azul porque lo hemos establecido.

Una hoja filosa también para vos, hijo de puta, ternura de la crápula.

Una hoja crujiente para tu catedral de mierda.








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