miércoles, 4 de febrero de 2009

Volver a la poesía con nuevos ojos


Los lectores del blog lo saben, morimos al celebrar la muerte de la poesía, nacimos muertos. Nos metimos en el juego serio del lenguaje para el que, con dificultades y desventajas, era casi imposible salir victoriosos sin tener plena conciencia del tema. En la república de las letras fuimos neófitos forasteros, carentes de autoridad. Nuestra bandera fue la intuición y la rebeldía de los profetas que balbucean su propio espacio para nombrarlo, para romperlo y reinventarlo. Nunca procuramos la distinción y la elegancia, ni la agilidad académica, y supimos que el viento de nuestra propia euforia nos cegaría con sus pavesas. Sin embargo, descubrimos a los pseudopoetas que remedan el acto creador. A los lectores metidos a creadores, a los lectores hembra emulando ser lectores machos. Y los vimos con sus aspavientos, fuera de base y de experiencia propia, buceando en las más recónditas rutas librescas, ejercitando el ornamento verbal, limando el adjetivo, para mostrar la carencia vital, la esencia del poeta. A veces con sutileza, en la conversación amable, o con la rudeza propia del asno, recriminaron nuestra humilde gesta. 
Indudablemente que los lectores con experiencia crítica y formación filosófica, los escritores que llevan la bitácora de nuestra efímera existencia, se embelezaron en el alegato de los protagonismos. Nuestra tesis fundamental nunca fue la cursi discusión de Gombrowicz contra los poetas, sino la tesis de Lyotard, el lenguaje como plataforma del juego, del poder. Nuestras atentas lecturas de Foucault y la consecuencia de nuestra visión jamás llegaron a la grosería de una bohemia insulsa, mucho menos perdimos la lucidez, tal vez la decencia y el engomamiento, el tufo literario. Y otra vez observamos la intolerancia, el nerviosismo, la envidia y el rechazo. Fuimos suprimidos de nuestros blogs amigos, compelidos a retornar a “la cordura”, como si se tratara de una “actitud adolescente”. La carencia de sentido epistemológico, de sentido del humor; el prejuicio en las lecturas, el remanente del adoctrinamiento académico, el carácter vertical de las ideas, la actitud “intelectual”, el ideologismo, la ignorancia, la petulancia, el afán de reconocimiento, el temor al olvido; en fin, el absurdo del mundo literario se nos echa encima cuando sacudimos un poco las ramas de las letras. 

Suprimir lo que decimos es suprimir lo que somos.

El acto poético es íntimo y paradójicamente social. Jamás jugamos más en serio que cuando proclamamos la muerte de la poesía y nuestra propia muerte. La continuación del canon sin plena conciencia epistemica no tiene mayor importancia en los juegos del lenguaje, y constituyen meros artificios adscritos al metarrelato de las jirafas.

Volver a la poesía con nuevos ojos. Leer la poesía de todas las épocas, los grandes saltos y los pequeños pasos que damos en la construcción de un imaginario que no tiene fin, sin ignorar el goce falso. Nadie nos lee mejor que nuestros compinches literarios cuando compartimos la aventura de crear nuevos derroteros en el farragoso camino de la literatura. Bienvenida la puta joven. Bienvenidos, señoras y señores, a la montaña de los ebrios, donde yacen sepultados los poetas.
¡Supercero vive...la lucha sigue!