miércoles, 16 de enero de 2013

DE QUÉ LADO ALUMBRA EL SOL


Ilustración de TRAVIS COBURN





Por Jorge Martínez Mejía




En un programa radial de la única Radio de San Pedro Sula (Radio Uno), discutimos hace algunos meses sobre el asunto de la membresía del “nuevo partido” LIBRE. En esa ocasión, por primera vez desarrollé la idea de que en Honduras no sólo vivimos una crisis social, económica y política, sino una verdadera anomia cultural.

No se trata de carencia de liderazgo político, o como suelen decir algunos periodistas trasnochados, de la “clase política”, se trata de una pérdida del sentido cuyo origen se encuentra en la deslegitimación, no sólo del Estado, sino de la cultura propia. El deterioro que implica nuestra experiencia social se orienta hacia una degeneración progresiva que no cuenta con mecanismo de freno.

Mientras ciertos grupos sociales rechazan su propio patio añorando el aire de Miami y Los Ángeles, otros anhelan vivir entre catalanes, argentinos, brasileños, parisinos, coreanos, chinos o, ya de perdida, entre norteños mexicanos. Esta carencia de sentido de las mayorías hondureñas  está signada por el rechazo no sólo a lo local, sino a la anomia misma. En los setentas y ochentas se le llamó pérdida de la identidad nacional, y el término estaba más sostenido en la intención rebelde que deseaba sacudirse el signo de las transnacionales  norteamericanas.

No obstante, esta sensación de desgaste del sentido cultural propio, es sólo una experiencia que se vive en las urbes del país. Especialmente en Tegucigalpa, San Pedro Sula, El Progreso y La Ceiba; y en menor grado en las ciudades pequeñas.
Bien podría señalarse que se trata de una crisis de la comunidad mestiza para quienes se han desacreditado sus valores esenciales, y cuyas prácticas culturales constituyen meros decorativos de una vida carente de arraigo y perspectiva.

Por esta razón algunas comunidades étnicas perciben a los ladinos como portadores de una enfermedad desastrosa que carcome sus valores. Y en efecto, nuestra anomia cultural ha adquirido matices patológicos, entre las reacciones individuales puede fácilmente apreciarse cierta inclinación hacia el crimen, la prostitución, la delincuencia común, y sobre todo,  una grave lesión del aprecio de la vida.

Como no hay receta para semejante problema, es preciso detenerse a estudiar el asunto con mayor cautela y profundidad. De igual modo que cuando un barco marcha a la deriva en medio de la tormenta, es preciso que escampe para ver de qué lado alumbra el sol.






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