domingo, 11 de diciembre de 2011

Jorge Martínez Mejía: LA ESPIGA FÚNEBRE





Por Jorge Martínez Mejía

La espiga fúnebre


I




Desprendida
y elevada,
una hoja del árbol
bajo el ámbar violento
raya el cielo.






II



Quieto el árbol con su lengua
de hojas contra el cielo
dibuja su sombra
desde la raíz
y da vida,
florece,
hace moho,
pudre el aire,
escupe sus hojas,
y un tatuaje perfecto en su corteza
es una historia
tal un látigo de lluvia
quiso detener su crecimiento,
una vez semilla.






III






Una y otra vez
la llaga lluviosa
del cielo
golpea la rama donde un pájaro
bajo el ala
su cría,
ya sin música,
en su ojo muerto
su vuelo
al fin roto
en miles de fragmentos
y cuchillos,
devuelve la vida.




IV






La luz.

Sólo por ver cortada
su espiga fúnebre,
y su redondeada bóveda
despierta en el dolor de un párpado lentamente abierto
a despecho del viento
o el navajazo del aire
entre la hierba,
o heridas las alas de una mariposa
en implacable embestida.


Más destructora te alzas, más ciega,
más dura en el hondo refugio de tu sombra,
y simple tu abrazo y tu beso desnudo
del brillo se alimentan.





V



De las hojas el exquisito
lenguaje nunca leído
se mecía
en melodiosa telaraña
sin estilo,
pero amarillento
en luz mortal,
breve,
sin gloria,
un torvo sol.


Y en su afán de mariposa,
una hoja de celinda
apagó el mundo.




VI


Oda

                A André Bretón




La vida sin los colores más vivos.


La hora terrible de llamas frías,
piedras y charcos.


La vida con sus cicatrices, con su tumba,
con su presencia de nada, con su juego de morir.


Sólo cerrando los ojos la vida se hace larga
como miles de collares
apagados.


Y es bella oscura
y virgen.





VII


Sólo por mirar hay quien no reconociera
la mutilada voz de este poema
en el vasto espectáculo.


Tal una enredadera vista desaparecer de pronto
donde una vez un muro
también su sombra sostenía.


Sobre la carcoma del aire sube su lastre,
su muñón,
su tos de felpa,
y no hay forma de callar el ruido
y su cojera.


No lo perdones tú, deja que siga,
deja que raspe la poesía.


Atento a la quejumbrosa voz,
un aporrear, un martillazo,
un estornudo, quizás,
es la belleza.





VIII




Vuela, buitre,
revienta el aire, mancha, incendia,
roe la cima;
traza tu garabato en la altanera blancura.

Fornica.
Desciende tu beso
al ojo en que se mira la muerte.

Picotea, amamántate
como antes
en la oscura leche.

A la vieja humedad de la luz,
al brillo esquivo,
a la escarcha que recuerda la tibieza
en la carroña; no la desdeñes.

Y no te apresures,
la noche va en tus alas.




IX



A la vieja usanza
y ciega
la tarde
en tus ojos
se miraba.

Y jamás tu hocico intacto de luz
tuvo más vasto
florecer, más bello fango.

Un mundo tu corazón
o el estiércol,
y el hedor una burla
en la plácida curva celeste.

Concluye tu canción,
alábale con todos tus demonios,
y come el detritus
de los dioses.











Para conocer más del escritor hondureño Jorge Martínez Mejía, vaya a su sitio: www.jorgemartinezmejia.blogspot.com



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