domingo, 27 de mayo de 2012

Ciudad inversa: La mirada de otro modo de ser



Imagen de Simon Birch


POR JESSICA SÁNCHEZ





No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

No concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

Rosario Castellanos.
Meditación en el umbral (en otros poemas, 1972)



Ciudad Inversa fue depositada en mis manos una noche de reunión con la Logia de los poetas del Grado Cero, después de una reflexión sobre la poesía, el arte, la vida que nos arrastra y en medio, la escasez de reconocimiento de la obra de artistas y escritoras en el mundo del arte hondureño. Al final de la jornada, Karen Valladares, poeta joven, me entregó su texto diciéndome:

-Hacéme el prólogo-, en un gesto que fue profundamente hermoso y que por demás no podré terminar de agradecer porque me dió el pretexto para poder afirmar lo que he venido diciendo hace tiempo: que las letras hondureñas y centroamericanas están en deuda con el aporte irreverente, rebelde y transgresor que han hecho las mujeres.

Ciudad inversa  es entonces, un poemario que retrata a una ciudad atípica, contradicción en sí misma y da cuenta de una voz que camina a través de ese tiempo que se resbala día a día,  atrapado en la rutina de las horas dentro un sopor que nos habla de desencuentros y despedidas. La vacuidad nos da la bienvenida desde la casa, la calle, el patio de una ciudad cualquiera, a través de las palabras de la poeta que se reconoce en la urbe que la atrapa y a la cual exorciza mediante las palabras. La casa-ciudad es en sí misma una realidad nómada que acompaña a la autora a través de  sus pequeñeces, sus rincones mustios y breves,  sus esquinas: “soy testigo de esta casa que me habita y no porque viva en ella”, nos dice.   

La nada, nos plantea es lo más próximo y tangible en este escenario de asfixia y desesperanza que nos coloca de frente a esas muertes cotidianas e insufribles que rompen con el estereotipo de la ciudad como germen de vida y oportunidades, vehículo de esperanzas. La ciudad está construida en base a las palabras que sabe ajena, dueña de un lenguaje extraño y propio, una tierra baldía que negándose se afirma. Los poemas de esta ciudad inversa se niegan a todo, incluso a la poesía porque parten de las palabras que esconden en sí mismas un futuro próximo, no demasiado brillante, a veces lúgubre pero sin duda lleno de sonidos y matices.

La casa se convierte en la tarde y la espera, así como la huida posible.

Sin embargo, el poemario no es un canto a la decadencia urbana como podría creerse, todo lo contrario. Es un conjunto de textos poderoso que gritan la experiencia de nacer y crecer en el lenguaje urbano, pero también en la vida, en la sexualidad, el gozo y el deseo. Es la poeta que se sabe libre en el espacio de la palabra, canta al orgasmo y a su propio placer que expresa, que habla, que salta fronteras.

Encontramos también en los poemas aquí presentados, la experiencia de saberse creadora y parte de la logia  del Grado Cero, colectivo artístico de origen profundamente sampedrano, que publican manifiestos y dan muerte a la poesía en su afán irredento de escapar de la intrascendencia de la palabra y de su propia historia. La historia de vivir en un país tercermundista, que no contempla tiempos ni existencias de fútiles poetas. Tener la alegre desdicha de ser parte de las honduras que nos desprecian y a las que tanto amamos. Esa conciencia, plantea la autora es la que nos hace obligarnos a la monstruosidad de negarnos y de buscar como expresa la autora Rosario Castellanos “otro modo  de ser humano y libre”.

Ciudad inversa es entonces, una antítesis, un espacio desde donde la autora construye la casa-ciudad-mujer con una identidad propia que responde a una propuesta iconoclasta que rompe los moldes conocidos. La fuerza de la palabra sin compromisos, ni ataduras, que solo responde a sí misma es el encuentro y la propuesta. 



Jessica Sánchez
Marzo de 2012




Tres poemas de Ciudad inversa, de Karen Valladares




Soy


Soy el mar que se adelgaza en tus orillas.
El horizonte
que viene a quedarse en tus libros.

El movimiento de  tus párpados.
El lenguaje roto de tus pasos cuando no llegan.

Soy la grieta del silencio,
del grito,
de la voz que rompe palabras y bocas,
la espada vencida en tus manos.

El sol estallándose, eterno, en las ventanas,
en las calles y en nuestros ojos.

Soy la juventud de tu tiempo.

Tu poesía.


Me vale verga todo


No  me angustia este poema triste,
porque de verdad no me importa la tristeza.
Así  como tampoco me importan  las canciones de despecho,
las canciones asesinas.

Hay temporadas en las que me hartan todas las cosas,
el amor, los vestidos y los accesorios;
las voces
y los malditos amigos.

Empiezo a creer que es necesario morir de vez en cuando,
sin importar que nos extrañen.

Me entierro sola.
Te entierro sola
donde se pudran las estrellas y se cuajen los cielos de aburrimiento.

Pienso reivindicarme, reivindicar y matar a aquel cabrón que un día me jodió la existencia con la suya.

Ya nadie quiere vivir en esta mierdísima vida de angustia y rutina.
Hay que crear un fin del mundo pronto
y poner como regla tácita y expresa : jamás volverá a existir ningún génesis.
Porque estoy segura  que nadie quiere volver a vivir
y ser el mismo.


Visita a la tierra baldía 
Dulce Támesis, discurre en calma, 
hasta que termine mi canción. 
T.S.Eliot 

Me niego a la mala poesía,
a lo cursi,
a lo sublime,
a la voraz precocidad del sexo,
a lo que no trasciende.

Me niego al bullicio del mar,
a la luna no vista en mi cielo,
a las estrellas de mar que no tengo,
a las voces que hay en mis oídos,
al llanto de Pizarnick,
a la locura de Panero,
a las Flores del mal de Baudelaire,
al vanguardismo llorón de Neruda.

Prefiero el balazo en Roque Dalton,
o hasta una canción de Silvio cantada por Café Tacuba.

Lo tradicional aburre.

Aburren los mismos callejones,
los sonidos. Si fuese posible desaparecerlo todo. 

¿Qué me queda entonces?
Yo asumo la idea de visitar la tierra baldía de Eliot
y me dedico a perfeccionar mi muerte.
No al estilo Plath o Storni.

Me niego a lanzarme al mar con dos piedras en las manos,
a ser la loca del muelle.
Me niego a todo
a todo.
A mí misma, por supuesto.




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