miércoles, 19 de diciembre de 2012

Apuntes y observaciones: Tradición e invisibilidad.

 Niñas misquitas despulpando arroz en Brus Laguna, Gracias a Dios. 
(Foto de Jorge Martínez M.)


Por Jorge Martínez Mejía


Cada vez me sorprendo más de las implicaciones de dominación y sometimiento que se  observan a través del estudio de la antropología cultural en nuestro país. Al principio, con los diagnósticos culturales de los municipios fue sorprendente notar que el "sector cultural" es invisible como sector social, como eslabón en la economía, o como rubro presupuestario. Hablar de cultura o trabajar con el sector cultural no es trabajar o tratar un asunto con importancia. Lo más insólito es que los mismos "trabajadores de la cultura" no tienen, en la mayoría de los casos, ni siquiera noción de lo que implica "el sector cultural". Este tema parece tan especializado, que en varias ocasiones he intentado sostenerlo en forma de conversación o de discusión técnica con algunos conocidos "actores culturales", y siempre termino en la cuenta del enorme vacío conceptual existente al respecto, porque acabo escuchándome a mí mismo. Salvo unas importantes conversaciones bien sostenidas con Mario Gallardo o Izadora Paz, me han convencido de que los verdaderos gestores culturales no son o deberían ser simples activistas, sino investigadores de un campo en el que se juega no con artefactos para el goce, sino con artefactos de poder.

Mi última experiencia recopilando la tradición oral de las comunidades pech, garífuna y mestiza, del municipio de Trujillo; y mis observaciones directas en la ciudad de Tocoa, en el departamento de Colón, me permitieron observar, a través del material recopilado, una interesante zona de interculturalidad en proceso. 

Sin embargo, es al hacer el cruce de los dispositivos de socialización interna (endoculturación) y los mecanismos de difusión cultural, que se pueden apreciar en su peso específico las construcciones concretas de la tradición oral.


Un cuento, un relato, una leyenda, un personaje; no constituyen solamente materializaciones estéticas o históricas, sino, además, políticas. De ahí que la tradición oral no sólo es expresión de una cosmogonía de grupo, sino orientación y sentido de pertenencia, orientación política,  construcción de un discurso frente a otro en el que está implicada una relación de poder.

Por eso es que la escuela oficial excluye la tradición oral, o que el proceso de la interculturalidad educativa sea a penas un esbozo demagógico del Estado burgués en nuestro país; por la misma razón por la que la "secretaría de cultura" es un remedo de ministerio, o que los mismos "actores culturales" no sepan quiénes son.

























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