lunes, 23 de enero de 2012

Eso es todo lo que sé de los Poetas del Grado Cero


Karen Valladares y Jorge Martínez Mejía, Poetas del Grado Cero, 
movimiento literario activo en Honduras


Por Santiago García, poeta desconocido


Lo que yo podría contar acerca de Los Poetas del Grado Cero es poco. Yo soy poeta, pero un poeta apartado. Escribo mis cosas y las guardo. Jamás he leído en un recital ni me he presentado en público. Soy otro pedo. Pero hubo un tiempo en que sí tenía interés en verme laureado, como dicen, ver mi nombre en letra de máquina impreso en un libro bonito. A mí nadie me dijo que tenía talento. Esto de hacer poesía me ha costado a mí solito. Leer con paciencia. Mi nombre no importa, mi nombre es mejor dejarlo en el anonimato, al fin y al cabo los nombres de los hombres son arbitrarios, todos los nombres son arbitrarios. Pero a lo que le estaba contando. Le decía que yo soy un poeta apartado, le he rehuido al ruido del público, al alboroto literario. No me gusta, pero eso no significa que no esté atento a lo que pasa. Yo conocí a un tipo que siempre me hablaba de literatura, igual que yo, apartado, anónimo, y buen lector. Era un tipo preparado, se dedicaba a la lectura, a tomarse su café en Pamplona, a fumar sus cigarrillos rojos, a conversar. Siempre recurría a los mismos temas. Así fue como me di cuenta de que existía un grupo de poetas llamado Los Poetas del Grado Cero.
¿Has oído hablar de Los Poetas del Grado Cero, me dijo, son un absurdo. Dicen que la poesía ha muerto. Eso es un eufemismo. Decir que la poesía ha muerto es aceptar que la poesía existe. Y la poesía no ha existido nunca. Al menos como realidad concreta. La poesía no ha muerto, la poesía no existe. Así de sencillo.

Estuvo contándome lo que pensaba sobre ese asunto, que me pareció interesante, pero también absurdo. Decir que la poesía ha muerto, para mí, es una tontería, pero hay que respetar las opiniones. Como siempre nos encontrábamos en Pamplona, él me fue contando algunas historias. Lo que yo quiero contar es una de esas historias.

Una vez que nos encontrábamos en Pamplona, mientras nos tomábamos un café, vimos llegar a una mujer preciosísima, una francesa o catalana. Realmente entraron cinco mujeres a Pamplona, bonitas todas, sonrosadas, y encajaban perfectamente como si se tratara de un equipo, pero una de ellas realmente se salía del esquema porque era demasiado bella, o sea que nos dejó perplejos cuando la vimos.

Se sentaron en la mesa de al lado y nosotros no tuvimos más que detener nuestra plática para dedicarnos a verlas, a contemplarlas. Si la poesía existe, es así, me dijo, mi amigo anónimo, así como ella. A mí realmente se me alborotaron los sentimientos, me sentí demasiado blando, aguado, como que me iba deshilachando. Sólo sentía unas enormes ganas de agradecer no sé qué, pero me sentía baboso, con ganas de cantar, quería cantar, dejar libre ese atropello de sentimientos que se me echaron encima. Las luces, los espejos, el rostro aburrido de todos los rostros aburridos que siempre llegan a Pamplona comenzaron a tener sentido. Un tipo despanzurrado que estaba sentado en la barra con una tacita de café, de pronto tenía un encanto, una conexión con el desfile de botellas semivacías, con el pedacero de brillos, con el pelón que en ese momento pasaba manoseando un talonario, con unos viejos sin placas que conversaban escandalosamente. Todo mantuvo, en un instante, un orden celestial, un déjà vu continuado. De pronto se me habían agotado las posibilidades para describir lo que pasaba. Vivía una epifanía. Y la causa era el ingreso de aquella mujer, la presencia de la belleza. Entonces entró un tipo, vestido con una camisa de poliéster color café, barrigón, con unos ojos virados, rascándose los huevos. Se subió un poco los enormes anteojos de aros negros avanzó hasta donde estábamos sentados, se volvió a subir los lentes y sin mediar nada nos dijo:

He andado por todo el mundo, he venido de diferentes lugares, déjenme decirles que el sabor de la carne asada no tiene precio, que las papas fritas y la Coca-Cola seguirán existiendo. Está bien, no tienen que pagar, la poesía es gratis. Déjenme decirles que es muy extraño para mí estar de regreso aquí, eso todo el mundo lo sabe. Déjenme decirles que ella siempre llega así, de pronto, que pasan los años, año tras año, y siempre llega así, de manera extraña, pero seguimos luchando contra ella, y es tan triste, hijo mío, verte esa cara, luchando contra ella, luchando contra ella…Ella está en lo alto, hijo mío, y yo lo siento mucho, pero lo seguirás intentando, seguirás luchando, volarás lejos. Buenos días, hijo, soy un ave que fue el dolor  de los días soleados y la lluvia…

Y sin más, salió de Pamplona dejándonos más perplejos todavía.

Mi amigo anónimo se sostenía la cabeza con una de las manos colocada en la barbilla, absorto, sonriente, en un estado contemplativo de absoluta felicidad…
Me vio, le echó una mirada al entorno, me volvió a ver con unos ojos azorados y festivos…Y estalló en carcajadas.

¿Qué decís de eso? me dijo. Yo no podía decirle nada todavía, estaba un poco asustado.

Las muchachas de al lado conversaban y sonreían. Al parecer no andaban en lo mismo, porque le hacían preguntas a la más bella.

-¿Eres catalana?
-Mi padre era catalán. Yo nací en París.
-No necesitas mostrar ningún carné. Con tu presencia basta, maja.
-Bueno, aquí en Honduras hay mucha, pero mucha gente como de España, es decir, que es como estar con alguna gente de Madrid, de Zaragoza o del mismo Pamplona.
-¿Y qué hacéis acá estos días?
-No mucho, investigar un poco sobre Los Poetas del Grado Cero, un grupo de poetas, pero es sólo un penchant, un hobby. Estudié Filología y Literatura y, con un amigo hacemos un estudio paratópico de la literatura hondureña contemporánea.

Más tarde, cuando ya se habían ido, hablábamos entre un grupo de amigos, ahí mismo, enfrente de Pamplona, del mismo asunto.  Es todo lo que yo sé de Los Poetas del Grado Cero.


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